Capítulo 20: Bromas y esposas

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Las voces continuaban entonando Las Mañanitas. Simón y Michelle seguían el coro— Simón lo que se sabía, o sea poco—mientras que Martín grababa y Dian sólo observaban la escena. Estaba igual que Villa en un inicio: no sabía qué hacer. Dedujo que sus amigos no desconocían esta broma como ella.

Villamil entendió que no era tan malo, podía soportar esta nueva broma de Isaza. Y, bueno, debía admitir que le agradó su idea. Incluso se unió a la actuación de sus amigos, se hizo el emocionado por la sorpresa de su "cumpleaños".

Sin embargo, su sonrisa falsa desapareció en cuanto vio el número escrito con crema batida en el pastel individual que Michelle deslizaba por la superficie de la mesa. Supo que un empleado lo había traído, hasta se le antojó... ¡Pero no! Fue ese número que se suponía decía la edad que cumplía lo que hizo que sus mejillas se enrojecieran.

Su único pensamiento fue: ¿Perdón?

¿PERDÓN?

Ay, Isaza, qué simpático eres.

— ¡¿Pero qué...— estaba a punto de reclamar cuando la voz de Simón susurrándole lo interrumpió.

— Papo, el pastel es cortesía. Graaa-tiiiis.

...

Bueno, viéndolo por otro lado, podía soportar esto. Pero, eso no significaba que Isaza no se las vería con él en cuanto se reunieran de nuevo.

Isaza

— ¿Es normal que los niños sean tan presumidos?— le preguntó él a Anyara luego de que los niños lo volvieran a chantajear por más fichas para los juegos... por quinta vez.

Su mejor amiga se encogió de hombros. "Cinco minutos más y ya" le habían dicho. Sí, cómo no. Sí llevaban como cinco minutos, pero cinco minutos por cuatro.

— ¿Preguntas eso porque te han ganado todas las partidas, cierto?— lo miró sonriente, aunque él no lo estaba tanto.

Isaza estaba estresado, paracía casi desesperado. Se había quitado su sombrero, despojado de su chaqueta y deshecho de un kilo de dignidad.

Muchas personas se habían detenido a ver al chico de veintiséis años jugando y perdiendo contra un niño de siete. Probablemente la gente se debatía en sentir ternura, confusión o gracia.

A Anyara le agradaba acompañar a su amigo, era divertido verlo jugar con aquellos niños y hacer extraños gestos. Sin embargo, ya llevaban más tiempo ahí del esperado, y aunque Isaza no pareciera tener hambre aún, ella sí. Pero no se iría, permanecería ahí hasta que su amigo concluyera. Eso por tres simple razones: uno, no estaba tan hambrienta; dos, no podía dejar solo a Isaza; tres, debía de tomarle fotos para hacer stickers. Están en orden del menos al más importante.

Justo cuando parecía que estaba por perder un tornillo, el chico se enderezó repentinamente lleno de euforia y levantando ambos brazos.

— ¡Gané!— exclamó victorioso, como si fuera su mayor logro en la vida.

Cinthia y su hermano ni se inmutaron, como si que el chico actuaría de tal forma. Lo contemplaron sin rastro de tristeza en sus rostros por haber perdido el juego.

— Debiste de haberlo dejado ganar desde que empezamos— le susurró la pequeña al niño.

— Tienes razón— contestó en el mismo tono, asintiendo sin despegar sus ojos del castaño.

Anyara los escuchó, sonrió un poco y no dijo nada a su amigo.

Juan Pablo no hacía tantos movimientos al emocionarse como el banjista, que brincaba, gritaba y soltaba un par de groserías positivamente; no, él hacía cosas como...

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora