A pesar de todo, Nicole no quería parecer rencorosa ni vengativa frente a las demás chicas, así que no levantó ninguna demanda por la agresión que Tamara y Andrea le hicieron. Lo único que quería era que todo terminara ya, y que pasara al olvido. Tenía otras cosas en las qué pensar, como en empacar sus cosas para largarse de una vez por todas de esa mansión. Metió su ropa en la maleta, y se sentó sobre ella para cerrarla. Ya había un coche esperándola para llevarla a casa.
Las otras chicas no estaban de acuerdo con que se fuera, y habían intentado detenerla por todos los medios. La única que no había hablado era Lucy, y tampoco estaba presente en esos momentos cuando Nicole se alistaba para marcharse. Chartlotte había sido la que más cerca estuvo de convencer que se quedara, pero ni siquiera sus buenos argumentos lograron desvanecer la ira que embargaba a la muchacha pelirroja.
—Lo siento. No hay nada que quiera hacer aquí. —les lanzó una mirada de recelo, agarró sus maletas y se apresuró a bajar por las escaleras. La puerta de la mansión ya estaba abierta y el conductor ya había abierto la puerta del vehículo.
A medida que se acercaba a la salida, Nicole fue sintiéndose devastada y sin ánimos de girarse y despedirse de sus amigas. Sin embargo, una voz hizo que se detuviera.
—No te vayas.
— ¿Lucy? —la chica estaba a un lado de la puerta, apoyada en una de las columnas que sostenían el techo. —Lo siento, pero no vine aquí a que me golpearan ni a que me... despreciaran.
Pasó junto a Lucy, y ya había puesto un pie fuera, cuando la chica le tomó de la mano y la jaló al interior de la casa. Nicole quiso protestar, pero se topó con una suave sonrisa. La sonrisa más tierna que había visto en su vida.
—Me dijiste que yo no era una perdedora. —dijo Lucy —. Tampoco creo que tú lo seas. Así que... bueno, no abandones tan fácilmente.
Nicole bajó la vista unos segundos, alicaída, y luego posó los ojos en Lucy.
— Yo sólo quiero acercarme a ti.
—Podemos ser amigas. Ya te lo dije.
Nicole se sintió herida, y quiso soltarse. Lucy no se lo permitió.
—Déjame...
—Escuché lo que dijo Tamara sobre mí. A veces pienso que tuvo razón al decir que yo me lo busqué. Sin embargo... me defendiste. Creo que eso no lo haría una perdedora. Quédate, Nicole.
Lentamente, las fuerzas abandonaron a la muchacha. Soltó la maleta y sonrió sin alegrías. Las otras niñas ya estaban espiándolas, casi ocultas tras la pared, y esperando a ver su reacción. La mente de Nicole pensó rápidamente, enfocándose en ver lo bueno que le estaba ocurriendo y dejando de pensar en lo malo del día. Sin Tamara ni Andrea que estuvieran jodiendo a las muchachas, la casa al fin podría ponerse un poco más amena.
—Vale. Me quedaré por ti, Lucy.
La otra chica sonrió y la atrajo más al interior de la casa. Nicole cerró la puerta con un suave puntapié, y cuando se oyó la tranca correrse, las otras jóvenes lanzaron una exclamación de alegría.
Matilda tuvo que admitir que se sentía más tranquila ahora que Nicole estaba en la casa. No es que la muchacha le cayera bien ni mal. Se mantenía alejada de ella, así como de la mayoría de sus compañeras. Tenía cierta inquietud de que las otras chicas la arrastraran a las mieles de sus preferencias sexuales, y esperaba que no se le hubiera contagiado nada "raro" de ellas.
Salió de la ducha envuelta en una toalla y comenzó a aplicarse crema humectante en las piernas. Mientras lo hacía, contempló su silueta, y se desnudó. Analizó cada centímetro de su cuerpo, cada seno redondo y cada curva, preguntándose si de verdad sus encantos atraerían las miradas de las niñas de la casa. Para Matilda, pechos eran simplemente pechos, y no tenían nada de extraordinario. Le gustaba la redondez de sus curvas, pero seguía prefiriendo la dureza de un buen pectoral masculino.
