Capítulo veintiséis.

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Mateo

Miré a través de mi escritorio al vacío de Cuauhtémoc. Diez de la mañana y todavía no había aparecido ni respondido a los mensajes que le había enviado antes.

—Pareces un cachorro perdido. —dijo Liza mientras levantaba la vista de su portátil.

—Toma, cachorro, ¿qué tal una golosina? —Elmer me lanzó algo envuelto en papel de aluminio. Los rechacé a los dos, pero me comí el chocolate, porque nunca se rechaza un chocolate.

Lena asomó la cabeza un segundo después.

—¿Tienes los archivos que te pedí listos para llevar?

—Sí. —Agarré la pila y se los entregué.

—Genial, porque vas a venir conmigo al juzgado esta tarde.

—¿En verdad? —Parpadeé y luego solté una sonrisa. Llevaba semanas lanzando insinuaciones esperanzadoras, pero me había resignado a la conclusión de que, en realidad, solo era un chico de los recados, lo cual comprendía perfectamente, ya que no tenía ninguna clase de derecho ni experiencia.

—Sí —Me guiñó un ojo—. Y para las próximas semanas si estás interesado y tienes todas tus otras cosas hechas por el día.

—Lo haré —prometí, tratando de no asentir con demasiado entusiasmo. Eso tenía que ser una señal de que estaba haciendo un buen trabajo, ¿no? Al menos, iba a tomarlo así.

En cuanto se fue, volví a sacar mi teléfono y envié otro mensaje a Temo.


Mateo: ¡¿Dónde carajos estás?!

> Voy a la corte esta tarde.


Finalmente, los puntos aparecieron para indicar que estaba escribiendo.


Cuauhtémoc: Qué puta resaca. He llamado antes a avisar.

Mateo: ¿Así que la fiesta fue bien, supongo?

Cuauhtémoc: Fue... interesante. ¿No te envié un mensaje anoche?

Mateo: Discutible. A menos que cuente un párrafo que consistió en su mayoría en ccccyycycyyyyyyy.

Cuauhtémoc: Ja. Sí, me desmayé con el teléfono en la mano.

> ¿Trabajas esta noche?

Mateo: Sí, pero voy a salir bastante temprano.

Cuauhtémoc: Mándame un mensaje entonces. Iré. Probablemente ya habré terminado de jugar para entonces.

Mateo: ¿Quieres que te lleve algo para el almuerzo?

Cuauhtémoc: Diablos, no. Qué asco. Sólo necesito dormir.

> ¿Podrías llevarle a Santiago esa pila de carpetas que hay en mi mesa?

> Por favor.


Guardé mi teléfono y encontré la caja, metiéndola bajo el brazo mientras caminaba por el pasillo. Los pasantes de la facultad de derecho tenían cubículos reales, y encontré el de Santiago, golpeando con los nudillos la placa de plástico vacía de la pared exterior.

try me | matemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora