¿Ah?

45 9 5
                                    

—Pensé que no íbamos a comprar el librero para la colección del horror —dijo Karin saliendo del baño, cuando Jūgo y Suigetsu consiguieron meter el mueble en el departamento.

Los había escuchado quejarse del ridículo peso mientras se alisaba el pelo con la plancha que le había prestado Ino. Estaba segura que esa no la había vendido porque la ocupaba con cierta frecuencia, pero desde que se mudaron no la había encontrado, y empezaba a sospechar que se había quedado en el cajón de su antigua oficina.

—No es para eso —repuso Sasuke, cerrando la puerta a su espalda —. Es el problema de la bodega.

—¿Y con qué viene? —preguntó, asomándose desde el baño.

—¿Con qué va a ser? —respondió Suigetsu dejándose caer en el sillón —. Con una loca endemoniada.

—Todo suyo —dijo Jūgo, pasando al lavamanos junto a Karin para lavarse la cara. No había sudado realmente, y ese simple gesto hizo que todos lo miraran con picardía.

—Linda noche —le dijo Karin, examinándolo de arriba abajo y dándole su visto bueno.

Jūgo desvió la mirada y salió del departamento antes de que alguien más, especialmente Suigetsu, dijera algo.

—Al menos alguien sacó algo bueno de la desgracia de nuestras vidas —se quejó Suigetsu.

—No te pongas celoso, mejor ve a cambiarte, no pienso salir contigo así.

Suigetsu enarcó una ceja.

—Yo tengo planes también, remolacha.

Karin resopló, con las manos en la cintura y pelo a medio planchar miró a Sasuke, aunque este tardó unos segundos en darse por aludido.

—Dijiste que íbamos a salir.

—Pues vamos —le dijo, devolviéndole el ánimo suficiente como para terminar de arreglarse el pelo, aunque esta vez cerró la puerta del baño.

Mientras tanto, Suigetsu solo se le quedó mirando, hasta que obligarlo a percatarse de que ignorarlo no lo desaparecería.

—¿Qué quieres?

—Pienso que deberías decirle que sabes.

—¿Cómo se supone que se aborda un tema así? Se supone que ni tú sepas.

—Pero ella sabe que yo sé, y seguramente sabe que sabes.

—Entonces, ¿para qué le digo?

Tendido en el sillón a todo lo largo de su cuerpo, con una pierna en la codera, un brazo debajo de su cabeza y el otro tocando el suelo, Suigetsu se limitó a sonreír de esa forma tan peculiar que solo él era capaz de lograr para ponerlo realmente incómodo, y en ese caso muy concreto, hacerle creer que había algo que él sabía y no se lo estaba compartiendo, que no tenía anda que ver con el segundo empleo de Karin (o tercer, o cuarto, según se mirara).

Se quedaron un rato más en silencio, con el inmenso librero a mitad de la sala. Aunque con la falta de muebles no estorbaba. Habían decidido que se lo quedarían, solo que le buscarían el sitio más adecuado.

—Ya sé cuál es el problema —susurró Sasuke.

—¿Al fin? Pensé que tendría chivar otra vez.

—¿Lo sabías?

—Pues sí, es muy obvio. Todos lo sabían.

—No creo, habrían hecho algo antes.

—¿Y qué querías que hiciéramos? ¿Encerrarlos en un armario como si estuviéramos en la secundaria?

—¿Dé qué estás hablando?

La conjura de los INcrédulosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora