Capítulo veintiocho.

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Mateo

Una vez más, me encontré mirando el escritorio de Cuauhtémoc como si pudiera obligarlo a sentarse en su silla con la pura fuerza de la determinación. Cuando pasaron otros cinco minutos y no se había materializado, le envié otro mensaje de dónde mierda estás.

No contestó. Otra vez.

—¿Y qué pasa si no se presenta? ¿Ganamos automáticamente el juicio? —preguntó Elmer.

—Diablos, no —Me levanté de la silla y me puse a caminar—. Lo haré todo yo y te patearé el culo. Pero eso no va a suceder. Él va a aparecer, y los dos vamos a patear tu culo.

—¿Alguien te ha dicho que tu confianza es molesta?

—Sí. —En este punto era más que nada una falsa confianza. Aún así, nunca dejes que vean tu debilidad y toda esa mierda.

Volví a revisar nuestras notas y archivos de casos y los reorganicé en la caja de archivos, luego tomé una taza de café fresca y volví a comprobar la hora. Faltaban cuarenta y cinco minutos para que comenzara el simulacro de juicio. Me quejé. Que me jodan.

Empujé la caja a la esquina de mi escritorio, a punto, y me levanté de la silla.

—Voy por un café.

—Ya estás tomando café. —señaló Elmer.

—Sí, bueno, necesito una versión de marca ridícula.

—¿Vas a volver, o este recado del café es una especie de eufemismo?

Resoplé. —Sí, voy a volver. Para patear tu culo.

Liza hizo girar sus dedos en el aire. —¿Me traes un café con leche helado, por favor?

—En realidad no va a tomar café. —susurró Elmer en el escenario.

No escuché lo que dijo en respuesta. Me dirigí al aparcamiento y llegué a casa de Cuauhtémoc en menos de diez minutos.

Un tipo que no reconocí -¿Ansel quizás? Ansen... -abrió la puerta antes de que pudiera golpearla por cuarta vez. Tenía el ceño fruncido mientras me miraba de arriba abajo.

—No necesitamos que nos salven.

—Uno de ustedes definitivamente lo hace. Pero no soy un maldito evangelista. Estoy aquí por Cuauhtémoc.

—Aquí para...

Me abrí paso antes de que pudiera terminar.

—Hola, Mateo —Jesse me hizo una señal con la mano en mi dirección y luego hizo una doble toma—. Espera. ¿Mateo? ¿Qué carajos estás haciendo aquí?

—¿Dónde está la habitación de Cuauhtémoc?

—Uhhhh —Me miró con confusión y luego apuntó con una espátula hacia el pasillo—. Creo que está dormido, sin embargo. ¿Por qué...?

—Trabajamos juntos. ¿El bufete de abogados? Y llega jodidamente tarde. No hay tiempo. —Me apresuré por el pasillo y atravesé la primera puerta.

Estaba oscuro como la medianoche y hacía un frío del carajo en la habitación de Cuauhtémoc. Cuando encendí el interruptor de la luz, lanzó un gemido de maldición y se puso boca abajo, tirando de la almohada sobre su cabeza como una criatura cavernícola alérgica a la luz—. Estoy durmiendo. Vete a la verga.

Me acerqué a su armario, abrí las puertas de un tirón y rebusqué en las perchas, agarrando unos pantalones de traje, una chaqueta y una camisa.

—¿Dónde están tus malditas corbatas?

—Jesús, Symanski, he dicho que no voy a ir.

Dejé la ropa sobre su escritorio y me di la vuelta. Cuauhtémoc se había puesto de espaldas. Se frotó los ojos con una mano y luego se cubrió el pecho desnudo con las sábanas a modo de escudo mientras yo le dirigía mi mejor mirada penetrante. Sabía que se me daban bien.

try me | matemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora