Capitulo 13

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Ymir guío a las dos damas de cabellera oscura, devuelta a la oficina del gran jefe Ragnarök. Sin notar que ambas estaban distraídas.

Celeste sentía el final de la Anfíptera, esa hermosa criatura moriría pronto, su compañero había muerto y pronto ella lo acompañaría en el mundo puro.

Amber por otro lado estaba angustiada, sentía el pequeño peso de las crías de Awel en su bolsillo. Tenía que protegerlos a toda costa y mantenerlo lejos de las manos de cualquiera que quisiera lastimar a esos pequeños que no podrían conocer a sus padres por culpa de la avaricia de otros.

Ambas mujeres suspiraron profundamente cuando deslumbraron las puertas de la oficina de Ragnarök. Enderezaron la espalda y en sus labios se formaron sonrisas, nadie podía saber lo que atormentaba a las dos damas de la noble y antigua casa Morte.

Al entra en la oficina del gran jefe de los duendes, Ragnarök el sangriento, notaron que en su escritorio había dos hermosos cofres, antiguos pero bien cuidados. Ambos hechos de madera y con joyas incrustadas.

-Aquí están los anillos que me pediste querida- Ragnarök miro con profunda preocupación a su amiga y protectora, ella podía engañar a cualquiera menos a él. Algo angustiaba a Celeste, los ojos negros de Ragnarök encontraron los azules de su amiga y vio ella la tristeza del saber que uno vida más se apagaría para siempre.

-Gracias Ragnarök- la sonrisa de la dama no era tan brillante con antes pero transmitía la misma dulzura y cariño de siempre.

-En los cofres están los anillos de la cabeza de la familia y el del heredero- Ragnarök explicó mirando los ojos verdes de Amber, aún no conocía bien a la joven dama, cómo para notar si algo le había pasado, pero su instinto jamás le había fallado en sus muchos siglos que llevaba con vida, algo tenía Amber y le molestaba no poder preguntarle abiertamente, le molestaba ser un extraño para la niña, pero algo lo calmaba, Ragnarök  la había reclamado como su ahijada y pronto ella sería la doncella más protegida del mundo mágico.

-Celeste puedes tomar los anillos como la Matriarca de ambas familias, pero Amber tiene que mostrar que es digna para portar los anillos de heredera- aclaró Ragnarök, mirando a las dos mujer que eran parte de su pequeña familia.

-¿Qué tengo que hacer Padrino Ragnarök?- Amber preguntó, una brutal puntada en su corazón la atravesó al nombrar al duende como su padrino, la imagen de un apuesto hombre de cabello negro largó y ojos azul grisáceos apareció en su mente, Sirius, su amado padrino que aún no nacía. Sentía que estaba traicionando a Canuto, pero era necesario. Por el bien de él y de muchos más, tenía que dejarlos atrás. Aunque eso la matara por dentro.

Tan centrada estaba en soportar de manera estoica el agonizante dolor que se perdió la ligera sorpresa en Ragnarök y la suave sonrisa cargada de cariño de su madre.

-Tienes que ponerte el anillo y dejar que el te juzgué- la mirada de Amber y la del duende se encontraron -si eres digna el anillo se amoldara a tu dedo, además sólo podrán verlo si tú quieres y nadie podrá robarlo, en cambio si no eres digno el anillo simplemente no se ajustará y no podrás portarlo ya que solo se caerá-.

Celeste sonrió, sus ojos azules notaron el sutil estremecimiento en el menudo cuerpo de su hija, Amber era más que digna, si tan solo la joven pudiera ver la pureza en su alma y la gentileza de su corazón, no estaría tan llena de dudas e inseguridades.

Amber medito muy bien su próximo movimiento, podría probarse ahora los anillos y ser juzgada, pero también podría esperar una nueva ocasión para poder probarse las joyas. La joven no se sentía digna de portar las joyas de dos familias tan importantes. Sabía en lo más profundo de su ser que temía que los anillos mostraran lo que ella sabía. Que no era digna de nada.

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