No llevaba mucho en aquél pueblo, pero lo necesario como para haber tenido tiempo de encontrar un grupo en el que encajar. Apenas pasaba por casa, sólo acudía allí a dormir, asearse y para las comidas. Seguía alimentándose de pan, agua y alguna que otra fruta, excepto cuando cenaba con su tío, que la obligaba a comerse un buen plato de lo que fuera.
Por las mañanas salía a correr, se duchaba y se encargaba de recoger y limpiar la casa. Por las tardes bajaba a la playa, a jugar, o intentar coger algo de color en las pocas partes del cuerpo que permitía que se viesen. Por las noches volvían a la playa, hacían una pequeña hoguera y pasaban las horas contando historias de miedo, hablando o incluso a veces cantando, en compañía de una vieja guitarra que de vez en cuando, Ainoa una de las componentes del grupo, sacaba de paseo.
Le resultaba extraño e increíble la rapidez con la que la gente la aceptó. Contaban con ella para cualquier cosa que planearan, no era ella la que siempre daba y no recibía, y por primera vez sentía que ese era su lugar, que pertenecía a ese sitio, a ese grupo.
Pero a pesar de su cambio de vida ella seguía odiándose, y a la misma vez hiriéndose.
Ya apenas usaba el ordenador, el correo cogió telarañas y el Skype quedó abandonado junto con las conversaciones con Sandra, con la que hablaba tan sólo una vez a la semana.
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El Juego Del Ahorcado
Teen FictionY de la noche a la mañana todo cambia, todo lo que tenías se esfuma, y tú dejas de ser. Sientes como tu vida se te escapa de las manos y no puedes hacer nada para remediarlo, sientes como a medida que el tiempo corre, te descompones y con cada respi...