6. Limites y consecuencias.

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Advertencia: El siguiente capitulo conlleva contenido sensible. Se recomienda discreción.

Samanta tenía problemas para contenerse las ganas de estar con Lucy. Había oído parte de los gemidos de Zafira y de Charlotte. Imaginó cómo las dos muchachas estarían dándose con todo en la cama, y no pudo evitar sentirse celosa por ellas. A decir verdad, todas las chicas, a excepción de Matilda, consumaban su amor durante la noche; y ella no comprendía por qué con Lucy las cosas tenían que ser tan complicadas. Adoraba a la chica. Eso era un hecho. La adoraba y también la deseaba con locura. Lucy era su modelo preferido: delgada, bajita, con una cara todavía infantil y unos preciosos ojos cafés. Además, su voz de gatita sonaría tan dulce como una flauta durante sus gemidos.
— Me voy a volver loca. —dijo Sam. Estaba sentada en la mesa, cenando con todas las demás. La mayoría de las muchachas ya eran amigas; y se comenzaban a formar ciertos grupitos entre ellas. Zafira, Charlotte y Elena platicaban animadamente entre las tres. Noriko y Tamara parecían conocerse de toda la vida. Tris, Ana y Andrea deliberaban por quién usaba la talla de sostén más grande. Inclusive Lucy parecía estar conversando fluidamente con Leonore, la más callada del grupo. Sólo Matilda no estaba presente porque prefería comer a solas en su habitación.
Samanta se sentía excluida y ansiosa por estar con alguien, y ese alguien no podía ser nadie más que Lucy. Por debajo de la mesa comenzó a tocar la suave pierna de su novia. Cerró los ojos. Lucy siempre se depilaba y se humectaba, por lo que era como sentir la seda entre las yemas de sus dedos. Era una muchacha exquisita, amorosa y leal. No toleraba las injusticias y era condenadamente tierna, generosa e inocente. Sam se preguntaba cómo es que había ido a caer con una chica así, puesto que al final de cuentas, nunca había tenido una novia formal.
Vio a Zafira y notó en los ojos azules de la morena la misma mirada de flirteo que ella misma ponía en el pasado. Claramente la relación amistosa entre Charlotte y ella había terminado en sexo, y así seguiría hasta que una de las dos pusiera fin. Ambas habían pasado a formar parte de los contadores de pareja de cada quién y Sam se preguntó cuántas chicas llevaban por separado, atrapadas entre sus mieles.
Samanta había sido como ellas: una gran seductora desde que estaba en la escuela primaria, cuando gracias a sus ojitos de cachorro y a sus palabras podía sacarle de todo a cualquier persona. Era una gran oradora y siempre se salía con la suya. Lucy le suponía un reto extraño, y ya llevaba casi un año sin tocarle más allá de encima de la ropa. Fantaseaba con Lucy, se masturbaba pensando en Lucy. La quería cuanto antes porque necesitaba decirle cuán especial era para su corazón.
Subió más la mano por la fascinante pierna de la chica, y trató de meterla por debajo de sus cortos shorts deportivos. Lucy dio un brinco inesperado y toda la mesa se sacudió. Las chicas miraron a Samanta, y ésta se ruborizó sin querer. Luego, cuando su propia novia le frunció las cejas, el bochorno fue tal que prefirió irse a la cocina y lavarse la cara.
— ¿Todo bien? —Le preguntó Leonore a Lucy.
— Sí... sólo que Samanta anda cachonda todos los días y ya me está incomodando un poco.
Lo dijo en voz baja para que nadie más pudiera oírlo. Leonore se sintió con deseos de decir algo; pero no lo hizo. No era problema suyo dar consejos sexuales. El sexo entre ella y Noriko era genial, en simples palabras. Le había enseñado a la asiática cómo moverse en la cama, la profundidad de las penetraciones y el correcto movimiento de sus dedos dentro de su vagina. La sensualidad de un beso. La duración y cómo prolongar el orgasmo mediante la continúa masturbación de la pareja. Sí. Leonore era una maestra en cuanto a esos temas casi tabúes, y había entrenado perfectamente a su novia. Se inclinó del otro lado y sin que nadie se lo pidiera, dejó un besito en la boca de Noriko.
Charlotte suspiró, encantada. Estaba que no cabía en sí. Zafira le había hecho sentirse especial y su cerebro nadaba en placeres lujuriosos. Sabía que una simple palabra y volverían a la cama a revolcarse. Le gustaba tener ese dominio sobre su nueva conquista; aunque ella no era ingenua y bien sabía que Zafira no podría ofrecerle el romance de la relación estable que ella buscaba. Era una simple pareja casual. Charlotte no la amaba y nunca lo haría porque no era su tipo. Lucy sí que lo sería. Sin embargo era una lástima que estuviera pasando por un mal momento.
Para la noche, las muchachas se fueron a dormir. Lucy estaba duchándose alegremente mientras tarareaba una canción. Su voz se filtraba fuera del baño y estaba encendido a Samanta, que trataba de leer una revista para distraerse. Quería entrar y amar a Lucy bajo el agua. Sería sumamente excitante sentir su desnudez bajo el tibio beso del agua.
Sin poder aguantarlo, salió del cuarto y bajó a la cocina para darse un aperitivo. Allí se encontró con Tamara y Elena dándose una ardiente sesión de besos, adosadas en el refrigerador. En cualquier otra circunstancia le hubiera impresionando que Tamara le fuera desleal a Andrea; no obstante, recordó que las dos chicas eran liberales y no les importaba. Así lo probaba Andrea, que estaba allí comiendo cereal mientras miraba a su novia besarse con otra.
— Ah... lamento interrumpir. —dijo Samanta, apenada —. Sólo he venido por un poco de jugo y pan.
Mientras Elena le comía el cuello a Tamara, ésta le lanzó un beso al aire a Samanta. Ella se atragantó con su jugo y sonrió. Se sintió seducida ante la idea de ver qué más pasaba, pero lo abandonó de inmediato y volvió a la habitación.
— Genial. Ahora me siento más emocionada que antes.
Lucy seguía duchándose cuando Sam entró al baño para cepillarse los dientes. Por un instante vio la desnudez de su novia, y sintió que sus piernas flaqueaban. Lucy era de ascendencia alemana, por lo que su piel era muy blanca y delicada al sol. El color rosa de sus pechos mojados le hacía parecer una musa derrochando ternura y sensualidad en partes iguales.
—Qué bonito.
Lucy frunció las cejas. Corrió la cortina y siguió bañándose.
— ¿Hasta cuándo, Lucy?
— Algún día.
— Te he estado esperando todo un año.
— Pues si me presionas, seguirás esperando. No estoy lista. Ya te lo dije.
Sam se enojó y jaló la cortina. Lucy gritó y se cubrió los pechos y la vagina con las manos.
— ¡¿Qué te pasa?! Me estoy bañando.
— ¡Somos novias, Lucy! Vamos, déjame amarte.
— ¡Sal de aquí! ¿Cómo quieres que me entren ganas si sólo me estás obligando a hacer cosas que no quiero?
Suspirando para serenarse, Samanta salió del baño y le dijo a su chica que lo sentía. Se recostó en la cama y se giró contra la pared. Lucy se acostó unos minutos más tarde, y ninguna de las dos intercambió palabra alguna antes de dormir.

Sara, que tenía los labios pegados al coño de Estela, había oído todo el drama de las chicas. Se limpió la boca con los dedos y se levantó enseguida. La criada se acomodó el vestido. Su señora le había dado un suave orgasmo.
— ¿Qué les pasa a esas dos? —bufó Sara, acicalando su pelo cobrizo.
—Problemas de pareja. ¿Quiere que intervenga?
—Mmm... Lucy me está sacando de mis casillas. Pensé que sería una buena integrante, pero a este paso va a alejar a Samanta de sí.
— Será decisión suya, señora.
— No haré nada por el momento. Veamos qué hace Sam. Anda, quítate toda la ropa, Estela.
La sirvienta sonrió con malicia.
— Como ordene, mi ama.

Durante el desayuno se sentía todavía cierta tensión entre algunas de las muchachas. Samanta, por ejemplo, estaba muy arisca con todas y dado que sus facciones eran muy expresivas, nadie pasó por alto su mal humor. Fulminaba a Matilda con la mirada. No dejaba de verla hasta que la chica rubia decidió cambiarse de lugar, y se llevó su plato al extremo de la larga mesa.
—Ya. Dejen de pelear. —replicó Charlotte.
—Nadie está peleando con nadie. —el mordaz tono de Samanta molestó a Lucy. Desde la madrugada, su novia había estado de un humor insoportable. Parecía dispuesta a pelearse con todas las chicas.
—Pues me basta ver tu cara para saber qué piensas. Está bien que Matilda se haya equivocado al empujar a Lucy...
— ¿Quieres callarte, Charlotte? No estoy de humor para oír tu voz.
Zafira frunció las cejas. Nadie tenía derecho de hablarle así a su nueva amante. Quiso intervenir; pero cuando estaba por hacerlo, Estela entró al comedor.
—Buenos días. He venido a hacer efectivo el premio que Matilda ganó durante el concurso.
— ¿Qué fue lo que te ganaste? —Preguntó Tris, visiblemente curiosa.
Matilda ya iba a contestar cuando las puertas laterales del comedor se abrieron. Dos hombres con uniforme anaranjado entraron cargando la enorme caja de una televisión de cuarenta pulgadas. A las chicas se les iluminaron los ojos. Incluso a Leonore, que estaba leyendo en el sofá, dejó su lectura.
— ¡Televisión! —Gritó Andrea, despegando su boca de Tamara — ¡Amo la televisión!
— ¿En serio pediste esto? —Le preguntó Charlotte a Matilda. La chica rubia se limitó a asentir con parsimonia; aunque por dentro estaba feliz por la reacción que había logrado en el resto del grupo.
— ¡Ahh, ya hacía falta algo de entretenimiento en este sitio! —Zafira miraba con atención a los técnicos mientras sacaban la televisión y la montaban en el soporte de la pared. Un tercer hombre entró después, trayendo una caja digital que conectó a la terminal de cable.
— ¿Cuántos canales tenemos? —preguntó Noriko. Estela le entregó a Matilda unos documentos. La muchacha los leyó.
—Según esto, doscientos canales, y cien de ellos son en alta definición.
— ¡Ahh! ¡Te amamos, Matilda! —Ana y Tris se fueron a sentar junto a Leonore. Las otras muchachas no tardaron en acomodarse en los mullidos sillones y sofás. Se morían de ganas por encender el aparato. La única que no estaba satisfecha era Samanta.
Samanta no alcanzaba a comprender como todas, incluso Lucy, habían olvidado su odio por Matilda. Estaban reunidas alrededor del premio como un grupito de niñas en un salón de muñecas. Frunció las cejas y miró a Matilda con actitud beligerante. La chica le sostuvo la mirada por unos segundos, y después volvió la vista al manual que estaba leyendo.
—De verdad que todas están agradecidas contigo. —Dijo Charlotte, parándose detrás de Matilda y tocándole suavemente los hombros desnudos que asomaban por los tirantes de su blusa —. Gracias.
—Es lo mejor que pude hacer después de haberle hecho eso a Lucy.
— ¿Te arrepientes?
Matilda asintió, pero sólo lo suficiente como para que Charlotte se diera cuenta.
— ¡Quiero ver el canal de deportes! —gritó Zafira.
— ¡No! Vamos a ver el nuevo concurso de cocina —sugirió Noriko.
— ¡Mejor el desfile de modas en lencería!
—No creo que sea buena opción, Elena —le reprochó Lucy.
—Oigan, amigas —dijo Charlotte —, se olvidan que es el premio de Matilda y ella tiene el control remoto.
Estela aprovechó el momento para intervenir.
—De hecho, parte de los privilegios que tiene Matilda como ganadora, es elegir la programación y los horarios del televisor. Sus decisiones están por encima de todas las demás. Bien, niñas. Disfruten del entretenimiento. Sara les desea lo mejor.
Cuando Estela se marchó, las miradas de todas se pusieron sobre Matilda. Le pidieron que pusiera diferentes canales de inmediato. Todas se morían por ver sus programas favoritos. O de hecho, estaban listas para ver cualquier cosa. Matilda las miró de una en una, y vio que la única que no parecía prestar atención era Leonore. La muchacha estaba, como siempre, sola en un sillón, con sus cremosas piernas cruzadas asomando desnudas debajo de unos diminutos shorts militares. Estaba leyendo un libro sobre arquitectura, y llevaba unos lentes algo más grandes que los habituales.
— ¡Oye, Leonore! —Le llamó, y le arrojó el control. La otra chica lo atrapó en pleno vuelo con una sola mano —. ¿Por qué no pones algo educativo?
Leonore miró a Matilda un instante, luego al control que tenía en su mano, y asintió.
— ¡Nooo! —Protestaron las demás —. Leonore pondrá algún bobo documental.
