Epílogo

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Dos días después, Zoro, Ryū y sus amigos se encontraban en el funeral de la pelinegra. El espadachín se había esforzado en hacer algo pequeño e íntimo, como a Robin le hubiese gustado, pero le fue prácticamente imposible. La mujer había ayudado a tantas personas en vida que el pequeño salón se empaquetó de gente, tuvieron que contratar uno más grande a último minuto, ya que todos querían darle el último adiós a quien fuera la última reina del Reino de Una Pars. Cuando ya se hubieron establecido, el espadachín dijo unas palabras.

—Buenas tardes —se tomó una pausa para organizar sus ideas, y luego habló—. Siento si tal vez suene algo perdido, estar aquí es difícil. Normalmente no soy bueno hablando en público, no soy bueno con las palabras en general, pero ella lo merece. Antes de conocer a Robin, creo que ni siquiera hubiese considerado subir y decir algo —dejó salir una risa amarga, y Nami, que estaba en la fila delantera, le dio una pequeña sonrisa comprensiva—. Pero he aprendido de ella lo suficiente como para no ser un desastre y decir cosas estúpidas. Como ahora. Robin era una increíble diplomática. Tuve la oportunidad de verla relacionarse con otros nobles y mandatarios miles de veces cuando trabajé con ella, y a lo largo de nuestro matrimonio. Tenía un don con las palabras, lograba convencer al más rígido a donar por una buena causa o a contribuir con algún proyecto que fuera beneficioso para su gente. La conocí un 8 de febrero. La pobre estaba huyendo de unos maleantes que querían matarla, por órdenes del antiguo consejo. Yo estaba en el bar de Usopp, me levanté para ir al baño y por alguna razón que ya ni siquiera recuerdo terminé afuera, y la vi en un callejón. Al principio la vi romperle el cuello a uno y dije "no, esa chica no necesita ayuda". Pero luego aparecieron tres más y la vi titubear, así que saqué mi espada y la ayudé, no iba a dejar a una persona que necesitaba ayuda. No la reconocí en el momento, estaba sucia y llevaba una capa enredada en la cabeza para que no vieran quién era. La llevé al bar y le indiqué donde estaba el baño que no había podido encontrar yo, y cuando salió fue inolvidable para mí. Se había lavado la cara y ahora era otra, pensé que se veía mucho más hermosa en persona que en fotos. Me quedé anonadado con sus ojos azules, su piel, sus labios, toda su figura. Cuando por fin salí de mi asombro, recuerdo que le dije que por qué no estaba en su castillo con sus sirvientes vigilando que sus sábanas estén calientes y sus almohadas de plumas bien mullidas. Ella rió y me respondió que veía demasiada televisión —fue interrumpido por unas cuantas risas—. Pero no es lo más gracioso. Un año después, la noche en que me declaré, ella aceptó rechazar al príncipe Dellinger para quedarse conmigo. Recuerdo que estaba tan emocionado porque íbamos a pasar la noche juntos, a pesar de que no era la primera vez, pero sí era la primera en la que sabíamos que nos amábamos. Cuando nos preparábamos para dormir, hice la cama y le pregunté si sus sábanas estaban calientes y si las almohadas estaban cómodas. Ella recordó nuestro primer encuentro y se burló de mí. Me encantaba que se riera a costa mía. Su sonrisa era una de las cosas más preciosas que he visto jamás —sus ojos se humedecieron—. Saber que no volveré a verla me destroza por dentro. Cuando la apuñalaron en el baile histórico, sentí lo mismo, y jamás pensé que volvería a suceder. Sabía que era mi culpa por no cuidarla bien, pero ella me dijo que no lo era mientras agonizaba, dijo que estaba orgullosa de mí. Tal y como lo dijo hace unos días antes de morir. Siempre sabía buscar el lado positivo a la situación, era no solo una increíble esposa, sino una excelente madre y una gran amiga. Los 15 años que pasé a su lado los voy a atesorar por siempre. Le agradezco por amarme como soy, por darme tantas oportunidades que no tuve, por ayudarme a sanar mi corazón y por darnos a nuestro hijo —ahora las lágrimas salían sin control—. Estoy agradecido de poder haberla conocido, por haberla ayudado a salvar el reino, por poder contribuir a terminar con todo lo que la hizo sufrir por años, por haber podido crecer a su lado y aprender de ella, por poder verla cumplir sus sueños. Robin seguirá en mi corazón y en el de todos, porque tenía talento para robarle el corazón a la gente. La amo y la amaré siempre, hasta el día que muera. Hasta el día que la vuelva a ver, voy a vivir por ella, para seguir haciéndola orgullosa, donde quiera que esté.

Absoluta VirtuteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora