Todo tiene su comienzo

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Empezó a correr con todas sus fuerzas, callejeando por esas calles de Málaga que le habían visto crecer, esquivando a todas las personas que se cruzaban en su camino, esquivando cada banco que había por la acera, cruzando las calles sin importarle que un coche apareciera y la atropellara. Corría sin parar, deseando a cada paso que daba llegar a casa, estar a salvo.

De su frente caían gotas de sudor, su cara blanquecina se había transformado en roja, apenas era capaz de respirar, estaba sofocada, fatigada.

Abrió la puerta todo lo rápido que pudo, tiró la mochila al suelo, le dio una patada a la puerta para cerrarla y se dirigió a su habitación.

Se sentó en su cama sosteniendo sobre sus piernas el ordenador. Lo encendió a toda prisa, abrió el correo y allí estaba... un correo nuevo, un mensaje anónimo, idéntico a los que desde hacía ya un largo tiempo venía recibiendo.

Las manos le empezaron a temblar, sus ojos se volvieron llorosos, y aunque ya hacía un tiempo que había dejado de correr, seguía sudando.

Sin pensarlo hizo doble click y en la pantalla apareció una imagen en la que se podía ver la silueta de una persona que yacía en el suelo, rodeada de un gran charco de sangre.

Bajó la pantalla bruscamente y se llevó las manos a la cara.

No se lo podía creer, el infierno en el que vivía a diario le asustaba, le atemorizaba, se sentía acorralada en un laberinto en el que no había salida, un laberinto que con el paso de los días, se iba estrechando.

Se dejó caer hacia atrás, apoyando su cuerpo sobre el colchón, y del cansancio, tras llevar un largo rato llorando, se quedó dormida. La carrera, el mensaje, la ansiedad, el nerviosismo... la habían dejado hecha polvo.

Pasaron unas horas hasta que volvió a abrir los ojos, volvió a abrir el ordenador, abrió el correo y comprobó como el mensaje seguía allí, no había sido un sueño. ¡Había pasado de verdad!

Ya no sabía qué hacer, lo había intentado todo, pero de nada había servido, estaba cansada, harta de siempre lo mismo, de la misma rutina, de esa pesadilla que se había convertido en su día a día.

El ruido del telefonillo le hizo sobresaltarse, aunque no fue capaz de reaccionar hasta que el timbre no volvió a sonar.

- Ya va, Ya va - gritó intentando que su voz sonase lo más tranquila y apacible posible.

Apretó el botón del aparato que colgaba de una de las paredes de la entrada, dejó la puerta entreabierta para evitar tener que volver a levantarse cuando volvieran a llamar y volvió a su cuarto.

-Ashley, ya estoy en casa.

- Vale mamá.

- Ven a saludarme al menos, que llevo todo el día fuera de casa.

- Ahora no puedo, estoy terminando un trabajo. Dame media hora y si quieres hacemos la cena juntas.

- Está bien, pero no tardes mucho.

Al cabo de cuarenta minutos la puerta de la habitación se volvió a abrir y por ella salió una delgada chica de estatura media, ojos claros y pelo negro recogido con un moño. Su piel era blanca como la nieve y su mirada estaba apagada. Andaba a tientas sin saber exactamente hacia dónde dirigirse, como si hubiera olvidado donde se encontraba cada habitación en esa casa, en su casa.

Caminaba desganada, chocándose con las paredes, dando pasos cortos, sin apenas levantar los talones.

Al llegar a la cocina levantó la cabeza y allí contempló como su madre, una mujer de mediana edad, pelo rubio y ojos también claros ya había empezado a cocinar.

- Ya estoy mamá.

- He ido empezando sin ti, ya casi está preparada la cena.

- Vale, iré poniendo la mesa. ¿Qué hay de cenar?

- Pon cuchara, cuchillo y tenedor, tomaremos un poco de puré y luego hay filete.

Cuando la mesa estuvo puesta, y la cena servida, ambas se sentaron a cenar.

- Bueno hija, cuéntame qué tal te ha ido hoy en el instituto.

- Pues ya sabes, igual que siempre.

- ¿No ha pasado nada interesante?

- ¿Qué esperas que pase de interesante? Si como mucho las únicas novedades son que han pintado de nuevo las pizarras de todas las clases - Respondió algo alterada la pequeña.

- Bueno, vale hija tampoco hace falta que te pongas así, solo intentaba sacar algo de conversación, para que veas que me intereso y preocupo por ti, nada más.

- Da igual, bueno me voy a mi cuarto que no tengo hambre.

- ¡Ash! Termínate la cena que apenas has tocado el puré.

- Ya te he dicho que no tengo hambre, no pienso comer más.

Como cada noche, se sentó en la cama apoyando la espalda sobre unos cojines para evitar hacerse daño con la pared, encendió la tele y apoyó el portátil sobre las piernas.

No tenía sueño y tampoco echaban nada interesante en la tele, era martes y como mucho había alguna de esas series americanas de las que ella no soportaba, por lo que no prestó atención a lo que había en la televisión, sino que se dedicó a escuchar música en YouTube y chatear un poco en las redes sociales.

Desde que todo eso empezó, le daba miedo abrir el correo porque sabía que era capaz de encontrarse cualquier mensaje de esos que tanto la marcaban sin darse cuenta, y en las redes sociales aunque tenía amigos tampoco se sentía muy a gusto.

Estuvo durante un tiempo haciendo que hacía algo, pero en realidad no se había limitado más que a subir y a bajar la misma página de twitter con la esperanza de que algo cambiara, de que algo despertase su atención y al ver que no había novedades, apagó el aparato y se durmió

El Juego Del AhorcadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora