only angel 𖦹 jj maybank.

23. i do.

capítulo veintitrés:
acepto.
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Todo sería más fácil si solo pudieras cerrar los ojos y dormirte al instante. Nadie quiere forzar a la mente a apagarse, no es fácil engañar a esa gran arma maestra. Hay quienes les resulta fácil, esos a quienes sus demonios o arrepentimientos no persiguen, los que se pueden acostar en su cama y quedar plácidamente dormido. Luego estaban los que incluso tomaban pastillas para dormir, y aunque Leila tomara cinco, probablemente seguiría despierta.

Hubo un punto en que pudo dormir unos minutos, sintió su cuerpo y músculos relajarse. Era todo lo que quería luego de un largo día, pero aquel dolor de cabeza punzante no la dejó avanzar mucho en sus sueños. Aquellos colores cálidos en su cabeza se tornaron en pesadillas y horribles colores fríos. Abrió sus ojos, suspirando exhaustamente, la rubia solo quería dormir y solo ponerse a pensar qué hacer en la mañana, pero su cerebro le obligaba a pensarlo en el momento.

Probablemente serían las tres de la mañana. No sabía si los pogues estarían despiertos a esa hora. Seguramente JJ si lo está, pensó vagamente mientras sentía como aquel gato se acomodaba en su viente, espetando sus pequeñas patas en su piel y calentando a la rubia con su pelaje. Miró su teléfono, el brillo la obligó a entrecerrar los ojos, y su corazón dio un vuelco cuando un mensaje de texto le llegó.

estúpido jj
a tu derecha.

Su cabeza se giró en aquella dirección, y casi se levantó aturdida al ver al rubio parado a unos pocos metros de ella. El pequeño felino, al que Leila había bautizado como Mooney, salió disparado del sofá y se ocultó en uno de los barriles ante la presencia masculina del rubio. Este guardó su teléfono en su bolsillo trasero, mientras la chica se acomodaba en el asiento en silencio. Un gran alivio recorrió su cuerpo al saber que no estaba sola en esos momentos, pero luego recordó las palabras que intercambió con el rubio aquella tarde, y una oleada de culpa la golpeó tan fuerte como una ola rompiendo en las rocas de la costa. Tragó saliva, sintiendo como el pogue se sentaba a su lado. Su simple presencia hacía que la rubia quisiera abalanzarse sobre él, abrazarlo y no soltarlo... sin razón alguna.

—¿Qué haces aquí? —soltó aquellas simples palabras. Se atrevió mirarlo a los ojos, y poco a poco la noche fría se tornó en un habiente cálido y algo familiar.

—Sabía que estarías aquí, no lo sé —el rubio también miró su rostro, el cual estaba limpio a pesar de todo lo ocurrido en el día—. No te podía dejar sola, Leila. A decir verdad, ni siquiera los pogues lo quieren, ninguno te culpamos de querer dejar Outer Banks —sonrió alivianando la tensión entre ambos, haciendo que la rubia también soltara un bufido que pretendía ser una risa.

—Yo fui un poco torpe al hablar, la verdad. No quise sonar malagradecida, jamás. Simplemente me dejé llevar. Además, no podremos recuperar el oro, pero si podremos tomar algo de dinero y vengarnos —le regaló una media sonrisa mientras golpeaba su hombro con el del chico.