Karin no podía creer la suerte que tenía.
El clima perfecto de Konoha, en la temporada más estable del año, la había traicionado, dejándola atrapada en una minúscula parada de autobús sin abrigo ni paraguas, y el destino de sus mejores zapatos dependiendo de que ningún conductor se acercara mucho al borde.
Pensó en sus opciones. Si tan solo pudiera llegar a salvo a la estación de tren, podría ir primero al departamento para cambiarse y alcanzar a Suigetsu, que, con suerte, ya había conseguido echar a la cosa esa.
No podía creer que lo pensara, pero la prefería en el departamento en que ellos vivían que en el que tenían que vender.
—Solo unos meses más —murmuró.
Estaba convencida de que la oportunidad de negocio era ridículamente buena. Cuando Sasuke presentó el plan de negocios, no se creyó que realmente no se le hubiera ocurrido a alguien más, al menos en una ciudad tan grande como Konoha.
Si bien existían los servicios separados, la limpieza y los bienes raíces, el paquete completo había llamado mucho la atención, solo restaba demostrar que funcionaba, que podían lograrlo.
Pero... ¿y si no? ¿Y si tenía que hacer videos hasta que fuera demasiado vieja como para captar público?
Frunció levemente el ceño. En todo caso prefería eso que casarse con algún viejo pervertido.
Forzó la vista para tratar de distinguir el número de ruta del autobús que se aproximaba. La lluvia hacía borroso todo porque sus gafas se estaban empañando.
Y pensar que estaba por agendar su cita para la cirugía correctiva.
El autobús se detuvo, aun así, dudó un poco antes de subir. Sujetó su bolso en cuanto vio a alguien acercarse por el rabillo del ojo. Un asalto era lo que menos necesitaba.
Si todo salía mal, de nuevo, quizás debería mudarse a un sitio donde no supieran de sus estrepitosos fracasos, pues, aunque el primero había sido juego sucio por parte de Orochimaru, si el segundo no se daba, jamás podrían aclararlo.
¿Y a dónde iría?
Definitivamente no iba a volver a Kusa, jamás, ni en mil años, ni aunque de eso dependiera su vida. Su madre había sacrificado mucho para poder sacarla de ahí como para volver solo porque era un sitio barato para vivir.
La lluvia no amainó, por el contrario, parecía que se había intensificado, de modo que, desde que se bajó del autobús hasta la puerta del edificio, quedó convertida en un tipo de sopa humana. Subió a toda prisa, tenía que secar sus zapatos antes de que se arruinaran, los chicos podrían esperar.
Tomó un paño de la cocina y el rollo de toallas de papel, puso los zapatos en la barra y empezó a pasarle el paño. Concentrada como estaba, no se percató de cómo la lámpara sobre su cabeza se movía imperceptiblemente.
—¡Maldito huracán!
Karin saltó en su sitio por la entrada abrupta de Suigetsu.
Lo escuchó maldiciendo un poco más mientras se quitaba los zapatos. Desde que había instalado el piso del departamento, su perspectiva sobre el cuidado que le debían dar al que tenían en casa, se había vuelto casi obsesiva, regañándola por caminar con tacones de aguja en la habitación.
Solo de recordarlo, supo que se había puesto roja.
Esos zapatos, otros de los supervivientes de la venta de ropa y accesorios de su armario, los había guardado para "una ocasión especial", pero al final, se habían vuelto el fetiche favorito de su público en la webcam.
Si no fuera por estar jugando con ellos, en un tipo de baile promocional, Suigetsu jamás habría entrado, encontrándola en una situación comprometida.
Lo verdaderamente raro era que no se lo hubiera echado en cara.
Vio a los dos pasar a medio vestir, estaban discutiendo algo que ya no tenía que ver con el clima y aparentemente no se habían dado cuenta de que estaba ahí, tanto que incluso se detuvieron un momento justo frente a ella.
—Creo que deberías considerar la opción, ¡Ya pasamos la lista completa! —decía Suigetsu.
—No es tan fácil como lo quieres hacer parecer.
Karin los examinó de arriba abajo, se habían quitado los zapatos, la chaqueta y el pantalón, dejándose solo las camisetas pegadas a sus cuerpos.
Podría vender muy bien algunas fotos de esos dos.
—No me había dado cuenta que tienes un lindo trasero —dijo.
Los dos giraron el rostro, reparando en su presencia.
—¿Quién de los dos? —preguntó Suigetsu.
Ella se encogió de hombros. Empezó a hacer bolas de papel con las toallas para meterlas en sus zapatos, y se fue a su habitación.
—¿Qué haces? —preguntó Sasuke, cuando Suigetsu se inclinó para mirarlo.
—Pues no creo que te haya dicho a ti.
—Idiota.
Sasuke resopló y siguió su camino a la habitación. Suigetsu todavía se quedó un momento, girando el torso.
—Me dijo a mi —aseguró.
—¿Qué? —preguntó Jūgo.
—¡¿Por qué mierda no estás empapado?!
—Ah, tenía un impermeable, lo dejé en la entrada.
Suigetsu lo miró con resentimiento.
—Será mejor que te bañes, o podrías resfriarte — le dijo Jūgo con toda tranquilidad mientras iba a la cocina, era su turno para hacer la cena —¿Cómo les fue?
—Terrible, el viejo ahuyentó a todos los candidatos a exorcistas.
—¿El viejo?
—¡Ah! Es que verás...
El estridente golpe hizo que Karin y Sasuke salieran de la habitación.
La lámpara de la cocina le había caído en la cabeza a Jūgo, desplomándolo sobre el suelo.
Los tres lo rodearon, sintiéndose vagamente aliviados cuando notaron que solo tenía una pequeña herida en la frente y ya empezaba a reaccionar.
—Bueno, había poca distancia entre la lámpara y su cabeza —dijo Suigetsu, consiguiendo que Sasuke rodara los ojos.
—¿Hola? —preguntó Jūgo, tratando de enfocarlos.
—¿Hola?... Pensé que estabas muerto —dijo Karin.
—Sasuke, yo digo que es tiempo de hacerlo. No podemos pelear en dos frentes a la vez.
—¿Hacer qué? —preguntó Karin.
Sasuke gruñó por lo bajo.
—Suigetsu quiere hacer un Kodoku.
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La conjura de los INcrédulos
FanfictionQuebrados, desempleados, abandonados y muy endeudados, Sasuke, Karin, Suigetsu y Jūgo deberán enfrentar su fracaso como adultos profesionales independientes, en un sitio del que no podrán escapar... tal como pasó a los últimos inquilinos. /•/ Ficto...