Cambio de aires

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Empezaron a aporrear la puerta tan fuerte que faltó poco para echarla abajo. 

- ¿Qué pasa?

- ¡Levántate!

- ¿Qué hora es?

- Las ocho y media.

- Todavía es pronto.

- Levántate que el bus sale en media hora y tu madre ha ido a por el coche. 

Diez minutos fue lo que tardó en arreglarse, coger la maleta y la mochila en la que llevaba algo de comida y algún que otro libro, y salir de casa.

Durante los cinco minutos de trayecto en coche no les dirigió la palabra a sus padres, seguía enfadada con ellos, cualquiera pensaba que la querían lejos. 

Ya en la cola para subir al transporte sus padres hicieron el intento de despedirse, pero ella les rechazó los besos y se alejó cuando le fueron a dar un abrazo.

- Olvidas el móvil - rompió el hielo su madre.

Ashey lo cogió con desprecio y tras darle la maleta al conductor para que la guardase, desapareció entre la multitud.

Cuando por fin abrió los ojos, ya había llegado a su destino final, Lloret De Mar, y el autobús ya se estaba deteniendo. Se había quedado dormida tras la última parada realizada y había permanecido así hasta entonces. 

Miró por la ventana y pudo ver el mar a lo lejos, pero le fue indiferente teniendo en cuenta que ella vivía a tan sólo unos minutos de la playa. 

Su reloj marcaba las cuatro de la tarde, aunque por el color oscuro del cielo podría haber pensado que la noche acechaba. 

Sus padres le habían dicho que en la terminal de autobuses le estaría esperando su tío, al que hacía ya varios años que no veía, por lo que dudaba que fuese capaz de reconocerlo.

Para su sorpresa el hombre no había cambiado nada. Seguía igual de gordo que siempre, con la calva deshabitada y como de costumbre ninguna sonrisa adornaba su cara. De no ser porque era blanco y tenía cinco dedos en cada mano, cualquiera le hubiera confundido con Homer Simpson.

El abrazo de bienvenida fue tan fuerte que poco le faltó a la joven para quedarse sin costillas.

- ¿Cómo está mi sobrina favorita?

- Muy bien.

- Me alegra oír eso.

- Gracias.

- ¿Qué más me cuentas?

- Pues no sé.

- Seguro que hay algo de lo que hablar.

- No mucho -mintió. Tenía infinitas cosas de las que hablar, pero no con un adulto, con el que primero no tenía confianza, y segundo se sentía incómoda.

- Trae anda, dame la maleta, que tiene pinta de pesar.

- Gracias. ¿Vamos en coche?

- No, vivo a tan solo diez minutos andando y así vas conociendo un poco el pueblo.

- Ah vale. 

- Sé que has venido aquí obligada, pero te gustará esto.

- Eso espero — susurró.

- ¿Ves ese cartel grande de allí al fondo? - Le preguntó mientras señalaba con el dedo un cartel gigantesco de publicidad.

- Si.

- Pues si giras a la derecha llegas al puerto, pero tranquila ya me encargaré de enseñártelo.

- ¿Y a la izquierda? 

El Juego Del AhorcadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora