Capitulo 10

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Amber sonrió con los ojos empañados, la relación que tenía Ragnarök y su ahora madre era preciosa. Esa lealtad y cariño era tan dulce que le causaba una pequeña envidia. Deseaba tener una amistad así, tan pura y sincera, llena de respeto y confianza mutua.

La firme voz de Ragnarök la sacó de sus pensamientos.

-los documentos están listos- el Duende alzó un montón de pergaminos -mandare unas copias hacia el ministerio y a la sucursal de Gringotts en Estados Unidos, por si desconfían- Ragnarök dejo los pergaminos en su escritorio y miro a las dos damas enfrente de él -mañana hasta misma hora todo el mundo mágico sabrá que las familias Peverell y Morte no estaban desaparecidas-.

Celeste sonrió, un pequeño paso hacia la dirección correcta, el primero de muchos que tendrán que recorrer para salvar a muchos.

-¿Necesitas algo más querida?- pregunto Ragnarök con una sonrisa.

-Si- dijo Celeste -necesito que nos traigas los anillos de la casa Morte y la casa Peverell- Amber miro a la mujer con curiosidad -y que Ymir nos lleve a la bóveda de los Morte-.

Ragnarök suspiro, su amiga y protectora no hacía nada a medias.

-Ve con Ymir a la cámara y cuando vuelvan tendré los anillos-.

-Estaremos de vuelta en unos minutos- dijo Ymir inclinándose con respecto enfrente de Ragnarök, y guiando a las dos féminas fuera de la oficina y hacia los carriles.

Montaron uno de los carritos disponibles y partieron a toda velocidad hacia la cámara Morte.

Amber había viajado en su anterior vida en esos infames carritos, le encantaban. La pura adrenalina y la sensación de libertad que le recordaban a volar, la extasiaban. Pero en su diversión suicida notó, que cada vez bajaban más y más, notando que pasaban la bóveda de los Potter, los Black y los Lestrange.

Siguieron bajando hasta que la línea se acabó, junto al final de la línea, se alzaba una imponente caverna. Y en medio de la oscuridad dos ojos rojos los vigilaban.

Un bufido tibio y un siseo airado sacudió el cuerpo de Amber, que estaba estudiando su entorno, sus ojos verdes se encontraron con los rojos, Ymir y Celeste se apartaron y la llamaron preocupados, pero la joven estaba embelesada por esos ojos rojos.

Recordando sus clases con Hagrid y los Hipogrifos, se inclino sin dejar de mirar los ojos rojos, pasaron unos segundos eternos y los ojos bajaron levemente, la hostilidad que se sentía desapareció.

Ymir estaba anonadado, estaba mirando como la pseuda ahijada del gran jefe Ragnarök, se inclinaba ante el guardián de la bóveda Morte y este le respondía la inclinación, en sus muchos años de trabajar para Gringotts no había visto tal interacción. Amber Peverell era sin duda una anomalía encantadora. Los ojos negros de Ymir miraron a la dama Morte para encontrarla sonriendo, con sus ojos azules brillando de puro orgullo y adoración. El Duende suspiro, las dos mujeres eran tan extrañas, cómo hermosas.

Con movimientos lentos el Duende prendió una antorcha, y acercó la llama a un tallado en la caverna. En un instante un arco de fuego se formó encima del techo de la caverna, iluminado todo el lugar.

Los ojos de los tres presentes tuvieron que entrecerrase para adaptarse a la repentina luz entre tanta oscuridad, cuando su vista se adapto, pudieron ver la bóveda Morte y a su guardián.

En el fondo de la caverna estaban dos puertas grandes e imponentes, en su superficie estaba tallado un símbolo desconocido para Amber.

En el metal negro estaban talladas tres rosas dentro de una Luna, un lobo aullando estaba debajo de la Luna. El símbolo estaba hermosamente trabajado, pero a su ves estaba desgastado. Mostrando la antigüedad de la bóveda.

Después de años como buscador, los ojos verdes de Amber captaron un pequeño movimiento, que hubiera pasado desapercibido para cualquiera, menos para ella. En las profundidades de la caverna, en el rincón, en un costado de las puertas de la bóveda. Algo negro se agitaba.

Con curiosidad Amber dio un paso hacia lo que se movía, pero un profundo gruñido la detuvo, una profunda voz femenina se escuchó.

-No te acerques-.

Ignorando la voz, dio otro paso más, viendo cómo lo cosa negra se movía inquieta y volvió a sisear como un gato enojado.

-No te acerques-.

-No quiero lastimarte- susurro Amber.

-¡MIENTES!- gruño la voz furiosa.

-No me gusta mentir- hablo con un poquito de enojo Amber, recordando con frío rencor un sapo de color Rosa.

-Los tuyos y eso pequeños de escamas raras mienten, nos roban nuestro cielo, nos encadenan y nos obligan a morir en el olvido custodiando un tesoro que jamás fue nuestro- La voz se quiebro y un profundo lamento hizo temblar la caverna.

Amber se acercó, sin notar la mirada asombrada de Ymir, y la sonrisa de Celeste.

-Déjame verte- suplico Amber.

-Me lastimaras- aseguro la voz.

-No lo haré-.

Pasaron unos minutos en silencio, cuando Amber suspiro pensando que no podría saber de quién era esa voz tan cargada de dolor, de repente en la esquina menos iluminada y dónde detectaba esos movimientos, una criatura magnífica salió.



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