Extra 1

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En una pequeña playa, se encontraba una pequeña niña llorando, creyendo que sus padres la habían abandonado porque su hermano mayor, harto de que la siguiera a todos lados, le dijo que habían ido a ese lugar para dejarla allí. Creyendo esa mentira, se quedó sentada en la arena sollozando, acompañada del suave oleaje. Hasta que escucho una tos, que le dio un pequeño susto.

La niña se levantó y caminó temerosa al origen de esa tos, que se encontraba tras unas rocas. Tras asomar su cabeza por éstas, divisó una figura verde moribunda, muy lejos del agua, tal vez arrastrado por el fuerte oleaje de esa mañana. La pequeña, aún asustada, se acercó al ser, observando con detenemiento lo que era.

—... ¿Una sirena? —llegó a esa conclusión, para ponerse de rodillas frente a él pequeño, sin poder distinguir que era más bien una anguila—... Yo te ayudaré sirenita, no te mueras por favor.

Se levantó y agarró de las manos a la joven anguila, tirando de éste a pesar de que pesaba mucho. Al final, la niña consiguió llevarlo a la orilla, dejando qué el pequeño tritón se moje.

—Aguanta sirenita, ya estamos cerca.

La pequeña se metió por completo al agua, con la ropa y todo, tirando del ser, esperando que abriera los ojos. Noto algo tocar su pie, cosa que le hizo gritar, despertando así al pequeño tritón. De un momento a otro, este se sumergió en el agua, dejando sola a la niña, quién al ver que desapareció, volvió a la orilla mojada de pies a cabeza.

—¡Sakura! —grito una voz que la niña reconoció al instante, pudiendo distinguir a un niño mayor que ella por unos cuatro años, de cabellos rubios y ojos azules— ¿Qué haces mojada?

—¡Hermano Isuo, he visto una sirena! —dijo la niña feliz de ver a su hermano, pues no la habían abandonado— ¡La he ayudado a volver al mar!

—¿Que tonterías estas diciendo? Las sirenas no existen, al igual que Santa Claus.

—Claro que existen, y Santa Claus también—respondió la pequeña Sakura, decepcionada de que su hermano mayor no la crea—. Es verdad Isuo.

—... Vamos con papá y mamá, ya no puedo dejarte sola si te vas a volver a meter al agua con la ropa puesta.

—Pero no estoy mintiendo...

Isuo no dijo nada más, avanzando delante de su hermana pequeña, la cuál miró al mar por última vez. Alzó su mano para despedirse, para luego seguir a su hermano.

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