Capítulo 08: Ensueño austero.

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Sentía que alguien acariciaba parte de su figura, mientras entre resoplidos leves y el canto de las aves, sobre el pasto posaba dormida. Nuevamente, el aroma de flores particulares se impregnaba en sus fosas nasales, mezclado con el de algunas hierbas de cocina.

Otra vez el mismo sueño.

El viento sacudía sus castaños y oscuros cabellos; ahora sueltos y libres como riachuelos contorneando su espalda y hombros. Aquella mano áspera y curtida por el trabajo, continuaba acariciándola, pero no con otra intención que no fuese una cálida y pacífica.

La caricia de un padre contemplando a su bella hija.

Abrió los ojos luego de esbozar una sonrisa en su pálido pero saludable rostro, y entre algunos rayos del sol, logró ver el rostro de aquel hombre algo añejo pero de expresión confiable. Tan imponente como cariñoso con sus seres queridos.

Continuó sintiendo esas caricias dulces, hasta que una risa infantil obtuvo su atención. Frente a ella, una joven de cabellos dorados y mejillas rosadas, con un suave y holgado vestido blanco, reía y era acariciada por la mano restante del mismo hombre. Oh, su otra hermana. Su pequeña flor pura y risueña.

Luego notó como en el cielo, algo similar a las nubes grises de una tormenta próxima a llegar, ocultaron la lucidez del día. La joven por momentos había olvidado su nombre, hasta que la voz de aquel hombre lo mencionó.

«Manreet»

Tan áspera como cálida y dulce. El hombre pareció ayudarla a levantarse, al igual que a la pequeña rubia de vestido blanco, que a su lado estaba. Ambas figuras guiándola por el pastizal amplio de lo que parecía ser una isla.

El oleaje del mar y el aroma a sal era otro clásico distintivo de ese lugar. De su hogar.

El hombre la guió a ella y a la pequeña rubia, hasta lo que parecía ser un gran molino de viento. Allí, su único refugió aguardaba.

Bellas extensiones florales rodeaban el molino. Ese era el jardín del que cuidaba la esposa de aquel hombre. El jardín de Anthea. El jardín de su hermosa madre.

Las risas de ella mientras descolgaba la ropa de un tendedero, ayudada de una Castalia muy alegre pero calmada, los recibieron. El hombre abrazó a la mujer y recibió un beso de esta, así como un abrazo de su otra hija. De su princesa mayor.

Manreet continuó caminando. Recién notaba el vestido blanco que llevaba puesto, así como las flores que decoraban su castaño y extenso cabello. Todos vestían de blanco, y aquello, le hizo sentir que estaba en un campo de ángeles.

La tormenta llegaba, y nuevamente, un trueno no muy lejano dio su advertencia final. Anthea guió escoltada del hombre aquel, la entrada del molino. Castalia los seguía llevando atados de ropa en sus brazos, y Manreet ayudaba cargando a su pequeña hermana de cabellos dorados.

Todo hubiese seguido de forma tan pacífica y alegre, de no ser por el sonido del oleaje golpeando con rudeza las rocas de la playa. Caravanas de barcos con apariencia no pesquera, rodeaban parte de las costas. Navegantes. Expedicioneros. Corsarios. Piratas. No, nada de eso.

Solo hombres descendiendo de los barcos mientras anclaban no muy lejos de la orilla, y parecían dirigirse al molino.

Si allí no viajaba su amado, cosa que era prácticamente imposible porque debería estar en Atenas, entonces, ¿quienes eran esos hombres?

Truenos al cielo. Relámpagos a lo lejos. Lluvia a solo metros. Gritos y llantos suplantando risas y anhelos. Separación en proceso. Promesas al viento. Sogas atando y reprimiendo sus cuerpos. Un padre y una hija que intentaban imponer resistencia. Una madre y sus otras dos joyas subiendo a un barco extranjero. Olas impactando con rudeza entre frías tormentas y en plena disputa del mar Egeo. Ruegos a dioses paganos suplantados por la cruz de plata que una madre recibió de un prisionero. Rezos igualmente ignorados y palabras de consuelo.

Perfidia • 〚 ᴰᵃⁿⁱᵉˡᵃ ᴰⁱᵐⁱᵗʳᵉˢᶜᵘ ˣ ᴼᶜ 〛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora