XXIII

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Luego de otra sesión de besos, se asearon en el baño privado de la mujer y el hombre preparó la cama para ella, sin dejarla moverse un centímetro, mientras ella se deleitaba mirándolo pasearse desnudo por la habitación, sentada en la butaca de su tocador.

— ¿Disfrutando la vista?

—Mucho. Aunque, no entiendo por qué no me dejas ayudarte. No se acabará el mundo por hacer mi cama.

—Dijiste que estabas cansada.

—Eres una bestia, me sorprende que tú lo no lo estés. Sin embargo, no es como si me voy a desmayar por levantar las sábanas.

—No me molesta hacerlo. Pero si tanto quieres sentirte útil, ¿por qué no buscas uno de mis pantalones de dormir en mi habitación?

—Muy bien.

Se levantó y se puso su camisón de tirantes satinado de color lila, y cuando volvió del pequeño pasillo no solo tenía unos pantalones, sino una caja de regalo negra con las cintas doradas y un lazo delicado. Cuando Zoro se volteó y la vio, negó con la cabeza, e intentó quitársela de las manos.

—Oh, no, todavía no puedes ver eso.

—Pero esta tarjeta dice que es mío —respondió, juguetona, mientras lo quitaba de su alcance.

—Es tu regalo de cumpleaños. Pero aún no es tu cumpleaños, así que todavía no puedes abrirlo.

—El reloj dice que son las 11:56 PM. En cuatro minutos lo será.

—Sí, pero yo iba a dártelo en la fiesta, frente a todos esos nobles idiotas. Pensé que te sentaría bien recibir algo que de verdad te gustara y te hiciera sentir bien en ese momento, sé lo mucho que te abruma el tener que fingir.

—Eres adorable —dijo, mientras se lo entregaba—. De acuerdo, esperaré. Pero sólo porque tenerte conmigo ya es un regalo.

—Ya puedes decir "genial, premio doble".

—Entendí la referencia —respondió, entre risas, y lo vio ponerse el pantalón.

—Por cierto, ¿ya terminamos la saga de Toy Story?

—Creo que nos falta la tercera.

—La anotaré para el próximo maratón. Me sorprendió que te gustaran tanto las películas infantiles. Ya puedes venir a la cama —Ella hizo caso y se sentó, peinando su pelo en una trenza, para que no le estorbara al dormir—. ¿Las sábanas se sienten calientes?

—Sí.

— ¿Y las almohadas? ¿Están cómodas?

—Lo están —dijo, y luego de mirarlo un momento no pudo evitar reírse a carcajadas. Él alzó una ceja y frunció el ceño.

— ¿De qué tanto te ríes? ¿Te burlas de mí?

—No de ti... O bueno, sí un poco, es que... ¿Recuerdas cuando me conociste? Dijiste "¿No debería estar regodeándose en su castillo con sus sirvientes poniéndole un pijama y vigilando que sus sábanas estén calientes y sus almohadas de plumas bien mullidas?" —Zoro tuvo que aguantar la risa al verla imitar su voz y sus expresiones faciales—. Te dije que veías demasiada televisión, y mírate ahora.

—Tsk, calla y ven aquí —refunfuñó, abrazándola y acunándola en sus brazos, y apagó la lámpara. Escuchó tres pitidos leves, y le dio un beso profundo. —Feliz cumpleaños, mi reina.

—Gracias, mi cielo. ¿Pusiste una alarma?

Él asintió. Acarició su pelo un rato mientras la sentía recostarse de su pecho, estaban acostados frente a frente, envueltos en las sábanas de seda, ella no podía negar que era lo más cómoda que se había sentido jamás, la emoción no la dejaba dormir. Se quedó pensando en todas las personas que le aconsejaron acerca de su relación. Alrededor de media hora después, la curiosidad le ganó.

Absoluta VirtuteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora