XX

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- ¿Sólo esto, verdad?

- Sí, por favor. - La chica me extendió la tarjeta, y la pasé por la ranura de la caja.

Me dediqué a doblar las prendas que estaban sobre la mesa, metiendolas en una de las bolsas grabadas de la tienda, comprobando que todo estuviera dentro.

La maestra Manoban me había enseñado a doblar la ropa de forma que se viera bonita en una sola tarde. Después de clases iba a su casa a que me explicara lo que tendría que hacer y cómo tendría que moverme en la tienda. Cuando por fin todo eso estuvo claro, volvía a casa de Frank. Ella me llevaba, mejor dicho.

No sabía si mis tarjetas ya habían sido canceladas, pero tampoco iba a pasar vergüenza tratando de probarlas en algún lugar. Me dijo que no las usara y eso iba a hacer. Tenía que mantenerme firme.

Apenas era mi primera semana trabajando en ese lugar y no podía quejarme tanto. Mucha gente solía ir a comprar y la señora Manoban dijo que mi apariencia influía mucho en el incremento de ventas que estaban teniendo en los últimos días.

Estaba agradecido de que la tienda estuviese algo apartada de la escuela a pesar de esto, pues no había visto tantas caras conocidas deambular por ahí. Me había concentrado meramente en hacer mi trabajo lo mejor que podía. Nunca había tenido uno, y las condiciones en las que me vi forzado a tener uno no son de las que esté muy orgulloso, pero nada que pudiera hacer.

Le pasé su paquete, deseándole un buen día y atendiendo a la persona que seguía en la fila, esta última pagaría en efectivo, por lo que recibí el dinero y lo acomodé en la caja antes de envolver su bolso.

Hace días que no veía a Gulf, ni a mi madre, mucho menos a mi padre. Aunque mi madre me hablaba a diario para preguntarme cómo me estaba yendo. En cuanto Gulf, me suponía que seguía odiandome a mí y a Bright como el día que nos descubrió.

Le conté a Frank mi situación y me dejó quedarme en su departamento mientras me estabilizaba de nuevo, si es que quería irme de ahí. Y la verdad, estaba considerando seriamente el hacerlo.

Vivir con Frank no era malo, tenia mi propia habitación y dividíamos también la renta entre los dos. Estaba agradecido con él, desde luego, pero apenas pudiera mantenerme a mí mismo, empezaría a buscar otro sitio. Había escuchado que vivir entre amigos por mucho tiempo podía provocar peleas, y no quería tener que pelearme con Frank en algún punto. 

- Buen día. - la maestra Manoban entró por la puerta con una amplia sonrisa en la cara, mientras se acercaba a la caja, aprovechando que la última clienta se acababa de ir.

- Buenas noches, dirás. - La corregí sonriendole ligeramente.

- Eso mismo. ¿Cómo te fue hoy? ¿Estuvo bien?

Asentí. Había venido seguido sólo a preguntarme cómo había estado el día o si me habían hecho alguna grosería en la tienda.

Una vez la señora Manoban se encontró con ella y le dijo que nunca había estado tan interesada en el negocio familiar, cosa que no pudo darme más risa. No cabía duda de que los rumores eran ciertos, ella sería una maestra extraordinaria.

- Estuvo bien, hubo muchos clientes hoy también.

- Me alegra eso, ya casi es hora de cerrar, ¿Quieres que te lleve?

- Está bien, si no es tanta molestia.

- Sabes que no. Sino no me ofrecería. - Rió leve. - te esperaré allá mientras recoges tus cosas, ¿Va?

Yo asentí, observando como esta iba directo a las bancas de la sala, donde la gente solía probarse el calzado. Sacó su celular y comenzó a deslizar su dedo por la pantalla, yo me apuré a apagar la computadora y dejar acomodado el dinero para el corte de caja que se haría dentro de dos días.

EnchantedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora