Chartlotte iba nerviosa de un lado a otro de su camerino. Era el día del estreno de las obras y temía que se le olvidaran los diálogos. Al igual que sus amigas, quería ganar. Sus acostones con Zafira le habían dado una idea de la magnitud de la producción que ella iba a montar, y era muy erótica. Estaba segura de que a Sara iba a gustarle. Leonore, al contrario, se había ido más al dramatismo y a la tragedia. La suya no era una obra que hiciera reír, aunque la directora confiaba en que tendrían una participación destacada y que las cosas irían bien.
— ¿Quieres estar tranquila? Me pones de los nervios. —le riñó Matilda, maquillándose frente al tocador.
—Nunca antes había actuado en una obra. relajada
—Mamá me metió a clases de actuación cuando era niña. Yo estoy bien.
Chartlotte sonrió.
—Pero si ya hasta sabes cómo besarme. Has perdido la vergüenza por completo.
A Matilda se le tiñeron las mejillas de rojo. No pudo recordar cuantos besos ya llevaba con su amiga, y de lo que si estaba segura era de que con cada uno de ellos, la necesidad de tocarla y de provocarla estaba haciéndose más fuerte. Matilda podía sobrellevarlo mentalmente, y ponerse restricciones psicológicas y emocionales. Sin embargo, su cuerpo le reclamaba otra cosa. Ardía en la necesidad de desnudarla y acariciarla en sitios donde no le daba la luz del sol. Agradecía que la obra ya fuera a terminar. No volvería a probar los labios de Chartlotte nunca más.
Pocos minutos después, Nicole entró echa una tromba al camerino.
— ¡Chicas! ¡Tienen que venir a ver esto!
Siguieron a la pelirroja y se asomaron a un costado del escenario. ¡Tenían público! A Chartlotte y a Matilda les temblaron las piernas por un momento. Un aproximado de sesenta chicas estaban allí. Y eso no era todo. Ocupando las primeras filas estaban unas mujeres adultas, cada una más sensual que la anterior, vestida con indumentarias nobles que demostraban un alto puesto dentro de la sociedad. En medio de ellas, estaba Sara. Lucía despampanante con su vestido escotado de color rojo y el collar de perlas que brillaba por encima del cerco de sus senos.
— ¿Quiénes son todas estas muchachas? —preguntó Nicole. Estela, que estaba con ellas, les contestó.
—No son las únicas. Hay otras mansiones, y esas chicas que vinieron viven en ellas. También están aquí con sus directoras, que son las adultas que se sientan al lado de Sara.
— ¿Todas son...?
—En su mayoría. —asintió Estela. Chartlotte pensó que Zafira debía sentirse en el paraíso. Volvió la vista y contempló asombrada la cantidad de belleza y sensualidad que manaban de las chicas. Todas parecían tener su edad. Algunas eran morenas, otras rubias y unas más parecían tener el pelo teñido de colores celestes o rosados. Vio vestidos elegantes, minifaldas coquetas y jeans ajustados. Algunas chicas se estaban besando con sus novias, mientras que otras charlaban animadamente y probaban de los bocadillos que otras sirvientas como Estela estaban sirviéndoles.
— ¿Por qué nadie nos dijo que tendríamos público? —cuestionó Zafira, asomándose detrás de Chartlotte y abrazándola por la espalda.
—Fue una sorpresa de mi señora. —contestó Estela.
— ¿Qué haces tú aquí? —la voz de Matilda sonó un poco hosca, sin querer. Se dirigía a Zafira y no pudo reprimir un pinchazo de furia al ver cómo la lengua de la morena recorría el cuello de su amiga.
—Vine a desearles suerte. Nosotras vamos primero, así que espero que su obra no quede opacada por la nuestra.
—Qué curioso. —habló Leonore, ya disfrazada como una malvada hechicera —. Acabo de visitar a tu equipo y todas tus actrices dijeron que no estaban listas.
—Ah, carajo. Voy a matar a esas niñas. —tomó a Chartlotte de las caderas y le plantó dos besos en la boca. —Te veré en la cama esta noche ¿de acuerdo, mi muñequita?
—Sí. Suerte.
Lucy vomitó en el lavamanos, y Nicole le acarició la espalda con cariño. La pequeña actriz no se esperaba tanta gente reunida, y sus nervios la habían traicionado sobremanera. Devolvió el escaso desayuno y sintió su boca amarga. Nicole le pasó una servilleta y un vaso con agua tibia.
— ¿Cómo te sientes?
—Mal. No creo poder hacerlo.
—Apenas tienes diálogos. Estarás bien, Lucy. Eres una actriz muy bonita. Las otras chicas estarán encantadas con tu belleza. —mientras lo decía, Nic arreglaba el pelo de Lucy. Para la ocasión, se lo había ensortijado y le quedaba muy bien. Le daban un aire más adulto, y Nicole sentía su piel estremecerse al tener cerca a una mujer de su calibre.
—Bien, haré lo que pueda. Al menos llevaré casco y nadie me verá la cara.
—Ignora a los demás. Todo estará bien. Confío en que lo harás maravillosamente, Lucy.
Tris y Ana se besaron una última vez. Ambas, casi esposas, estaban en un rincón e intercambiaban arrumacos para bajarse la ansiedad.
—Escuché que tu obra es un poco pervertida. —dijo Tris —. Espero que Zafira no te haya puesto a hacer cosas feas.
—Descuida, cariño. Estaré bien. Soy muy buena fingiendo.
—Mmm... no quiero verte haciendo nada depravado en el escenario. No somos como estas niñas —. La tomó de las manos y la besó en los nudillos —. Nos casaremos dentro de poco. Ya somos casi señoras.
—Somos muy jóvenes todavía.
Tris sintió que le habían dado un golpecito en el pecho.
—Pero nos casaremos ¿verdad?
—Claro que sí, tontuela. Bueno, me tengo que ir. Suerte, mi amor.
Tris asintió, pero por alguna razón, no se estaba sintiendo especialmente confiada.
Madame Minerva, quien dirigía la mansión del oeste, se dirigió a Sara.
—Espero que esas chicas valgan la pena. Tuve que traer a las mías desde tan lejos, y fue un terrible desastre el que hicieron en el hotel.
—Oh, querida. Estoy segura de que las obras serán de tu agrado. No tienes de qué inquietarte. Además tus chicas estarán muy complacidas con la calidad que encontrarás en el escenario.
Minerva agitó su ensortijado pelo negro y se dirigió a Candance, una exuberante morena de casi dos metros de altura. Era la chica más alta de todas las presentes en el teatro.
— ¿Escuchaste eso, Candance? Lady Sara dice que sus chicas nos dejarán un buen sabor de boca.
Candance sonrió sin alegría.
—Espero ansiosa, señora.
De un momento a otro, las luces se apagaron y Estela se paró frente al escenario. Un foco de luz blanca la cubrió.
—Bienvenidas a la mansión del este. En nombre de la señora Sara, agradecemos el honor de su visita y esperamos que disfruten de la función.
Zafira miró a sus amigas y asintió con la cabeza.
—Aquí vamos. Impresionemos a estas bellezas.
La obra dio comienzo, y Sara se relajó en su silla ubicada en primera fila. Al principio resultó un poco aburrida toda esa sarta de la chica que había llegado del campo buscando oportunidades para crecer; pero cuando Tamara entró en acción como la malvada jefa, las cosas se tornaron de repente interesantes. En el primer acto, las peripecias por las que Ana tenía que pasar causaron saludables risas en todas las muchachas. Resbaló mientras trapeaba el piso, y se quejaba con remilgados insultos en un acento gracioso y poco convencional. Una escena especialmente encantadora fue cuando Ana descubrió a la sensual jefa masturbándose. Claro que Tamara no lo estaba haciendo de verdad, y estaba de espaldas al público; pero sus gemidos sonaban auténticos y amplificados por el micrófono de diadema que llevaba. Algunas de las chicas del público se sonrojaron. Otras "Zafiras", pertenecientes a sus respectivos grupos, intercambiaron miradas traviesas. Algunas "Lucys" decidieron reírse en voz baja.
Tris observaba la obra con inquietud. Se estaba comiendo las uñas, y notaba algo raro agitarse en sus entrañas. No le estaba gustando nada, nada, nada, la actuación de su prometida. Ana no sólo era coqueta con Tamara, sino que en las escenas "picantes", no tenía ninguna clase de remilgo y tampoco parecía disgustada. Cuando la obra llegó a su punto culminante, después de un montón de chistes verdes y momentos embarazosos, Ana y Tamara se abrazaron y se recostaron en un lecho improvisado con almohadas y cojines. Al inicio, sólo parecía que estuvieran hablando sobre cosas tiernas y sobre su futuro, pero luego comenzaron a besarse con delicadeza.
— ¡Aww! —exclamaron las chicas del público, brutalmente conmovidas al ver cómo la jefa Tamara se hacía sumisa y cambiaba su forma de ser. Los besos se hicieron más apasionantes. Algo había cambiado en Ana. Algo andaba terriblemente mal.
Chartlotte y Matilda se miraron inquietas. Leonore frunció las cejas, horrorizada ante lo que veía. Miró a Zafira, que parecía igual de sorprendida que las demás. Inclusive Sara, que sabía que tal muestra de pasión no estaba en la obra, se revolvió incómoda en su asiento. Candance se acercó a su señora, Minerva.
— ¿Esto es parte de la obra? ¿Parece como si fueran a desnudarse en cualquier momento?
—No lo sé, hija. No lo sé.
Tris ya tenía lágrimas en los ojos. Nicole y Lucy la miraron sin saber qué decir. Definitivamente allí estaba ocurriendo algo más que una profesional actuación. Algo no andaba bien. Noriko le lanzó una mirada a Leonore, desde el otro extremo del escenario. La muchacha comprendió, y se apresuró a desatar la soga para cerrar el telón. Tras un momento de silencio, los aplausos llenaron todo el teatro. La buena actuación de las mujeres había impresionado no sólo a Sara, sino a las otras señoras.
Ana se separó al fin, y se dio cuenta de lo que había hecho.
—Oh... no. —alzó la vista hacia Tris. Su prometida lloraba. Antes de que pudiera levantarse para ir a por ella, Tris se dio media vuelta y salió corriendo del escenario.
Leonore y Chartlotte no pudieron hacer nada para detenerla. Ana corrió tras su prometida, asustada y confundida. ¿Qué demonios le había ocurrido? ¿Por qué se había dejado llevar tanto por la obra? La siguió, ante la mirada sorprendida de las demás. Sin embargo, Tris había desaparecido de su vista y ya no supo dónde seguir buscando. Además, su nombre sonaba por el altavoz, y tuvo que volver con su equipo para saludar al público y agradecer por los aplausos.
— ¡¿Es que te has vuelto completamente loca?! —le gritó Chartlotte a Zafira —. ¡¿Cómo pudiste dejar que Ana interpretara ese papel?! ¡Sabes que está prometida con Tris!
— ¡Ella no puso ninguna clase de objeción! ¡Sabía a lo que se metía! Además ¿Quién eres tú para gritarme? Ni que fueras mi novia.
— ¡No! ¡Y gracias a Dios que no lo soy! Heriste los sentimientos de Tris.
— ¡Ah, pero no fui yo quien perdió el control con Tamara! —Zafira, furiosa, señaló a la aludida y esta se encogió de hombros. Tamara no sentía un mínimo de remordimiento —. Grítale a ella y no a mí.
—Ella ya tendrá su regaño. —dijo Leonore, con voz sombría —. Además tú también hiciste que Noriko dijera e hiciera cosas que no iban con ella.
Zafira rio.
— ¡Por Dios, chicas! ¡Sólo estábamos actuando! ¡Actuando!
— Todos sabemos que eso fue más que una actuación. —replicó Matilda, urgida por apoyar a Chartlotte —. Nosotras no hubiéramos dejado que Tris hiciera eso. Fue culpa suya también el haber cedido a la tentación, pero en primer lugar, tú tenías la responsabilidad de cuidarla. Es de sentido común. ¡Sabes que están a punto de casarse!
La morena se sintió atrapada, y cuando eso sucedía, no temía sacar uñas y dientes para defenderse.
— ¡Todas ustedes son una putas mojigatas que le tienen miedo a todo! ¡Vienen a acusarme cuando todas ya sabíamos para qué entrábamos a esta mansión! ¿Lo recuerdan? Sara prometió que probaríamos nuestros límites y que experimentaríamos cosas nuevas. Querían un poco de drama en sus vidas ¿Verdad? Pues aquí lo tienen. ¡Váyanse todas al diablo!
Pasó con fuerza entre las demás, empujando sobre todo a Chartlotte, que resbaló y fue a caer a los brazos de Matilda. Las chicas miraron furiosa a la que se iba, y no tardaron en lanzar miradas de fuego a Andrea y Tamara. Ellas comprendieron que tampoco serían bienvenidas, y siguieron a Zafira. Tras esto, se hizo un incómodo silencio entre ellas. Nicole y Lucy se miraron con tristeza. Noriko bajó la cabeza y dijo:
—Supongo que este es el fin de nuestra amistad.
ESTÁS LEYENDO
La mansión de los placeres lésbicos.
Fiksi RemajaLady Sarah es dueña de una mansión, una mansión con un propósito: Reunir chicas de diferentes lugares pero con una característica que las une: el deseo de dar rienda al deseo lésbico. Pero cada una a la vez acarrea sus propios problemas, desde una...