Matilda sonrió y salió de la cocina. La televisión no era importante para ella. Apenas la miraba cuando estaba en su mansión; por eso, una parte de ella todavía hubiese preferido sacar a cualquiera de sus compañeras; y por alguna extraña razón, no lo había hecho.
Charlotte siguió a Matilda hasta el jardín, donde la rubia ya había metido los pies en el agua y parecía estar mediando sobre algunas cosas importantes. Tenía la vista un poco ida, enfocada en el agua clara. Charlotte se quitó la blusa y la falda, quedando sólo con su bonita lencería rosa.
— ¿Quieres bañarte? —Le preguntó a Matilda. Ella negó con un gesto.
La castaña saltó al agua y se sumergió durante varios segundos, antes de salir y nadar hacia donde estaba su compañera.
— ¿Qué tienes? Te noto algo deprimida. ¿No estás feliz por la televisión? A todas nos gustó. Hasta a Samanta, aunque lo niegue.
—Charlotte, quiero decirte algo. Acércate; pero no le cuentes a nadie.
Salió del agua y se sentó junto a ella. Matilda ignoró las bellas curvas de sus senos mojados.
— ¿Qué es? ¿Es grave?
—Me dieron dos opciones para elegir. La segunda era la televisión. La primera... era el poder expulsar a cualquiera de nosotras de la mansión.
A Charlotte le dio un escalofrío.
— ¿Por qué no la tomaste? Pensé que nos odiabas.
—Sara quiere ver sangre, drama. No seré su instrumento de diversión. Te lo digo por si ganas alguna vez y te lo ofrecen. Creo que... Sara esperaba a que echara a una de ustedes. Creo que sólo así podría haber lugar para una nueva integrante. ¿Recuerdas que dijo que al final de la prueba, se nos uniría una más? Supongo que esperaba a que yo decidiera a cual sacar para darle un nuevo lugar.
—Mmm. Apenas sé algo de Sara. Supongo que esto es alguna clase de entretenimiento para ella. Dijo que no habría cámaras en las habitaciones, y todas nosotras hemos registrado perfectamente nuestros cuartos y los baños. No hay nada de nada.
—Pues yo no estoy convencida. Intento no partirme la cabeza en ello.
La castaña meditó en esos unos segundos más, exprimiendo el agua de su pelo. Las gotitas cayeron y se perdieron en el estrecho canal que dividía sus turgentes senos. No pasó en alto para Matilda, que por un instante se preguntó de qué color serían las puntitas de su amiga. Se aclaró la mente enseguida, consciente de que no tendría por qué estarse preguntando esa clase de cosas.
—Además, Charlotte, quisiera agradecerte. Parece que de todas, tú eres la que más me ha apoyado —. La miró con una sonrisa débil —. ¿Te puedo considerar mi amiga?
—Ay, Mati. Soy amiga de todas.
— ¿Anoche entre tú y Zafira pasó algo? —se arrepintió de haberlo preguntado al momento; pero Charlotte le restó importancia al asunto.
—Sí. Tuvimos un poco de sexo por la tarde ¿Por qué?
—No... por nada. Sólo pasé por su cuarto y las oí gemir.
—Ah. No debes espiarnos.
— ¡Jeje! Sólo fue un accidente. Como sea, parece que todas aquí tienen con quién estar. Yo, por el contrario, prefiero mi soledad.
—Pero no estás sola. —dijo Charlotte, estrechándola en sus brazos —. Has dicho que soy tu amiga.
—Bueno, sí.
Le dejó un baboso beso en la mejilla, y Matilda se ruborizó. Un segundo después, Zafira apareció tras ambas y se arrojó con ellas a la piscina. Matilda gritó de rabia y vergüenza; pero cuando Charlotte y Zafira comenzaron a reír, olvidó lo mal que se estaba sintiendo y también río con ellas.
Desde la ventana de la habitación, Samanta veía todo con una mueca de asco. Primero Charlotte haciéndose amiga de Matilda, y ahora Zafira, jugando con ambas. ¿Es que el mundo se había vuelto loco? Ya iba a darse la vuelta cuando vio que Lucy, Tris, Ana y Noriko se tiraban también a la piscina, y todas parecían estar contentas y haber olvidado lo sucedido. Empezó a sentirse un poco apartada del resto; aunque en el fondo, sólo seguía rencorosa por lo que Lucy le había dicho por la noche, y sus constantes negativas sobre acostarse con ella.

La mansión de los placeres lésbicos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora