Señora Denisse XXV

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Señora Denisse

Mis pies casi me fallan cuando llegué a su departamento. El frío del pasillo ni siquiera podía sentirlo mientras mí cuerpo sudaba con la corrida que hice en las escaleras, demasiada ansiosa por llegar a él.

Golpeé la puerta, la hoja aún en mis manos. Mis pies aún ansiosos no dejaron de moverse y volví a golpear la puerta cuando sentí que había pasado más tiempo de lo normal.

—¡Mateo!— llamé, pero solo el silencio del otro lado.

Escuché la campana de las puertas del ascensor abrirse y dí una mirada para ver pasar a Thomas con mirada de inseguro. Si bien Mateo no vivía en el mejor barrio, era normal que mí mejor amigo reaccionará de esa forma. El lugar era seguro, pero no lo parecía tanto.

Thomas se abrazo el torso al sentir el fuerte frío del pasillo.

Yo volví a mirar a la puerta y volví a golpearla.

—¡Mateo! Abre la puerta, por favor. Soy Denisse. Necesito...

Me detuve cuando la puerta se abrió. Desgraciadamente no fue la de Mateo, sino la de al lado. Una señora mayor asomó la cabeza y me miró con el ceño fruncido.

—Hola, disculpe— dije bajando el tono de mí voz alterada—. ¿Por casualidad no sabe dónde fue Mateo?

La señora sólo me miró y yo dude. Thomas dió un paso adelante, apoyando su mano en mí brazo.

— Denisse, debes hablar fuerte con la vieja decrépita, de seguro está sorda— susurró, para después mirar a la señora—. ¡Hola madame! ¿Sabe dónde podemos encontrar al muchacho de aquí?— gritó.

La señora miró a Thomas y luego a mí. Thomas se acercó un paso más y levantó la voz, poniendo su mano en la comisura de sus labios, como si eso permitiera que su voz llegará a la señora.

—Es un muchacho así de alto—, gritó levantando la mano un poco más que su cabeza—. Tiene un hermoso pelo rubio cobrizo dorado y ojos azules un poco más oscuros que los míos. Su piel está tostada por el sol y tiene unos brazos de leñador ¡Que hay señor!— agitó su mano en la cara como si tuviera calor—. Y un culo....

Golpeé a Thomas para que cerrará su boca.

—¡Auch, zorra!— me gritó.

Yo le saqué la lengua y miré a la señora esperanzada. Su ceño había desaparecido y abrió un poco más la puerta.

—Se fue—, dijo y sentí que mí mundo se tambaleaba.

—¿¡Se fue!?— gritó Thomas.

La señora lo miró con mala cara.

—No grites, soy tan sorda como a ti te gustan las mujeres.

Parpadeé con su comentario y miré a Thomas.

Touche— dijo encogiéndose.

La mujer no le prestó atención.

—Si, se fue. De vacaciones con su tío Pedro. Él pasó por aquí para que yo recibiera su correo y me llamará una vez por semana para ver las novedades. ¿Quieres que le diga algo?

Respiré aliviada, al menos no se había ido para siempre. Eso me confortaba.

—¿No sabe cuándo volverá?

—La segunda semana de enero, niña. ¿Quieres o no que le diga algo?— gruñó.

Me mordí el labio, pensando, pero terminé negando con la cabeza.

—No, no le diga nada. Pero... — la señora no me dejó terminar cuando cerró la puerta de golpe—, gracias— susurré.

—¡Vieja decrépita mal educada!— gritó Thomas a la puerta con un bufido. Luego se volvió a mí—. ¿Escuchaste lo que me dijo?— Yo asentí—. Es una atrevida. ¡Si, señora! ¡Es una atrevida!— gritó a la puerta de nuevo.

Yo suspiré, había intentado llamarlo y me daba el contestador diciéndome que estaba fuera de cobertura. Thomas y yo nos movimos al ascensor y entramos, ahora el frío colándose por debajo de mí campera y por mí piel húmeda de sudor.

Thomas seguía rezongando por la señora y yo miré la nota una vez más. Mis ojos llenándose de lágrimas cuando la leí por cuarta vez.

Querida Señora Denisse:

Quería desearte un feliz cumpleaños, delicia. Me costó mucho encontrar este regalo para ti, pero apenas lo ví supe que era perfecto.

Es hermoso por fuera y por dentro, como tú.

Es simple pero complejo, como tú.

Es algo eterno y duradero... Como lo que siento por ti.

Y aunque es tu cumpleaños, siento que yo debo dar las gracias, por tenerte en mí día a día. Eres mí sueño de mujer, hecho realidad...

El color de la tinta cambiaba en esa parte de la nota y yo sabía el por qué.

Lamentó nuestra discusión. Dije cosas que tal vez no sentía, y tienes razón en muchas más. No quise arrinconarte, sólo fue mí frustración hablando.

Espero puedas perdonarme algún día. Lo único que lamento es no haberte dicho a la cara todo lo que sentía y siento por ti.

Sé que no volverás y me duele el pecho, se siente como si no pudiera respirar. Por eso me iré por un tiempo, tómalo como unas vacaciones de mí, sé que puedo ser una montaña rusa y no necesitas eso ahora.

Lo siento.

Te amo.

Tuyo, Mateo.

Contuve mis lágrimas hasta que entramos al auto. Thomas se abrochó el cinturón y se preparó para empezar a conducir, pero me vió cuando no hice nada para abrochar mí cinturón. Él suspiró.

—Ya haz oído a la vieja, volverá preciosa— apretó mí brazo con cariño.

Yo asentí mientras limpiaba las lágrimas que se habían caído por las mejillas.

Me abroche el cinturón, tenía dos semanas y estaba decidida en decirle todo a Santiago. Cuando Mateo volviera, ya tendría toda mí "mierda" arreglada, como decía él.

Sonreí, pelearía por él. De verdad esperaba que esos sentimientos que él decía tener fueran reales, porque yo también los sentía.

Continuará...

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