Eran las 7 de la mañana cuando la alarma sonó. Era la señal de que un nuevo día empezaba, la señal que le indicaba que su infierno no había acabado. La misma rutina de siempre; levantarse, sobrevivir y dormir. Salir de casa sonriendo a sus padres y al cerrar la puerta y salir a la calle, quitarse esa máscara y volver a ese rostro triste.
Caminar lentamente mientras dejaba que la música sonase, escuchando la melodía, atendiendo a esa letra que describía a la perfección lo que ella sentía. Cada sentimiento, cada emoción tenía su canción. Nadie, ni tan siquiera ella misma era capaz de explicar lo que sentía de la misma manera que lo hacía la música. Era su vía de escape, su puerta a otro mundo donde todo era diferente, su billete al más allá. Su única compañía en los momentos más oscuros, la única que prometió no dejarla nunca y se mantuvo fiel, una de las pocas razones que le quedaban para creer en un nuevo futuro, un nuevo comienzo, una salida de ese túnel tan negro.
Cinco minutos, quizá diez eran los que separaban su casa del instituto, poco tiempo, pero lo suficiente como para " intentar" alegrar un poco su mañana.
Pero, pasado ese breve periodo de tiempo llegaba a su destino, un destino poco deseado, incluso temido: El instituto.
Nada más entrar por esa puerta ocurriría lo mismo de siempre. Las miradas se volverían hacia ella, las risitas y comentarios por lo bajo aumentarían hasta llegar a formar un gran murmullo, algún que otro empujón que le haría tambalearse, alguna que otra zancadilla que le haría caer, insultos lanzados desde los diferentes puntos de ese enorme pasillo que cada día tenía que cruzar para poder llegar a su clase, donde se sentaría sola en una de las mesas de la primera fila.
Así era su día a día desde hacía ya... ya ni se acordaba del tiempo que llevaba así y mucho menos de la razón o las razones que la habían conducido a ese punto.
Ya se había medio acostumbrado a ese dolor, a ese vacío, a ese sentimiento de culpa. Sus oídos recibían cada insulto como el que recibe un saludo, su cuerpo se había habituado a los empujones, a cada uno de los moratones que lo adornaban. En resumen, ella ya se había hecho a la idea de que su vida sería así, al menos durante esos trágicos años que aún le quedaban en esa institución.
Había terminado creyendo que ella era la culpable de todo. Al principio no quería creerlo, pero con el paso de los días, de las semanas... terminó pensando que todo lo que le pasaba se lo merecía por ser tan estúpida, por ser sin duda una gilipollas. Todo lo que recibía, todo era porque ella se lo había buscado.
El odio que sentía hacia ella, hacia su forma de ser, iba en aumento. Se odiaba como nadie más la odiaba ¿Cómo había podido convertirse en semejante monstruo?
Pensamientos y pensamientos que invadían su mente constantemente. Y así se pasaba las horas de clase, perdida por unos de esos mundos fruto de su propia imaginación, su cobijo, el lugar a donde nadie podía llegar, en el que nadie podía entrar, donde nadie la podía molestar.
El camino de vuelta a casa solía ser tranquilo siempre y cuando no hubiera sucedido algo raro con sus compañeros y tuviese que huir corriendo.
Ese día llegó algo más tarde de lo habitual a casa. Por el camino se había encontrado con una ex compañera con la que solía ir a clase en el colegio y se entretuvo unos minutos hablando con ella.
Eran las 15:00 cuando por fin llegó a casa, se dirigió al comedor donde la esperaba un hombre alto, de complexión fuerte, pelo corto y canoso, y ojos azules.
- Parece que la pequeña de la casa acaba de llegar.
- Hola papá.
- ¿Así es como saludas a tu viejo tras estar dos semanas sin verle? no esperaba una fiesta, pero un abrazo o al menos una sonrisa... parece que no te alegras de verme.
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El Juego Del Ahorcado
Teen FictionY de la noche a la mañana todo cambia, todo lo que tenías se esfuma, y tú dejas de ser. Sientes como tu vida se te escapa de las manos y no puedes hacer nada para remediarlo, sientes como a medida que el tiempo corre, te descompones y con cada respi...