Capítulo 54: Fantasmas

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Dian supo que todo iba de mal en peor cuando Villa rehuyó de su mirada. Deseó entonces con todas sus fuerzas volver a la normalidad con él, a ser igual de cercanos que semanas atrás, a olvidar los problemas; pero siempre que estaba pensando en dar el primer paso para hablar, aquella sensación de intranquilidad volvía a corroer en su cuerpo entero, la culpa e ideas sombrías, a gritarle que las cosas estaban marchando como debían...

Incluso si en ese plan no estaba Villa.

Cuando entró en la habitación que sería de Anyata y Martín los halló a todos ahí. Martín estaba en la cama, jugando algo en su celular, Anyara leía un libro a su lado, Villa estaba a los pies de ambos, viendo una película en una tableta con audífonos, y Simón estaba echado en el suelo, recargado en la cama mientras escribía en su computadora. Todo en silencio. Casi ni siquiera se movían.

—Llegamos, esclavos —canturreó Michelle al llegar, acompañada de Isaza y Dian.

Pero ninguno levantó la vista, sumidos en sus actividades. Ella rodó los ojos.

—Trajimos la comida —anunció.

Por arte de magia todos se levantaron entonces.

—Wuuu —dijo Anyara, bajando de la cama en un brinquito.

—¡Hay comida! —exclamó Martín con una sonrisa.

—Qué bien, ya tenía hambre.

—Tú siempre tienes hambre, Villamil —respondió Simón.

Pero cuando todos estaban por cruzar la puerta, Michelle se puso en medio.

—Rayos, se atravesó una víbora —musitó Martín y recibió un codazo de Anyara. Villa medio se rio.

—¿Qué pasa, Ellie? —cuestionó Simón.

Michelle dejó de mirar a Martín con recelos para contestar.

—Pasa que llegamos y todos están más distantes que Villa y Dian.

La pareja hizo caso omiso a esa referencia.

—Y eso no me molestaría en otras circunstancias porque soy igual pero esto es extremo.

—De acuerdo con el pitufo—concordó Isaza.

—No teníamos otra cosa que hacer —se excusó Juan Pablo.

—¿Saben qué? —habló entonces Anyara—. Tienen razón.

Michelle frunció el ceño.

—¿De verdad?

—¡Sí! Oigan, se supone que vinimos aquí para despejarnos de todo lo que sucede, para pasar tiempo juntos.

Isaza asintió.

—De acuerdo.

—Así que mi propuesta es: entregar los aparatos electrónicos.

Todos sostuvieron el aliento.

—Sí, entregar los... ¡¿qué?! No voy a hacer eso —protestó L.

—¡Yo menos! —exclamó Martín—. ¡Soy una figura pública! Tengo una vida que compartir.

Lo miraron desconcertados.

—Marto, ni eres tan activo en redes sociales —dijo Villa—. Con trabajo la gente sabe tu nombre completo.

—Habló el influenser. —Rio Isaza. 

Villa rodó los ojos.

—Se le llama privacidad, Isaza.

—Uy, qué genio.

—Bueno ya —habló Anyara—. Entreguen los aparatos. —Estiró las manos en señal para que los dejaran en ellas.

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora