Cayó sobre el barro y se abrió la herida. Jadeó mientras se ponía en pie y un lacerante pinchazo de dolor le recorrió toda la rodilla derecha. Marcela se limpió las lágrimas y continuó avanzando ladera arriba, arañándose contra los arbustos y resbalándose sobre la tierra desprendida y mojada.
Oyó las voces de las chicas y supo que pronto la atraparían. El pánico le impedía pensar con claridad. ¿Cómo es que esas dos estúpidas habían sospechado de ella? Si la atrapaban, si se enteraban de lo que ella y María habían hecho, las consecuencias podrían ser realmente escalofriantes. Darse cuenta de esto hizo que se le encogiera el corazón.
—Ya... ya no puedo más.
Vio la cima de la ladera. Si lograba ascender unos metros más, alcanzaría un gran margen para escapar. Se proyectó hacia adelante, hundiendo un pie en un hueco y alargando la mano hacia arriba. Estiró los dedos como si quisiera arrancárselos, y sólo había rozado la superficie escarpada cuando el sitio donde estaba apoyada se vino abajo.
Gritando y pataleando, Marcela se precipitó. Se hizo daño en la espalda. Una de sus muñecas hizo un feo crujido y su cara besó el lodo. No logró moverse cuando Matilda y Soledad la alcanzaron.
— ¿Estás bien? —Soledad le dio la vuelta y trató de levantarla, pero Marcela aulló de dolor—. ¿Por qué estabas corriendo?
Matilda llegó de inmediato.
— ¿En dónde está Elena? —Preguntó, sin sentir una pizca de compasión por la herida muchacha—. ¡¿En dónde está?!
Al ver que su amiga no contestaba, Soledad se alejó de ella.
— ¿Qué hiciste? —quiso saber, tapándose la boca con las manos. Al igual que Matilda, las sospechas de que algo malo le había pasado a la amazona ahora eran más palpables.
—Yo... ¡María me obligó! ¡Fue ella quien tuvo la idea de... vengarse!
— ¿En dónde está? —Exigió saber Matilda, rayando al borde de la histeria—. ¡¿Qué le hiciste a mi amiga?!
—No... no sé. María la tiene.
Mati y Soledad intercambiaron una mirada furtiva. Luego, Matilda se alejó de ellas y sacó una pistola de la mochila de suministros. Sólo tenía un disparo. Cargó el cartucho y apretó el gatillo.
La bengala destelló por encima de la isla dejando tras de sí una estela roja. Todas las parejas miraron hacia la misma dirección.
María vomitó lo poco que tenía en el estómago. Estaba agotada, aterrada y se había orinado en los pantalones. La muerte de Elena no podía ser verdad. La perra sólo estaba fingiendo para meterla en problemas. Esa era la única explicación posible. Ni siquiera la había castigado demasiado. ¿Debería darse la vuelta e ir? Lo dudaba.
Ahora podía ver la playa. Unos pocos kilómetros de más, y hallaría la salvación. Se perdería y nadie la encontraría.
Siguió caminando, y de repente alguien surgió frente a ella. María se agachó para recoger una piedra.
— ¡Quítate! —Gritó, y Pilar ahogó un grito al encontrarse frente a frente—. ¿Tú?
—María —la colombiana retrocedió, temerosa al ver la piedra afilada en manos de la otra—. Yo... me perdí.
La brasileña sonrió. Pilar le creería. Ella tenía que confiar en ella. Se gustaban. Estaba segura de eso. Soltó la piedra y caminó despacio hasta la muchacha. Esta retrocedió un poco más.
— ¿Qué te pasa, Pilar? Soy yo.
—Sí... pero ¿qué te pasó?
—Es... es difícil de explicar. Mi amor, ven conmigo.
La tomó de un brazo, pero Pilar se liberó de inmediato. Al presentir que eso había hecho enfurecer a María, decidió darse media vuelta y huir de nuevo a la seguridad de la selva.
— ¡Espera, desgraciada! —el chillido de María golpeó los oídos de Pilar, e hizo que esta se diera cuenta de que tenía que correr más rápido.
María la persiguió. Sentía ansias por explicarle lo que estaba sucediendo. Necesitaba que la consolaran y que le repitieran una y otra vez que Elena no estaba muerta.
— ¡Detente! —agarró una piedra y la lanzó hacia Pilar. La afilada roca se estrelló en el tobillo de la muchacha y la hizo caer, soltando un chillido de dolor.
— ¡Aléjate de mí!
— ¡No escaparás!
Le dio alcance a su amor y la cubrió con su cuerpo. Pilar chilló y trató de liberarse, pero le dolía tanto el tobillo que apenas logró alejarse unos pocos pasos. De milagro, se puso en pie y avanzó unos cuantos metros antes de que María la volviera a derribar. Forcejearon salvajemente sobre el fango entre gritos y maldiciones.
Pilar estiró una mano y alcanzó una piedra. Sin dudarlo, golpeó a María en la cara y la brasileña se fue para atrás. Pilar, presa del pánico, se puso de pie y renqueando corrió hacia la salvación, que en esos momentos, estaba en cualquier lugar menos allí.
Su atacante se tocó la cara y vio la sangre que se le quedaba en la mano. Su nariz goteaba profusamente y el sabor de sus propios fluidos la hizo enfurecer. Levantándose rápidamente, corrió tras Pilar. No permitiría que alguien más se burlara de ella.
Pilar se dio media vuelta. Estaba cansada. Lloraba de dolor y de miedo. María, como una pantera, apareció por entre la maleza. Sus ojos ardían con rabia inconcebible y deseos de asesinato. La pequeña morena se vio como una presa. Quiso cerrar los ojos, pero no lo hizo.
Y de repente, una leona se lanzó sobre la pantera, y ambas chicas cayeron sobre el lodo. Pilar se postró de rodillas y con el pecho acelerado. Lo que estaba viendo era una pelea de verdad. Una pelea de sometimiento.
Leonore apretó a María de las greñas y aporreó repetidas veces el rostro de esta contra el fango. María manoteó y derribó a su enemiga. Ambas rodaron en medio de gritos y jadeos. No obstante, la brutal embestida de Leonore, que había oído los gritos de Pilar y había acudido allí de inmediato, le dio la oportunidad de tomar una delantera y el factor sorpresa le sirvió para salvar su propia vida.
María se hizo con una piedra y la estrelló repetidamente en la espalda de Leonore. Esta aguantó los golpes y apretó la quijada. Su cuerpo, repleto de químicos y de adrenalina, prensó a María con una llave hasta que la muchacha fue perdiendo las fuerzas. Su cerebro, al verse privado de oxígeno, rápidamente la sumergió en un sueño profundo y amargo.
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La mansión de los placeres lésbicos.
Teen FictionLady Sarah es dueña de una mansión, una mansión con un propósito: Reunir chicas de diferentes lugares pero con una característica que las une: el deseo de dar rienda al deseo lésbico. Pero cada una a la vez acarrea sus propios problemas, desde una...