Zafira llegaba tarde. Aceleró ruidosamente y el coche deportivo revolucionó hasta rebasar al camión de pasajeros que iba por delante. Volvió a su carril de forma temeraria. No era culpa suya que se hubiese retrasado, pues las chicas de su mansión no eran lo suficientemente listas como para no meterse en problemas sin ella.
Su teléfono sonó y ella contestó sin dejar de conducir.
— ¿Qué?
—Mi señora... las chicas preguntan si sería posible que les cambiara el reto.
— ¡Ay! ¡Por favor, Rocío! Estoy segura de que puedes encargarte de esto tú sola.
—Con todo respeto, señora, es su mansión y usted convocó a las doce muchachas. ¿No debería estar aquí?
—Tengo otras cosas qué hacer. Te lo he dicho. Resuélvelo, y si una de ellas renuncia al reto, será expulsada.
—Sí, señora.
Rocío se despidió y Zafira lanzó el teléfono al asiento. Aunque tenía treinta años ya, seguía sin comprender cómo es que la juventud se había convertido en un montón de púberes cobardes incapaces de enfrentarse a un reto de nada. Si algo le había enseñado Sarah, era que necesitaba tener mano dura o las señoras de las otras mansiones pasarían sobre ella y se burlarían de sus hijas de la misma forma en la que Carolina se había burlado de Sarah, hacia tanto tiempo atrás.
Recordó con una sonrisa esos bellos tiempos. Eran inolvidables y constituían un sagrado tesoro. No es como si no hubiera vuelto a ver a sus amigas queridas. Hasta hacía un año, seguían reuniéndose para celebrar una orgía en honor de su amistad. La última había sido en diciembre, para amanecer desnudas el primero de enero.
Y desde eso, dos chicas habían decidido dejar de asistir a esas fiestas carnales. Tenía que admitir que sin ellas no era lo mismo. Sin embargo, había una decisión muy importante detrás de sus acciones.
Finalmente apareció la mansión de Sarah en su campo visual. Zafira aceleró y cruzó la verja sin importarle arrollar una planta que se le había cruzado en su camino. Estacionó al lado de los demás coches y se apresuró a bajar. Se acomodó el corto vestido negro, tomó su bolso y subió los anchos escalones. Tocó la puerta con la aldaba y una dulce chica vestida de criada le atendió.
— ¿Invitación?
—La olvidé. Déjame entrar.
—No puedo dejar...
—Mira, niña ¿sabes quién soy?
La pregunta tomó a la criada por sorpresa. Zafira aprovechó eso y entró rápidamente. Corrió hacia el jardín y llegó justo cuando Charlotte estaba cortando el pastel.
Se quedó allí, quieta y en silencio. Su amiga, su amor platónico e inalcanzable se veía hermosa con su vestido blanco y el gran velo de novia cayéndole sobre la espalda. Junto a ella y rodeadas de sus amigas, otra chica igual de preciosa, con el pelo del color del sol y portando un vestido similar, miraba todo con una sonrisa llena de amor.
Zafira caminó y encontró su lugar al lado de la guapa de Pilar.
—Llegas tarde —le reprochó esta, después de saludarla con un caliente beso en la boca.
—Perdón ¿dónde está Elena?
—No tardará. Su vuelo se retrasó un poco.
La morena echó una mirada a todas sus amigas reunidas allí, y se sintió de nuevo en casa, sólo que ahora ya no estaban allí para celebrar retos ni fiestas grupales. Estaban allí para celebrar una boda, y cuando Charlotte y Matilda se besaron frente a su hermoso altar lleno de flores, todas se levantaron y aplaudieron. Incluso las pequeñas gemelas pelirrojas que eran las hijas de Nicole y de Lucy. Incluso Leonore y Noriko que seguían juntas. Incluso Sarah y Estela, cuyos cabellos ya comenzaban a volverse canosos.
— ¿Qué planes hay después de esto? —preguntó Pilar a Zafira.
—Simple: comer, embriagarse y ser feliz, pero antes de eso... —se levantó y caminó hacia Charlotte.
Matilda, con el hermosísimo vestido de novia, se puso un poco tensa al ver a su rival acercarse. En diciembre habían tenido una pelea y no se habían visto desde entonces.
—Chicas —saludó Zafira y tomó a ambas de las manos. Charlotte no podía contener su sonrisa.
—Señora —saludó con una reverencia—. Me alegra que haya dejado su mansión para venir a nuestra fiesta.
—Charlotte, Matilda, saben que siempre seré su amiga. Aunque a veces las odio un poco.
—Ese no es precisamente el discurso para una boda —replicó Matilda.
— ¡Oh, ven acá! —exclamó una contentísima Zafira, y rodeó fuertemente a sus amigas.
El pasado quedaba atrás. Bueno, sólo las diferencias y las rivalidades. Lo que importaba no era eso.
Ni el futuro.
Tampoco el presente.
Importaban las personas allí reunidas. Importaba el cariño y la amistad que imperaban como una fuerza que unía a todas las almas que estaban en ese mismo jardín.
—Felicidades —dijo Zafira, llorando de felicidad.-----------------
Y aquí es donde acaba la historia, muchas gracias por leer hasta aquí y disfrutar de esta historia perdida. ;)
Hay una secuela, pero lamentablemente no hay indicios de su paradero. Si algún día la llego a encontrar, la publicare aquí igual que otras historias perdidas.
Aunque también, estoy considerando escribir algo mio propio y original. Estén al pendientes UwU.
Y Usher, donde sea que estas, te deseamos lo mejor con tus obras.
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La mansión de los placeres lésbicos.
Ficção AdolescenteLady Sarah es dueña de una mansión, una mansión con un propósito: Reunir chicas de diferentes lugares pero con una característica que las une: el deseo de dar rienda al deseo lésbico. Pero cada una a la vez acarrea sus propios problemas, desde una...