En los jardines del castillo Disney, en los arbustos, había escondida una pequeña niña pelirroja, justo tras un cerdo que tocaba una trompeta. Aguantaba su pequeña risa para que nadie la escuchará y de vez en cuando asomaba su cabeza un poco. Entonces, escucho unos pasos que iban acompañados de un sonido metálico.
—¡Ciiiiiirceeeeeee! —grito una voz jocosa, seguido de una risa divertida—.
—Si la llamas así, seguro que no va a aparecer —habló otra voz, una a la que muchos no podían distinguir por mucha atención a esta, ya que era inentendible salvó para Circe, quién estaba acostumbrada a escucharlo desde que nació—. Además, estamos jugando al escondite, y para ganar no deben encontrarte.
—Ahiac, tienes razón Donald —respondió el soldado, caminando mientras observaba detrás de unos arbustos—... Ah —suspiro nostálgico—, esto me recuerda a cuando mi Maxi era de la edad de Circe, a él le gustaba mucho jugar conmigo...
—Ojalá pudiera decir lo mismo de mis sobrinos —habló el pato, recordando cómo el clásico trío de pequeños patos le gastaban bromas a su tío—... Pero Circe es igual de buena que su mamá, así que no tengo que preocuparme por-
—¡Bu! —Circe se había puesto a caminar detrás de perro y pato cuando pasaron por el arbusto en él cual ella estaba escondida, asustando así a Donald quién dio un gran sobresalto, provocando una risa traviesa en la niña— Él tío Donald es fácil de asustar, jeje.
—¡Oh Donald, encontré a Circe! —entonces Goofy tocó el hombro de la niña, quién sonrió. No le importaba haber perdido, ya que esa pequeña jugarreta la animó—
—Tío Goofy —lo llamó la niña, agarrando la mano de éste—, tengo hambre, ¿ya es la hora de comer?
—Oh, es verdad —entonces, el perro miro a Donald—, yo también tengo hambre, ¿vamos a comer?
—... Sí —Donald ya se había recuperado del susto y prefería no volver a jugar, por si Circe se le ocurría volver a repetir la misma broma—. Volvamos al castillo, seguro que la reina y Daisy nos están esperando.
El trío camino al interior, mientras la pequeña Circe de 7 años observaba como las escobas iban caminando de un lado a otro, limpiando sitios que eran inalcanzables para ella. También veía a algunos personajes que eran similares a los amigos de su madre, pero no los saludaba, ya que parecían muy concentrados en lo que hacían. Al final llegaron al gran comedor, siendo recibidos por la reina Minnie y su dama de compañía, la pata Daisy.
—Tía Minnie, tía Daisy —saludo la niña, soltando la mano de Goofy—.
—Oh, ¿ya has jugado hoy Circe? —habló la reina, feliz de ver que, a pesar de tener la ropa sucia, la pelirroja se había divertido, pues la misma asintió—
—Circe, ya te hemos dicho que debes llamar a los reyes por sus majestades —dijo Donald, aún sin acostumbrarse a que tratara de esa forma a quién se encargaba del reino—.
—Oh, vamos Donald —regaño la pata a su pareja—, es una niña, puede llamar a su majestad cómo ella guste.
Donald no tuvo nada que objetar, ya que sería una mayor confusión para Circe que de nuevo volvieran a discutir él cómo debía tratar a los reyes del castillo, pues al final seguiría llamándolos tíos.
Después de comer, Circe fue llevada al despacho del rey, acariciando a Pluto, el perro que vivía en el castillo, mientras Donald y Goofy habían ido a patrullar el palacio para vigilar que no entrase nadie. El animal acabó lamiendo la cara de la pequeña, no pudiendo evitar dar una risa.
—Me haces cosquillas Pluto —escucho la risa de la reina, pues llamó su atención—... Tía Minnie, ¿cuando llegarán mi mamá y mis tíos? —preguntó con curiosidad—
—Tienen una reunión muy importante con Yen Sid —respondió la monarca, quién revisaba los libros—, así que no sabremos cuando volverán.
Circe inflo la mejilla un poco molesta, pues le gustaba pasar tiempo con su familia.
—Ven conmigo —habló la reina al ver la decepción de la pequeña que desapareció apenas escucho esas palabras. Ambas caminaron hacia la sala del trono, mientras la niña de preguntaba que podía ser—.
Tras mover el gran asiento, ambas bajaron por un pasadizo que llevaba al sótano, pudiendo distinguir una piedra angular de forma esférica.
—Está es la Piedra Angular de Luz, nos protege de la oscuridad que quiera ingresar al castillo —hablo la reina, quién era observada por la niña—. Mientras tú familia protege a otros mundos de esta misma.
—... Mi mamá... ¿Es cómo está piedra? —asintió como respuesta la monarca, mientras la niña observaba la piedra—... Mamá es muy guay.
—¡Y tú también lo serás Circe! Seguro que en el futuro tú también podrás proteger a todos de los Sin Corazón.
La niña sonrió animada, feliz de ver que la reina confiaba en ella. Entonces, la pequeña sintió un dolor en em cuello y, más pronto que tarde, la actual Circe despertó.
Se había quedado dormida en su mesa, ya que había estado leyendo un libro tras cenar en ese mismo sitio. Aún después de ser resucitada, aún mantenía costumbres de su vida inmortal. Miró el reloj que había en lo alto de la pared, eran las 5 de la mañana y aún así, el cuerpo le dolía.
—... Ojalá haber aprendido cura —se dijo a si misma la ex-bruja, levantándose de la silla y yendo a su cama para acostarse, sin embargo, el sueño que tuvo la hizo pensar, sintiendo decepción de si misma—... Fue todo lo contrario, su majestad.
Recordó la Piedra Angular rota mientras ella lloraba estando de rodillas. Era una imagen que le rompía el corazón, pues aún no podía olvidar el estado en el qué encontró aquel lugar. Más temprano que tarde, volvió a quedarse dormida, sin volver a soñar con el pasado.