La bruja miraba fijamente a la estatua de la reina malvada. Si pudiera sentir algo en ese momento sería un dolor de cabeza, pues aún seguía sin comprender porque estaban allí. Camino hacia la biblioteca, pues había pasado los últimos días allí investigando si quedaban restos de lo que ella conocía. A su vez, en su cabeza surgió una pregunta, ¿seguía vigente el legado de las Princesas del Corazón?
En él camino, se topo con uno de sus alumnos, más bajo que Riddle por unos cuatros centímetros. Era Epel Felmier, la representación de la manzana envenada. Lo miró detenidamente, notando que su uniforme estaba sucio por la parte de las rodillas. Entonces, habló cómo profesora.
—Señor Felmier, ¿a dónde va así?
El mencionado se quedó paralizado por unos segundos, girando levemente su cabeza, mostrando un rostro lleno de preocupación, cómo un niño temeroso de ser regañado por su madre al hacer una travesura.
—... Pro-profesora Circe —tartamudeo, evitando la mirada de la más baja—... Voy a mi habitación...
—No se habrá peleado de nuevo con otro alumno, ¿verdad?
El chico cambió rápidamente su rostro a uno de terror, teniendo que fuera castigado por haber sido pillado. Circe dio un suspiro y miró al menor con seriedad.
—... Es molesto que te juzguen por tú aspecto infantil —comenzó a hablar, posando sus manos en su cintura–. Un consejo que suelen dar es que los ignores, pero para personas como nosotros no es tan fácil evitar los comentarios que nos hacen menos. Entiendo que quieras devolver el golpe, pero la fuerza bruta no es la única respuesta señor Felmier —el varón la miró con curiosidad por sus palabras—. Uno debe ser sutil y paciente, puedes aprovechar tu aspecto adorable para sorprenderlos. Habló por experiencia.
Tras esas palabras, alzó su mano y con magia limpió la suciedad del pantalón de su alumno.
—Ve con calma a la habitación, el señor Schoenheit no estará al tanto de esa pelea. La próxima vez no te ayudaré.
—... Gracias profesora —no dijo nada más, se despidió y dejó a la bruja sola de nuevo en la plaza—.
Ulises graznó desde un árbol, alertando a la pelirroja de que alguien se acercaba. La pequeña mujer giró su cabeza y vio al líder de la habitación de Pomefiore acercarse a ella.
—Señor Schoenheit —saludó la bruja, escuchando cómo él cuervo se posaba en su hombro—, ¿me estaba buscando?
—... Vi que estuvo hablando con Epel, y me dio curiosidad saber que le dijo.
—Sólo le di un consejo —respondió directamente, sin profundizar en ello—. ¿Usted quiere otro?
El alto dudó unos segundos e incluso mostró confusión ante esa propuesta. Tras pensarlo, respondió a su superior.
—... Me da curiosidad que consejo me daría —por un segundo, le pareció dislumbrar una pequeña sonrisa en la profesora por poco tiempo—.
—No intentes ocultar los defectos de los demás. Puede que algunos no sean agradables, pero no es sano el ocultar la verdadera personalidad de uno. Epel sigue siendo un niño al fin y al cabo. Si tiene que cambiar defectos, que sea por él mismo.
El alto quedó sorprendido ante tales palabras, más porque no sabía cómo la bruja sabía esas cosas, incluso su espalda sintió un escalofrío.
—Ese es mi consejo señor Schoenheit, nos vemos en clases—tras esas palabras, camino en dirección a la biblioteca otra vez, mientras Ulises volvía a volar. Tras eso dio una sonrisa amarga—. Debería aplicar esos consejos a mi también.