3. Tensiones

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Había cierta tensión en la mesa. De todas las chicas, solamente Matilda había decidido quedarse en su habitación, indispuesta a acompañar a las demás. Ellas tampoco habían ido a buscarla, porque después de lo sucedido, no todas estaban muy contentas con la niña rica. La tachaban de ridícula y de caprichosa, un dolor de cabeza y estúpida. Además, era la única heterosexual de la mansión, así que no encajaba con el ambiente liberal que había allí.
La única que parecía preocupada por ella era Charlotte. Sentía cierta empatía por ella, y mientras las demás la consideraban una molestia, ella pensaba que sólo necesitaba a alguien que le hiciera compañía. De seguro, pensó, se sentiría bastante sola, atrapada en una mansión llena de chicas lindas y con gustos diferentes a los suyos. Les echó un vistazo a las otras niñas de la mesa, y le pareció que algunas ya estaban haciéndose amigas. Por ejemplo, la Tris y Ana, la pareja de prometidas, platicaban alegremente con Leonore y Noriko. (Aunque la primera apenas hablaba)
—Hemos estado pensando en una bonita boda con todos nuestros familiares —decía Ana, y luego suspiró para serenarse —. Bueno, con los que están de acuerdo con ello.
—Sus padres no quieren que nos casemos —aclaró Tris, sonando un poco más triste. Ana la abrazó y le dio un beso en la boca.
—Ya, amor. Me voy a volver tu esposa. No la de tus padres. ¿Ustedes han pensado en continuar con su relación?
Noriko y Leonore se miraron un segundo. Los ojitos de la japonesa destilaban alegría y esperanza; sin embargo, Leonore sólo se aclaró la garganta, sonrió y se sirvió un poco más de refresco. Su silencio causó cierto malestar en su novia y a su vez, Ana y Tris decidieron cambiar de tema.
Al otro lado de la mesa, Tamara y Andrea, las dos chicas raras del grupo, comían despacio. Tomaban pequeños bocados nada más y miraban, sin mover la cara, a todas las demás. Los ojos de Charlotte se cruzaron un instante con los de Tamara, y ésta le mandó un beso volador. Charlotte se lo devolvió, coqueta.
Samanta conversaba animadamente con Elena. Entre las dos se estaban alabando sus bonitos cabellos. La novia de Sam, Lucy, tenía pintas de estar aburrida y de vez en cuando cruzaba palabras con Tamara, aunque Charlotte no logró oír de qué estaban hablando.
Zafira, elegante y sensual, estaba comiendo una salchicha de forma sugerente y de vez en cuando animaba a todas con sus bromas subiditas de tono.
— ¿Quién de aquí ha hecho sexo oral a un hombre? Levanten la mano.
Solamente Tamara y Andrea lo hicieron. Leonore estuvo a punto dé, pero prefirió ocultarlo. Como amante de la sexualidad humana, había probado una que otra vez.
— ¿Qué se siente? —les preguntó Zafira —. Desde que tengo uso de razón he sido como soy. Nunca se me ha cruzado por la mente estar con un chico, aunque me han dicho que es algo loco.
—Pues... hay que dejarlo descansar de vez en cuando —bromeó Andrea.
—Y tener una mandíbula resistente —río Tamara, haciendo un movimiento gracioso con su lengua contra la parte interna de su mejilla —. Por lo general, a los hombres se les controla por el pene ¿Verdad, Andrea?
—Es como una palanca de cambios. Y además, es la única forma de mantenerlos justo donde quieres.
—Si supieras lo que los chicos son capaces de hacer por ti, a cambio de un poco de atención bucal.
—Yo no quiero saberlo —dijo Lucy, tímida. La idea de que un miembro masculino la penetrara, bastaba para horrorizarla.
—Yo quisiera probar algún día —Charlotte se aventuró a confesar una idea que había tenido hacía poco. En su búsqueda del amor, contempló salir con algún que otro hombre, aunque jamás llegó a tener caricias íntimas con él.
—Yo también. Algún día —Zafira le guiñó un ojo —, aunque el placer es lo más importante ¿verdad?
—Estás enferma —añadió Lucy, con cierto desagrado ante la idea de meterse en la boca algo que no fuera el clítoris de una chica. Aunque tampoco es que ella tuviera mucha experiencia con hombres o mujeres. Su virginidad era lo más importante y no estaba ni segura de si iba a entregársela a su novia Samanta. Por supuesto, Sam no estaba enterada de esto.
—Según Freud, los seres humanos somos bisexuales por naturaleza —. Todas giraron hacia Leonore. La chica, que desde el comienzo había parecido ser la intelectual del grupo, se quitó los lentes y cruzó sus bonitas piernas cremosas —. Nacemos con rasgos femeninos y masculinos. Incluso a nivel físico y psicológico. Algunas de nosotras, por más homo que queramos sonar, en el fondo, podríamos caer ante los placeres masculinos.
Hubo un momento de silencio, roto sólo por Zafira.
— ¿Qué? ¿Eres psicóloga o algo así? Porque... —sonrió con una coquetería de mil por ciento, y se hizo ricitos con su cabello oscuro —podría enseñarte porqué una chica es cien veces mejor que un hombre en la cama.
Entre las dos muchachas había cierta tensión sexual. Noriko carraspeó, incómoda.
—Oh, podríamos preguntarle a la heterosexual del grupo —añadió Samanta, mirando hacia arriba en dirección a los dormitorios. Todas rieron y comenzaron a hacer bromitas un tanto crueles sobre Matilda. La única que no sonrió ni un ápice fue Charlotte.
—Ya. Dejen a Matilda en paz. Imaginen si nosotras estuviéramos en su situación, en medio de puras chicas heterosexuales...
—Yo me las cogería a todas —añadió Zafira. Todas estallaron en risas.
Sonrojada, Charlotte abandonó la mesa. Sirvió un plato con comida para Matilda y subió las escaleras. Comprendía en parte las acciones de la chica rica, y por qué prefería quedarse encerrada después del tremendo caos que había ocasionado por haber golpeado a Noriko. A Charlotte le dio repelús tener que enfrentarse contra la férrea mirada de Leonore, y su ira. Le gustaba Leonore. Era muy bonita y con aires sumamente intelectuales. Parecía ser una buena novia. Era una lástima que ya tuviera pareja.
Llegó al cuarto de Matilda y tocó la puerta. Nadie abrió.
— ¿Será que se suicidó? —preguntó Zafira.
— ¿Qué haces aquí?
—Uhm, sólo vine a acompañarte. Ya comenzaron a hablar sobre sexo y la verdad, me están antojando tanto. Si no salía de allí, iba a saltar sobre las tetas de Tamara.
— ¡Jajaja! Eres un caos, mujer. ¡Matilda, abre la puerta!
— ¡Lárguense! —gritó la muchacha, al otro lado.
—Pero he venido a traerte la comida. Vamos, abre —replicó Charlotte.
— ¡Abre la puerta! —gruñó Zafira y aporreó fuertemente la mano en la gruesa madera. Al cabo de unos segundos, Matilda asomó la cabeza por una rendija. Recibió la sonrisa cordial de Charlotte.
—Te he traído la cena.
—Gracias —salió por completo. Vestía otra vez esa bata ridícula y nada sexy. Tomó la comida y miró, incómoda, a las dos muchachas —. Ehh... ¿Cómo está Noriko?
—Ella está bien —le contestó Char —. Es sólo que se siente un poco molesta contigo...
—Va a colgarte —añadió Zafira.
—Pff. Que lo haga. No me importa. He decidido quedarme en mi cuarto durante todo el tiempo posible. Gracias por traerme la cena. Buenas noches.
Les cerró la puerta en la cara. Zafira, herida en el orgullo, quiso volver a tocar, pero Charlotte le sujetó la mano y se lo impidió.
—No. Déjala. Ella sabrá de lo que se pierde. Yo me iré a acostar.
Caminaron por el corredor y se detuvieron frente a la habitación de Charlotte. Zafira se quedó paradita unos segundos, como si esperara algo. La otra chica la miró de los pies a la cabeza, reparando en los cortos shorts que traía y que mostraban un hermoso par de piernas cobrizas y un ombligo adornado por un pendiente. Los pechos estaban libres de sujetador, debajo de una blusa azul de manga corta. Olía a manzanas.
—Ehm... buenas noches —dijo Charlotte.
—Pensé que podría pasar a charlar un poco.
—Ay... lo que pasa es que quiero dormir —. Nada que ver. Char estaba intimidada por su compañera. Era la chica más alta de todas, y despedía un aire de sensualidad en cada uno de sus gestos, como si el universo la hubiese hecho erótica por naturaleza.
—Bueno, está bien. Descansa, bonita. Te veré mañana.
—Sí, descansa —. Se besaron las mejillas y se despidieron. Durante los siguientes quince minutos, Charlotte se la pasó reprochándose su estupidez al no haber aprovechado la oportunidad de que se le estaba dando.
"Y pensar que ahora podría estar besándola"

Poco antes de la media noche, Lucy y Samanta se despidieron de las otras muchachas y se fueron a acostar. El día había sido agotador y lo único que necesitaban era meterse a la cama y acariciarse un poco antes de dormir. Samanta le pidió a su novia si deseaba bañarse con ella y que así podrían darse unos cuantos besos bajo el agua. Sin embargo, Lucy se negó porque la idea de estar desnuda le causaba cierta vergüenza y no estaba lista para permitir que Sam le tocara en partes más íntimas.
Se recostó después de cambiarse de ropa y se preguntó por qué no podía atreverse a llegar más lejos con Sam. A leguas de distancia se notaba lo caliente que su novia se ponía en ocasiones. Llevaban casi un año como pareja, y lo más que habían hecho era tocarse los pechos por encima de la ropa. Lucy conocía el historial amoroso de Sam, y bien sabía que la chica era conocida por ser una mujer apasionada y entregada al amor. El sexo no era una opción, sino una necesidad.
La otra chica salió de la ducha, envuelta nada más en una toalla. Se la dejó caer a propósito y se puso de espaldas a Lucy mientras se vestía. Deseaba que ella la mirara desnuda, al menos por una vez. Sin embargo, por el reflejo del espejo, vio que la chica se daba la vuelta y ocultaba su rostro como si estuviera apenada. Se sintió desalentada por esa reacción, y luego de ponerse la ropa para dormir, se acomodó en la cama y le besó la mejilla.
—Vamos a jugar un poco ¿te parece?
—Tus juegos son muy violentos —replicó Lucy —. Siempre intentas tocarme y ya te dije que no me siento lista.
— ¿Y cuándo lo estarás? —Lucy detectó un atisbo de enojo en su voz —. Me muero de ganas por estar contigo. Soy tu novia. Si no te toco yo ¿quién lo va a hacer?
—Ya te dije que sí lo haré contigo; pero quiero que pase más tiempo. Ni siquiera hemos cumplido un año saliendo.
—Fueron once meses el domingo pasado.
Se sostuvieron las miradas. Samanta comprendió que discutir con Lucy era como hablarle a la pared. Arrugó las cejas, se envolvió con las sábanas y se giró al otro lado para no seguir mirándola. Sentía el calor en su vientre bajo, y la necesidad de acariciarla y hacerla disfrutar como toda buena novia debe hacer a su pareja. Incluso se le cruzó por la mente la idea de que Lucy no estaba satisfecha con la relación, que quería terminar y que solamente estaban juntas porque no sabía cómo decirle que ya estaba harta y que le repudiaba tener que hacer el amor con una mujer.
Miles de ideas como esas pasaban por la mente de Samanta; no obstante, decidió callar.
Lucy la miró con deseos de darle un beso de buenas noches. La relación, según entendía ella, estaba yendo por un mal camino. Quería decirle a su novia que el hecho de que no quisiera tener sexo, no significaba que no la amara. Lucy la quería mucho, y no deseaba otra cosa sino verla feliz. Samanta nunca entendería eso. Tomó la decisión de mantenerse en silencio y esperar a que por la mañana las cosas pudieran volver a la normalidad.
Las que sí estaban dándose suficiente amor eran Tris y Ana. Los gemidos de Tris llenaban la habitación con su vocecita de cristal. Estaba bocabajo sobre la cama, soportando el peso de su pareja, y sus puños arrugaban la tela de las sábanas y se mordía el labio inferior ante las oleadas de éxtasis que le daban los dedos de Ana, hurgando traviesamente dentro de ella. Las dos sudaban y se frotaban. Ana le mordía el lóbulo de la oreja y a veces, le dejaba tiernos chupetones en el cuello. Tres de sus dedos más largos estaban apretados por los pliegues de Tris, quien a su vez, comprimía los músculos interiores para dar una sensación más deliciosa a las dos.
—Te amo —susurró Tris, entre jadeos. Giró el cuello todo lo que pudo para besar la boca de Ana. Un hilito de saliva se colgó entre ellas —. Oh, Dios... cuánto te amo.
—Sólo me amas por lo que puedo hacer —sonrió Ana, bajando con sus besos por toda la espalda de su futura esposa. Lamió sus carnosas nalgas, luego de darles pequeñas mordidas hasta dejar la marca de sus dientes sobre la lechosa piel. Se quedó quieta un momento, mirando con una expresión de cariño la delicada raja de Tris, y cómo ésta brillaba por los jugos que germinaban desde su interior.
— ¿Qué haces?
—Sólo estoy mirando lo bonita que eres aquí abajo. A veces pienso que por aquí saldrá nuestro bebé.
—Ah, no me hagas pensar en el parto ahora ¿está bien? Tendremos nuestro bebé cuando nos casemos y tengamos trabajo. Lo prometo.
—Lo siento —acarició las nalgas de Tris. Se relamió los labios y las separó un poco, para después hundir su rostro entre ellas. Tris soltó un gritito de susto, y luego, el placer más grande la invadió por completo.

Matilda tenía las mejillas abochornadas. Le parecía asqueroso lo que Tris y Ana estaban haciendo dentro de su cuarto. Los gemidos de una de ellas hacían uso del profundo silencio de la mansión a la media noche, y se filtraban hacia el exterior. Matilda sólo estaba pasando por ahí para curarse del insomnio con un vaso de leche; pero el sonido de una mujer disfrutando con otra mujer la había dejado pasmada. Tragó saliva y pegó la oreja a la puerta de las chicas. Su corazón latía aceleradamente y notaba la boca seca. Siempre supo que las lesbianas tenían tanto sexo como una pareja heterosexual; sin embargo, era la primera vez que oía el fruto de esa relación.
— ¡Lame más! —dijo Tris. Matilda sonrió, nerviosa. Luchaba entre los deseos de irse o seguir escuchando. De repente, sin que lo quisiera, a su mente llegó la imagen de los sudorosos cuerpos de las muchachas mezclándose entre las sábanas. Algo en su interior se estaba calentando. Volvió a tragar saliva y respiró profundamente.
— ¿Crees que te quepan cuatro dedos? —preguntó Ana. La chica rica se sobresaltó. ¡¿Cuatro dedos?! ¡¿Qué clase de sexo era ese?! ¡¿En dónde iba a meterle esos dedos?!
—Podemos intentarlo. Mi límite es tres, pero con lo mojada que estoy...
—Bien, hagámoslo. Ponte de perrito.
— ¿Así?
—Síp. Levanta un poco el trasero.
Ahora las rodillas de Matilda temblaron. Se imaginó a sí misma en esa posición. Sus manos empezaron a bailar por encima de su vientre.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó Zafira, apareciendo de repente por el corredor. Matilda casi se muere del susto.
— ¡Nada! ¡Bu-buenas noches!
Corrió a su habitación y se encerró. Zafira frunció las cejas y se acercó a la puerta para escuchar lo que estaba pasando al otro lado.
— ¡Si te cupieron los cuatro!
— ¡Genial!
La morena se río. Tal vez era hora de intentar lo mismo con su mejor amiga. Se dirigió a su cuarto.
— ¡Elena!
— ¿Sí?
Zafira se tiró a la cama y sonrió como una gatita.
—Vamos a jugar un pequeño jueguecito con las manos.
— ¿Juego? —cuando Elena lo comprendió, ya era tarde para decir que no.

La mansión de los placeres lésbicos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora