Tras la expulsión repentina de Samanta, toda la casa se hundió en un ambiente tenso y sofocante. Era como si una tela gris hubiese caído sobre todas; y además el clima estaba lluvioso y soplaba un frío viento desde el norte. Las muchachas no comieron juntas, sino que prefirieron ir con sus parejas a sus habitaciones y pasar el día sin que nadie hablara de lo sucedido con las demás. Eran ya las cuatro de la tarde, y la zona parecía fantasmal. La única que estaba en la sala mirando la televisión era Matilda, incrédula todavía sobre lo que su rival había hecho. Encontraba irónico que Samanta la hubiera acusado de ser una desgraciada sin sentimientos ni corazón, y que al final hubiese sido ella la que demostró ser exactamente eso. Repudiaba lo que había pasado; pero no se sentía tan cercana a Lucy como para mostrarle su apoyo. Dejaría eso en manos de las demás. Chartlotte y Zafira no habían abandonado la cama desde el mediodía, fundiéndose en un sólo cuerpo, descansando entre sábanas y volviendo a comenzar una y otra vez. Estaban exhaustas. El sexo les ayudaba a tener la mente tranquila. Noriko y Leonore hacían lo mismo, pero en la bañera, bajo un delgado chorro de agua tibia y caricias sobre sus pieles con aroma a manzanas. Tris y Ana compartían sendas tazas de té caliente debajo de la pérgola del jardín, y miraban caer la lluvia sobre el agua de la piscina. Pensaban en su relación y en su futuro matrimonio, y no dejaban de sonreír. Tamara y Andrea estaban dormidas, y Elena se la había pasado leyendo en su recámara.
Quien sí estaba mal era Lucy. Se encontraba en un estado de duermevela, con el borde de los ojos mojados por lágrimas y pensamientos fríos dándole vueltas por la mente. Sentía odio hacia Samanta, vergüenza por lo sucedido y también un profundo dolor en el corazón a causa de la forma en la que su relación había terminado. Los recuerdos de cómo se conocieron y de los esfuerzos que Lucy hizo para que Sam se enamorara de ella no acababan de bombardearla como cañones tratando de derribar una muralla de acero. Estaba dispuesta a cerrar su alma al amor; pero una fuerza desconocida le susurraba que debía de tener fe antes de tirar la toalla.
Pensó en pedirle permiso a Sara para llamar otra vez a su casa y escuchar la voz de sus familiares; sin embargo, desistió de esa idea porque no quería echarse a chillar otra vez. Los fuertes traumas en su psique la habían dejado fuera del juego y lo único que deseaba era dormir durante todo el tiempo que pudiera. Ya se había desecho de todas las pertenencias que Samanta había dejado después de su partida, y ahora yacían envueltas en bolsas para basura y esperaban en los botes para ser recogidas por el camión recolector.
Por la noche las cosas cambiaron un poco. Sara les dejó les pidió a Matilda, Zafira y Chartlotte que hicieran la cena. Estela había tenido una emergencia y tendría que salir durante un par de días de la mansión. Las tres muchachas estaban felices con el encargo, porque pensaban darle a Lucy un buen banquete para traerla de nuevo al grupo y que intentara, al menos, olvidar lo que había sucedido y despejara su mente. Lucy necesitaba saber que tenía amigas en las que confiar, y que estaban dispuestas a todo para hacerla sentir valorada y amada.
Después de haber hecho algunos pastelillos de postre, ensaladas y una exquisita lasaña, propia de la receta de Matilda, Sara ordenó a todas las parejas que bajaran a comer. Una vez todas estuvieron sentadas en sus respectivos lugares, la voz de Sara volvió a sonar por las bocinas.
—Matilda, aunque debería de sobrar un sitio en la mesa, te voy a pedir que pongas un plato extra.
—Pero si ella ya no está.
—Hazlo, por favor.
Confundida, Matilda lo hizo.
—Bien, niñas. Ha llegado el momento de darle la bienvenida a una nueva integrante.
— ¿Nueva integrante? —preguntó Chartlotte, excitada. Todas las muchachas murmuraron entre sí y miraron a su alrededor, buscando a la nueva compañera.
—Ella llegará dentro de un par de minutos. Por favor, vayan a recibirla a la puerta principal.
Las muchachas se amontonaron en el jardín delantero. La mansión estaba cercada por una gran verja de seguridad para impedir que cualquier invitado no deseado entrara en el terreno de las chicas. Seguía lloviendo, y el agua formaba grandes charcos en donde se reflejaba la ambarina luz de las farolas de la entrada.
—Hace frío. —dijo Lucy. Leonore se quitó su chaqueta y se la colocó sobre los hombros.
—Veo las luces de un coche. — avisó Chartlotte.
Esperaron a que el vehículo cruzara la verja de entrada y se estacionara justo frente a los escalones que conducían a la puerta principal. El conductor se bajó rápidamente y abrió la puerta del pasajero. Una sombrilla negra se abrió como un hongo, y la siguiente chica bajó al fin.
— ¿Cómo será? —se preguntó Elena.
—De seguro es otra niña rica como Matilda. —bromeó Noriko.
Chartlotte se sintió como la responsable en dar la bienvenida a la nueva integrante. Ésta tenía el rostro oculto por la sombrilla. Pisó un charco enlodado y subió con cuidado las escaleras de mármol, sosteniéndose de la barandilla para no caer. Las muchachas retrocedieron para dejarle entrar. Luego, en el cielo estalló un trueno en el mismo instante en el que la nueva plegó el paraguas y las miró con una amplia sonrisa de dientes blancos.
— ¡Hola, me llamo Nicole!
Se trataba de una muchacha tan joven como Lucy, sólo que una poco más alta que Leonore. Su saludo había sido tan alegre como la expresión que mostraban sus ojos de color avellana, y tan impetuoso como el rojo de su cabello, que en ese momento iba algo despeinado a causa de la lluvia y de la humedad. La pequeña nariz estaba recorrida por una delgada constelación de pecas, y llevaba un diminuto punto metálico en el labio inferior.
Lucy la miró y no pudo evitar sentirse incómoda. Le parecía que Nicole estaba allí para remplazar a Samanta, y aunque en efecto era así, saberlo no le estaba dando una sensación de seguridad. Cuando los ojos de Nic y los de ella se encontraron, la pequeña muchacha desvió la mirada y volvió a la cocina.
—Me llamo Chartlotte. —se presentó, y las demás iban a seguirla, pero Zafira sugirió que sería mejor volver a la mesa y presentarse como era debido.
Las muchachas volvieron al comedor. Nicole ocupó el lugar que le correspondía a Zafira y paseó la mirada sobre todas las muchachas. Le llamó la atención Lucy, que parecía estar observándola con una mezcla de curiosidad. Le sonrió abiertamente, produciéndole un sonrojo de mejillas.
— ¿Cómo te llamas?
—Lucy.
— ¿Y por qué me estás mirando como si quisieras matarme? —las muchachas se miraron unas a otras, incómodas por la situación. Podían darse una idea de lo que estaba pensando Lucy. Chartlotte se apresuró a cambiar de tema y comenzó con las presentaciones. Cada una de las integrantes saludó y dijo su nombre. Nicole se mostró sumamente interesada en todas ellas y fue preguntándoles algunas cosas sobre la casa y sobre ellas. La impresión que dio fue la de ser una chica altamente extrovertida y amigable, y a todas les cayó bien de inmediato. Incluso Lucy, aunque esta se mantuvo más callada que Leonore.
Chartlotte estaba entusiasmada con Nicole. No sólo era bonita, sino que su energía y su forma de hablar tan sincera y directa era lo que buscaba en una mujer. Se decidió a mover sus hilos para tratar de acercarse a ella a un nivel más íntimo; pero sólo el tiempo diría qué tan buena pareja podrían ser.
— ¿Y qué meta tienes? —preguntó Ana, sosteniendo sobre la mesa la mano de su prometida Tris.
—Pues.... Tengo un amigo que tiene un refugio de animales. Se la pasa rescatando gatos y perros callejeros y los alimenta hasta que pueden conseguir una familia que les quiera. Creo que el dinero me serviría para darle unas mejores instalaciones.
Más que una se sintió mal. Otras querían el dinero sólo por capricho y vanidad.
— ¿Cómo se llama tu amigo? —Matilda dio un sorbo a su bebida de manzana —. Mi mamá es fanática de los animales. Creo que le gustaría conocer ese refugio.
— ¿En serio? Mi amigo se llama Matías. Al refugio le pusieron Patitas inocentes.
— ¡Aww! — exclamó Noriko y empezó a moverle el brazo a Leonore —. Amorcito, cómprame un perro. Un perro.
— ¿Para que puedas comértelo como la mayoría de los asiáticos? —bromeó Zafira y toda la mesa estalló en risas. La japonesa se sonrojó y tapó la cara en la manga de Leonore.
Nic miró que Lucy no apartaba su atención de ella. Comenzó a sentirse un poco incómoda, y atacó con un leve fruncimiento de cejas.
—Bueno, suficiente. Lucy ¿tienes algo qué decirme?
—No, para nada. Me-mejor me voy a dormir.
Se apresuró a marcharse. Noriko, preocupada, fue tras ella.
— ¿Está bien esa chica?
—Acaba de pasar por un momento muy malo. No creo que debamos hablar de eso en un buen tiempo. —contestó Zafira y le hizo un coqueto guiño a Nic.
Lucy intentaba dormir, pero no dejaba de dar vueltas sobre su cama. Los recuerdos vividos por culpa de Samanta le estaban poniendo los nervios de punta. Odiaba la soledad de su cuarto, porque en el silencio era como si pudiera escuchar todavía la voz de su ex novia. Se levantó sudando y se fue al baño para lavarse la cara. Después bajó a la cocina para comer algo antes de regresar a intentar dormir. Oyó que la tele estaba prendida, y fue a la sala. Se encontró con una solitaria Leonore, vestida con una bata de seda casi transparente, y como no llevaba sujetador, los pechos lucían un poco detrás de la delgada tela. Lucy no los notó y se sentó al lado de ella.
— ¿No puedes dormir, Lucy?
—En lo absoluto. No dejo de pensar en Samanta, pero en el mal sentido de la palabra. Es como si todavía sintiera sus caricias sobre mi cuerpo. Me pone nerviosa.
—Ella ya no volverá por aquí, y tampoco la verás si así lo deseas.
—Sí, lo sé. No obstante, mi cabeza sigue siendo un mar de dudas y de miedos. Temo quedarme sola, temo las miradas que nos echamos las unas a las otras. Me siento... como si todas ustedes quisieran arrancarme la ropa.
—Siempre ha sido así.
—Pero ahora me da miedo. —se inclinó hacia el frente y comenzó a llorar. Leonore apagó la televisión y recostó la cabeza de Lucy sobre sus piernas —. Necesito ir a un psicólogo. No quiero seguir en la mansión.
— ¿Quieres salir? Es posible que puedas hablarlo con Sara.
—Sí. Quiero irme.
Leonore le dio un beso en la frente y le acarició la boca.
—Eres un primor, Lucy. Estoy segura de que ninguna queremos que te vayas. Si pudieras reconsiderarlo, sería maravilloso para nosotras tenerte aquí. Somos tus amigas. Ninguna de nosotras va a tocarte.
—A menos que lo quieras. —bromeó Matilda, apareciendo detrás de ambas. Ella tampoco podía dormir. Se sentó en el mismo sofá y subió las piernas de Lucy sobre las suyas. Leonore y ella se miraron un instante, pero ninguno de sus rencores salió a la luz —. Yo te cuidaré, Lucy. A mí nadie se me acerca.
—Eso es porque eres odiosa. —dijo Leonore, aunque si fue una broma, su tono de voz no dio muestras de ello —. Aunque tiene razón, Lucy. Si quieres estar cerca de alguien que no te mirará de otra forma, Matilda sería una buena compañía.
La niña rica arqueó ambas cejas. En cierta forma, Leonore le había hecho un cumplido. Lucy la miró extrañada.
— ¿De verdad no te gusta ninguna de las que estamos aquí?
—Ninguna. A mí me van las salchichas, si sabes qué quiero decir...
Las tres sonrieron. Lucy ya comenzaba a sentirse mejor.
—Anda. Ven a mi cuarto a dormir.
Leonore vio cómo se marchaban. Los pensamientos que rondaron en su cabeza sobre lo que le había sucedido a Lucy la llenaron de un profundo odio hacia Samanta. Se convenció de que con Matilda estaría bien; así que volvió a encender el televisor. Se quedó dormida al cabo de media hora.
Matilda colocó otra almohada en la cama e hizo un espacio para Lucy, quien se recostó sintiéndose un poco extraña e incómoda. La jugada terrible que Matilda le había hecho durante la prueba todavía le molestaba; pero ya no le enfurecía. Además, su cabeza estaba más ocupada pensando en lo terrible de Sam, y no tenía tiempo para sentir odio por ninguna otra persona.
—Gracias por dejarme dormir aquí. Sé que no eres muy amistosa.
—Eres bienvenida. —respondió, sin mirarla —. Duérmete ya.
—Descansa.
A pesar de todo, Lucy sí que pudo dormir, y la nefasta violación de Sam quedó, por un momento, en el olvido.
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La mansión de los placeres lésbicos.
Teen FictionLady Sarah es dueña de una mansión, una mansión con un propósito: Reunir chicas de diferentes lugares pero con una característica que las une: el deseo de dar rienda al deseo lésbico. Pero cada una a la vez acarrea sus propios problemas, desde una...