XXXVII

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En una tarde fresca de agosto, Robin se encontraba en su oficina organizando los últimos arreglos para un campeonato regional de boxeo en el que Luffy y otros jóvenes participarían. De igual forma, trabajaba junto a Makino y los otros miembros del consejo en algunas actividades que se realizarían a partir del siguiente año, y de paso revisaban los avances de la investigación del caso Flamingo, como lo habían nombrado, que parecía ir de viento en popa. Recibió una llamada por el teléfono de la oficina.

Robin-san, parece que le han enviado otro regalo. Esta vez es parte del embajador de Japón. La revisión para el regalo del Jeque de Dubái ya terminó, están verificando éste.

—Gracias por avisar, Yosaku, ya voy en camino. ¿Le dijiste a Zoro?

Sí, dijo que estaba terminando algo importante junto a Usopp-aniki, se fue a dar una ducha hace unos minutos.

—Muy bien. Nos vemos en el salón del trono.

— ¿Otro regalo? —preguntó Makino, y ella asintió.

—Así es, esta vez es del Embajador de Japón. Me alegra que a través de los últimos meses hayamos recuperado el comercio con muchos de los países a nuestro alrededor, y que podamos construir buenas relaciones en el medio internacional, pero, honestamente, todos estos regalos están comenzando a ahogarme.

—Te entiendo, si fueran cosas útiles, tal vez sería más fácil recibirlos, pero son sólo demostraciones de riqueza y poder.

—Exactamente. Aunque supongo que el embajador no se prestará para eso, al menos él es más sutil. Si viniera del mismísimo emperador, tal vez estaría nerviosa.

— ¿Estás segura? Aún podría ser algo extraño —rió la peliverde, mientras ayudaba a Robin recoger varios libros de compra y otros documentos y guardarlos.

—No creo, el embajador parece una persona razonable. Y no estoy segura de que nada supere el regalo del Jeque. No quiero ser descortés y devolverlo, pero me pareció extremadamente ridículo. ¿Quién en su sano juicio le regala un sonajero de oro de 24 quilates y campanillas de ámbar y swarovski a un bebé? Ni siquiera ha nacido, por Dios, con lo que pesa cuando tenga edad para usarlo no podrá ni levantarlo. Pensé en venderlo y usar el dinero, o tal vez fundirlo y usarlo en algo de provecho, pero tampoco quiero que lo tome como una ofensa, así que Zoro y yo pensamos en dejarlo de decoración en la habitación.

—Sí, es lo mejor. Y no deberías divulgarlo.

—En lo absoluto. Creo que si Nami se entera de cuánto vale, es capaz de robarlo y venderlo —dijo, entre risas, contagiando a Makino.

—Seguro que sí, ya lo habría mandado a un museo o a un coleccionista que le pagara bien por él.

—Si fuera por mí, podrían enviarme un cargamento de pañales y leche, eso sería genial y nos ahorraría muchísimo. O si no algo que mi pequeño dragón si pueda usar, como el regalo del presidente de Corea. Ese conjunto me robó el corazón, es precioso, y hecho a mano, es una obra de arte. Apuesto a que se verá encantador en él.

—Oh, sí, pude verlo, ¡es tan lindo! Será el bebé más lindo del reino con él puesto... Bueno, ya terminamos aquí. Recuerda que mañana tenemos almuerzo y reunión con el canciller de Tailandia.

—Gracias por acordármelo, tengo que preparar un atuendo, no tengo ni idea de qué ponerme. Compro algo hoy y mañana la panza está más grande y ya no me sirve.

—Lo que sea que te pongas te quedará bien. Por cierto, ¿estás haciendo planes para el baby shower?

Se encogió de hombros.

Absoluta VirtuteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora