Capítulo 1: Despertó

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Lo sabía, algo se lo decía, no por nada Jimena Alamilla, la madre de César, la llamaría. Su mente quedó en blanco, las preguntas salieron de su boca, pero no sentía que las hubiera dicho ella en realidad.

—¿En serio? Emm, ¿cuándo? —Seguía con la sensación de que sus piernas desaparecerían y que ella no decía palabra alguna.

Qué diablos hacía, o mejor, ¿cómo diablos hacía? Ni si quiera pensaba las palabras y cuando menos lo esperaba, sus labios ya las estaban articulando.

No se sentía ahí. Tal vez su cuerpo estuviera, pero ella no. Era extraño.

Hoy, hace unos minutos —contestó Jimena, con una voz suave pero forzada por la euforia a sonar un tanto chillona—. Por suerte aún tengo tu número, te quería dar la noticia. —Tal vez incluso lloraba de la emoción.

—Me alegro mucho de la noticia, Jimena. Qué bu-bueno que se haya acordado de mí.

Y aún escuchaba los gritos felices de sus amigos, agradecía que nadie la llamara para acompañarlos en la celebración. Sin embargo, no tomó en cuenta que la confusión del chico de ojos verdes estaba naciendo.

Por supuesto, hija, cómo no hacerlo, si fuiste la novia de César por mucho tiempo... hasta que ocurrió ese accidente.

Y a la mente de Dian vino tal recuerdo, pero ya no venía acompañado de todos esos sentimientos negativos a los que su corazón se había acostumbrado desde esa noche. Había sanado.

—Sí —dijo la chica.

Y... también te quería pedir un gran favor, Dianita.

—Dígame, señora.

¿Podrías venir al hospital para verlo? Es que te ha mencionado... supongo que quiere verte.

Diablos, ¿la había mencionado?

Sí, había sanado, pero esto no era fácil de procesar.

Honestamente, Dian no sabía qué decir, no creía que fuera buena idea ver a César después de tanto tiempo y de lo ocurrido. ¿Cómo se comportaría con ella? ¿Cuál sería su reacción? No sabía, y eso la ponía nerviosa, más de lo que ya estaba.

Demonios, sí que tenía muchos nervios.

—Jimena, yo la verdad es que tengo muchas cosas que hacer mañana. Es el primer día del año...

Por favor, hija, sólo serán unos minutos de tu día.

Dian lo pensó, tenía muchas cosas que pensar ahora.

—Deme por favor unos minutos para organizar mis horarios, yo le marco para decirle si sí podré ir.

Gracias, Dian, ojalá que sí. Feliz año nuevo.

Suspiró.

—Igualmente, Jimena.

Colgó la llamada.

Una simple llamada lo cambiaba todo. Debía de eliminar cualquier rastro de nervios en su rostro, si sus amigos se daban cuenta y preguntaban el por qué de su semblante... no sabría qué decirles. Claro, las únicas que sabían la historia completa eran sus amigas y... Villa. Demonios. Sí, obvio les diría, pero por ahora no. Corría con la fortuna de que L no se encontraba en el estado más consciente posible y que hacía tonterías con Martín; y de que Anyara y Lía estaban entretenidas con las tonterías de L y Martín.

Dios mío. Volvió a soltar un suspiro. Sabía que con Villamil no sería tan fácil. Odiaba y amaba que la conociera tan bien. Sólo con mirarlo, ese chico ya sabía si mentía o decía la verdad. ¿Qué pasaría en esa situación? No quería preocuparlo. Porque así como él la conocía, ella también a él. Juan Pablo solía ser un poco exagerado, y a veces se preocupaba de más por ella.

Ángel Mío: Nada Es EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora