En un país lleno de rosas, caminaba la bruja cómo si nada, acompañada de su fiel compañero quién volaba sobre ella. Llegó a una casa que no parecía ser demasiado grande. La pelirroja tocó a la puerta, siendo recibida recibida por una mujer de cabellos rojos. Aunque Circe no se alegraba de verla, debía mantener su porte.
—Buenas tardes, vengo de la escuela Night Raven —comenzó a presentarse con un tono tranquilo, haciendo sus ojos brillar en un color amarillo intenso, no quería tener que dar explicaciones sobre su aspecto de nuevo—. Mi nombre es Circe, señora Rosehearts, soy profesora allí.
—Ah —la mujer no sabía que responder, la visita de uno de los profesores fue muy sorpresiva. Sin embargo, dejo entrar a la pequeña bruja. A pesar de medir 1,20 metros, esto último gracias a sus tacones de 5 centímetros, sus pisadas eran imponentes, haciendo un fuerte ruido con su tacón—.
Ambas mujeres fueron a la sala de estar y cómo si fuera su casa, la bruja se sentó en un sofá, cruzando sus piernas. Miró fijamente a su anfitriona, quién se sentó en frente de ella.
—... Disculpe, de haber sabido que tendríamos visita, habría preparado algún tentempié —dijo la más alta, un poco nerviosa, mirando cada movimiento de Circe—.
—Oh, por eso no se preocupe —chasqueo los dedos de su mano derecha y ante ella aparecieron dos trozos de pastel, una para cada una—. Los he preparado yo.
—No soy fan del dulce —respondió la anfitriona a su invitada, observando cómo la bruja comía un pequeño pedazo de su pastel de fresa con chocolate, provocándole cierta molestia—.
—Claro, porque para usted es veneno —respondió al instante la invitada, saboreando el chocolate que había quedado en su tenedor—.
—¿... Cómo sabe usted eso?
—¿Cree que no habló con mis alumnos? —señaló a la adulta con él tenedor, teniendo un trozo de su pastel—
—¿A caso Riddle ha hecho algo mal? —la mujer trago saliva, teniendo que su único hijo hubiera cometido algún error, más al ver la mirada furiosa de Circe—
—¿Así que crees que tú hijo a hecho algo malo? Qué mala madre —el cuervo grazno, mientras los ojos marrones de Circe se volvían de nuevo amarillos mientras una sombra aparecía detrás de ella—...
—¿Que es lo que-?
No pudo terminar su frase, pues de un momento a otro la oscuridad dominó la habitación, quedando solamente ellas, los asientos que ocupaban ambas y la mesa. La mujer se levantó de su lugar, confundida por la situación.
—Si nos hubiéramos conocido cuando era una mercenaria, te habría convertido en uno de mis Sin Corazón —dijo la bruja mientras terminaba de comer su trozo, luego se levantó—. Por suerte para usted no lo soy.
—... ¿Por qué está haciendo ésto?
—... Porque él es mi persona más importante —susurró para si misma, para luego invocar a un Sin Corazón detrás de ella—. No le incumben mis razones señora Rosehearts. Simplemente, quiero darle una cucharada de su propia medicina.
—¿Q-Qué piensa ha-hacer? —pregunto con una voz temerosa la más alta, temiendo lo peor. Cerró los ojos—
—... Cobarde —tras esas palabras la bruja agarró el trozo de pastel y se lo lanzó a la mujer en toda la cara, asustandola—. Soy una profesora, mancharia mi expediente el matar a la madre de un alumno. Sólo quiero darle una advertencia.
—¿Por qué...? —dijo la mayor, tocandose la cara, notando la fresa en su mejilla—
—Santa Claus deja carbón a los niños malos, yo regaño a los adultos —respondió en corto, agarrando un trozo de tarta, agarró la barbilla ajena y abrió la boca, metiendo un trozo en esta para que lo masticara. No dejo que lo escupiera, incluso posó sus manos en los labios para que tuviera su boca cerrada—. La próxima vez no seré tan amable.
La habitación volvió a la normalidad, mientras Circe salía con calma de la casa a la vez que Ulises la seguía. Tras cerrar la puerta y dar un par de pasos, la bruja se llevó su mano al pecho mientras el cuervo se poso en su hombro, acariciando su mejilla con su pico.
—... Estoy bien Ulises —lo tranquilizó la hechicera—. La Llave de los Corazones no ha absorbido todo mi poder, así que, aunque haya sido infantil... Tenía ganas de decirle a esa mujer lo que pensaba.
El cuervo se posó sobre la cabeza de la pelirroja, alteando más animado. Circe miró a la casa una última vez, antes de cruzar el portal de la Oscuridad que le permitía viajar entre mundos.
—... Yo sólo quiero que él sea feliz.