Se sentó en el banco y se dedicó a observar a la gente que aquella calurosa tarde de domingo paseaba por allí. El parque estaba lleno de niños que saltaban y corrían de un lado para otro, en el césped varios perros jugaban a perseguir una pelota que alguien se había molestado en lanzarles para que jugaran un rato, sentados en los diferentes bancos que rodeaban el recinto e incluso en el césped los adultos vigilaban a sus hijos mientras compartían lo que parecían ser entretenidas e interesantes conversaciones los unos con los otros.
Era la única persona de su edad que se había atrevido a pisar la calle.
Era Domingo y la mayoría de los adolescentes aprovechaban para estudiar (cosa que ella debería estar haciendo) o quedarse en casa jugando a cualquier estúpido juego. Pero allí se encontraba, sola en aquel solitario banco, viendo la vida pasar, contemplando como el tiempo pasaba y ni la acariciaba.
No esperaba a nadie, a media tarde canceló los planes que tenía con Sandra con la excusa de que iba a ir visita a casa, aunque ella sabía que la razón no era esa.
Una vez más, al terminar de comer recibió más noticias sobre esas personas que la molestaban a través de mensajes anónimos.
No fueron uno, tampoco dos ni tres los que recibió, fueron al menos cinco o seis. Cada uno con palabras desgarradoras, palabras que dejaban nuevas heridas en el corazón de la joven y abrían aquellas que luchaban por cerrarse.
Insultos y más insultos que llenaban páginas y páginas, muchos repetidos, otros eran nuevos, pero no por ello dolían menos. Los había de todos los tipos, para dar y regalar y aun así todavía quedaría alguno en el olvido. Desde un "Gorda "hasta un "Ojalá te mueras". Desprecios a los que en un primer momento no les dio importancia, pero que por culpa de las constantes repeticiones quedaron tatuados en su mente.
Esa tarde necesitaba pensar, estar sola, solo le apetecía desaparecer.
- Pero ¿por qué tantos mensajes y todos de seguido?, ¿y por qué a mí? - se preguntaba sin cesar.
No quería hacerlo, pero empezaba a creer que todo lo que le decían era real, que estaba gorda y era la única que no sabía o que a lo mejor no quería verlo.
Nunca antes había cuestionado su cuerpo, mucho menos su peso, pero esas indirectas tan directas que le mandaban, eran ahora las culpables de que se rayara aún más.
Se puso en pie en dirección a la farmacia, allí había una báscula que no sólo te decía tu peso, sino que también te media si la alimentabas con una moneda de cincuenta céntimos. Necesitaba saber cuánto pesaba, ansiaba saberlo, tan solo por curiosidad. Fue en la última revisión médica, la última vez que se subió a una máquina de esas, en junio del año pasado, nada más cumplir los 16, y lo hizo porque era lo habitual de las revisiones anuales, no por placer.
A medio camino recordó que era Domingo y que la farmacia de su barrio no abría, tan solo estaba el farmacéutico de guardia para atender las emergencias y estaba claro que pesarse... de una emergencia no se trataba.
Desvió la mirada hacia el reloj del móvil, eran casi las ocho aunque el sol siguiera dando guerra desde lo más alto, por lo que debía ir regresando ya si quería evitar tener que darle alguna explicación a sus padres.
Aceleró el paso y en un par de minutos ya había alcanzado su destino.
Se encerró en su cuarto y se plantó enfrente al espejo, se subió la camiseta y se quedó embobada contemplando su cuerpo, su piel, pellizcándose la poca carne que se dejaba agarrar.
Ella no se veía gorda, vale que no fuese una top Model, pero no entendía las comparaciones, por qué la comparaban con las focas, en ocasiones con las vacas. Y a pesar de que no las entendiera, allí se encontraba ella, observando su cuerpo.
- Pero... ¿Y si me estoy engañando? ¿Y si el espejo está reflejando a esa foca, pero estoy ciega y no puedo verlo? - se alteró.
Se frotó los ojos y volvió a mirar la silueta que aparecía al otro lado, pero seguía viendo lo mismo, nada había cambiado, todo seguía igual.
Tenía que pasar de los comentarios, de todos esos que se habían propuesto hundirla, pero ¿cómo? Podía ponerse unos tapones en los oídos y así no escuchar ninguna crítica, no leer, tampoco abrir lo que le enviaran, pero seguro que no por ello dejarían de acercarse a ella para darla alguna que otra colleja.
Por más que lo intentaba, las voces de sus compañeros siempre se repetían en su cabeza. Cada vez que cerraba los ojos su mente le jugaba una mala pasada enseñándola todos los mensajes, uno tras otro, remarcando cada insulto.
Eso a lo que la gente llamaba vida estaba acabando con ella, lenta pero dolorosamente.
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El Juego Del Ahorcado
Teen FictionY de la noche a la mañana todo cambia, todo lo que tenías se esfuma, y tú dejas de ser. Sientes como tu vida se te escapa de las manos y no puedes hacer nada para remediarlo, sientes como a medida que el tiempo corre, te descompones y con cada respi...