capítulo veintisiete.

86 26 17
                                    

Temo

Me dirigí hacia la salida del auditorio arrastrando los pies. Había dormido fatal y, por primera vez, estaba deseando que llegara el fin de semana para poder hibernar durante cuarenta y ocho horas.

Mateo me saludó al pasar y me dedicó una fina sonrisa que intenté devolver. Mirarlo me dolía. Pensar en él me dolía.

Me había preguntado si quería quedarme la noche del lunes, pero no pude. Sabía que si me metía en la cama con él – e inevitablemente lo tocaba, lo besaba, lo follaba- no podría salir nunca.

No quería arruinar su futuro. Realmente no quería. Y era muy consciente de la espada que pendía sobre mi propia cabeza. Pero maldita sea, no podía dejar de pensar que tenía que haber una forma de evitar a mi padre. El problema era que yo no estaba acostumbrado a pensar veinte movimientos por delante como él. No estaba acostumbrado a buscar las debilidades de la gente para poder explotarlas.

—¿Cuauhtémoc? —Me estremecí cuando me tocó el codo y Santiago se puso a mi lado.

—Lo siento —dije sacudiendo la cabeza—. Perdido en mi propio mundo.

—Te pregunté si querías agarrar esos archivos para el caso Groton. Aunque puedo traértelos más tarde.

—No, no. Puedo agarrarlos ahora. —Lo seguí hasta su cubículo. Se detuvo con una mano sobre la caja de archivos de su escritorio.

—¿Todo bien? Últimamente pareces un poco apagado. ¿Semana difícil?

Me froté la nuca de forma cohibida. Pensé que era mejor para mantener mi mierda cerrada.

—Un poco, sí.

—Sabes que el simulacro de juicio es más que nada una cosa para divertirse. No tiene tanto peso como probablemente pienses, así que si te preocupa...

—No es eso —La rapidez de mi respuesta hizo que Santiago inclinara la cabeza hacia mí. Suspiré y me dejé caer contra el lateral del cubículo—. ¿Has pensado alguna vez en lo extraña que es la profesión de abogado? —Arqueó una ceja, dispuesto a escucharme—. Quiero decir que hay dos bandos opuestos que intentan demostrar que tienen razón y el que tiene mejores pruebas gana, independientemente de cuál sea la verdad real, que casi nunca es blanca o negra. Hay todos esos monumentos a los ojos ciegos de la justicia, toda esa mierda de que se hace justicia, pero en realidad nunca se trata de justicia, es sólo una narrativa conveniente —Santiago parpadeó un par de veces—. Es que... no importa. No tiene ninguna importancia.

—Creo —dijo con cuidado—, que como muchas otras cosas, es un sistema imperfecto, y lo que ocurre en los tribunales es sólo una cara de la moneda. Tengo la esperanza de que, con el tiempo, la balanza se equilibre, pero supongo que hay mucho en el concepto de justicia que es simplemente una cuestión de perspectiva. A veces lo que parece injusto al principio se ve de otra manera en retrospectiva —Me miró mientras recogía la caja de archivos. Su sonrisa parecía comprensiva—. Y a veces ocurre lo contrario.



Dylan llegó a nuestra oficina esa misma tarde.

Pour vous —dijo, dejando caer una gavilla de papeles grapados sobre mi escritorio, y luego se dirigió a Mateo, Liza y Elmer para hacer lo mismo.

Aproveché la distracción de Mateo mientras hojeaba los periódicos para mirarlo fijamente. Seguía esperando que, con cada día que pasaba, me pareciera menos atractivo y más exasperante como antes. Pero, mierda, incluso en aquel entonces había asimilado que era atractivo. Ahora era devastador al siguiente nivel, porque sabía exactamente cómo se sentía esa boca sensual en la mía, demasiado bien cómo sus ojos oscuros podían perforar mis mejores defensas. Y como no hablábamos mucho, no era ni la mitad de molesto, si es que alguna vez lo había sido.

try me | matemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora