A las once en punto sonó la alarma que anunciaba la llegada del recreo. La media hora de descanso más esperada por todos, un mini recreo que anunciaba la llegada de la media mañana.
Como de costumbre la pequeña recogió sus cosas lo más despacio posible, evitando encontrarse con algún profesor que le obligara a bajar al patio junto con el resto de sus compañeros.
Una vez recogida la mesa se volvió a sentar, se puso los cascos y como en cada descanso agachó la cabeza usando sus brazos de almohada. Cerró los ojos y dejó que la música llenase su cuerpo recorriendo como si de sangre se tratara, cada recoveco. Sentía escalofríos cada vez que escuchaba las canciones con las que más se identificaba. ¿Cómo era posible que una canción describiese tan perfectamente algo que ni ella misma sabía que sentía? Era algo demasiado extraño, algo inexplicable que a diario se preguntaba.
Canción tras canción se fue consumiendo el recreo, esa media hora que todos aprovechaban para hablar, cotillear, hacer planes o hacer algo de deporte....Ella la usaba para calmar sus oídos.
De repente un golpe en la mesa le hizo sobresaltarse.
- Hombre Ashley ¡Con que estabas aquí! - Exclamó una voz.
- Llevábamos tiempo buscándote, pensábamos que te habías ido a llorar al baño como sueles hacer - añadió una segunda.
Ashley levantó la cabeza y observó cómo unas cinco chicas habían hecho un corro entorno a ella, pero solo se dedicó a mirar, no se molestó en abrir la boca.
Finalmente volvió a bajar la cabeza ignorando a sus compañeras.
- ¿Habéis visto como nos ignora la puta ésta?
- Tú, levanta la cabeza.
Pero la pequeña hizo oídos sordos.
- ¿Estás sorda o qué?
Pero no obtuvieron respuesta.
- La pava ésta está pidiendo una hostia a gritos, eh chicas.
- ¿Una solo?
- ¡Tú! ¡Vigila la puerta! - Gritó una mientras señalaba a otra que lo hiciera.
Debía de ser la cabecilla del grupo, ya que todas la obedecían.
Una vez vigilada la puerta, la chica se acercó a Ashley que seguía cabizbaja, la agarró de la coleta y tiró de ella con todas sus fuerzas hacia atrás, haciendo que un pequeño grito llenara la sala.
- ¿Te costaba mucho mirarnos? – Preguntó.
Una vez más no obtuvo respuesta.
- ¡Te estoy hablando zorra asquerosa! - Dijo levantando la voz.
Y al no obtener respuesta le estampó su mano derecha en la cara.
- A ver si así te lo piensas dos veces y cuando te hable me contestas - dijo mientras se iba.
Cuando los pasos cesaron, la pequeña se llevó la mano a la cara donde había recibido el golpe y se acarició la mejilla. No tenía espejo, pero por el escozor que sentía seguro que estaba roja.
Tenía ganas de llorar, pero el recreo estaba a punto de terminar y no iba a darles el gusto de que la vieran así; por lo que se levantó, cogió la mochila y salió de la clase a paso rápido para evitar que la descubrieran, y aprovechando que la puerta del edificio de bachillerato seguía abierta y sin vigilancia, se fue.
Una vez en la calle empezó a caminar sin rumbo fijo, en verdad el destino era lo de menos, lo único que buscaba ahora mismo era perder de vista aquél edificio.
Bajó toda la calle hasta llegar al parque donde de pequeña jugaba y se sentó en un banco.
No tenía muy claro qué hacer, ni tampoco el por qué había acabado allí sentada en ese banco pudiendo irse a casa, pero allí se encontraba.
Se quedó mirando al suelo durante un largo tiempo dibujando sobre la arena con la ayuda de un pequeño palo. El tiempo se le hacía interminable, parecía que no corría, que se había detenido y junto con el tiempo el mundo entero. No había nadie en los alrededores, ni rastro de esos señores mayores que tras jubilarse el único entretenimiento que tenían en el día era el juego de la petanca, ni gente paseando a sus perros, tampoco corriendo, todo estaba en calma.Todavía seguía preguntándose qué hacía allí sentada pudiendo irse a casa, sus padres estaban trabajando y no habría nadie que la delatara.
Era la primera vez que se iba de clase, que se iba del instituto sin permiso, estaba haciendo pellas… no podía creérselo. Nunca antes lo había hecho y nunca había pensado que llegaría el día en que lo fuera a hacer. ¿Y ahora qué se suponía que debería hacer, quedarse con los brazos cruzados sin hacer nada o tomar cartas en el asunto? Pero… ¿qué cartas iba a tomar? Está claro que podía chivarse, contarles los últimos acontecimientos a sus padres, quizá a los profesores, pero... ¿quién le iba a asegurar que aquello arreglaría las cosas? Lo mismo solo las empeoraba, quién sabe.
ESTÁS LEYENDO
El Juego Del Ahorcado
Teen FictionY de la noche a la mañana todo cambia, todo lo que tenías se esfuma, y tú dejas de ser. Sientes como tu vida se te escapa de las manos y no puedes hacer nada para remediarlo, sientes como a medida que el tiempo corre, te descompones y con cada respi...