—Qué tontería. Yo no soy como ellas.
Y sin embargo, ¿porque sentía cierta sensación cosquillosa cuando miraba los pechos de Chartlotte doblar la tela de su blusa? No acababa de comprenderlo. Había experimentado con mirar a las demás con ojos lujuriosos, imaginar su lengua recorriendo, por ejemplo, los delicados pliegues de la intimidad de Leonore, o el trasero de Zafira. Nada de eso le excitaba. La única que podía despertar en ella algo "peligroso" era Chartlotte. Quería conocer la respuesta, pero hacerlo significaba ir más allá.
—Puta curiosidad.
Se vistió con una sencilla falda y un jersey. Luego salió de su cuarto y fue a buscar a Chartlotte para conversar un rato, o quizá ver una película. Era domingo, y la casa estaba sumida en el silencio. Cuatro muchachas ya habían abandonado las instalaciones en menos de dos semanas, y el ambiente ya comenzaba a sentirlo, traduciéndose como un clima glacial y falto de comunicación
El cuarto estaba vacío cuando entró; pero las cosas de Chartlotte seguían esparcidas por todos lados. La muchacha era un poco descuidada con su maquillaje. Matilda se aproximó al tocador y vio las botellas de perfumes. Tomó una y la olió profundamente. Notó cosquillas en el estómago, como si fuera una reacción química que le recorriera la sangre, y visualizó a la guapa de Chartlotte poniéndose ese perfume por todo el cuerpo. Recordó, mientras la besaba, el delicioso aroma que se desprendía del cuello de su amiga. El labial le recordó esa fabulosa boca que hacía maravillas durante el beso, y por un instante, Matilda se imaginó que esos labios recorrían cada centímetro de su intimidad.
Zafira se lanzó a los brazos de Chartlotte para besarla con una pasión conciliadora. Estaban echadas sobre el sofá, y al lado de ellas, Noriko y Leonore también estaban sumidas en un profundo beso. La japonesa acariciaba las piernas de su novia, descubiertas nada más que unos cacheteros, escondidos debajo de un largo camisón.
Lucy y Nicole se sintieron un poco contrariadas por sus amigas. Hasta hacía unos momentos, las seis estaban mirando una película romántica, y en pocos minutos, la situación se fue caldeando y terminó en una sesión de besos por parte de sus cuatro compañeras. Lucy intentaba no mirar, pero Nic veía por el rabillo del ojo cómo las manos de Noriko se metían debajo del camisón gris; y también percibió los dedos de Chartlotte hurgando dentro de la blusa de Zafira, y apretándole los pechos.
— ¡Ejem! —gritó Lucy, estallando al fin. —Tienen sus dormitorios.
—Vamos. —sonrió Zafira, y se fueron enseguida. Leonore y Noriko hicieron caso omiso, y continuaron besándose en plena cara de sus amigas.
Matilda estaba examinado el guardarropa cuando oyó las risas de Chartlotte y Zafira acercarse. Palideció, y presa del pánico, se cerró en el armario. El corazón le martillaba con miedo. Si la descubrían...
Chartlotte cerró la puerta y se lanzó sobre Zafira. Ambas cayeron a la cama y sus besos se intensificaron más. En un instante, la morena perdió la blusa y se quitó los shorts. Chartlotte no perdió el tiempo, y seguía vestida cuando sus labios se pegaron en la estrecha intimidad de la mujer. Notó el calor que se desprendía de ella y la humedad que ya comenzaba a rodearla. Saboreó las mieles de su pasión y no tardó nada en causarle un profundo jadeo a su pareja.
—Oh... Chartlotte. ¿Dónde aprendiste a hacer eso con la lengua?
La chica no le respondió. Estaba enfrascada entre sus pliegues, separándolos con los dedos y hundiendo la lengua en ella. Después, se separó y subió con besos por todo su cuerpo. Zafira no tardó en girarse, apoyando los codos y las rodillas en la cama. Chartlotte se encaramó sobre ella, fundiendo dos de sus dedos en su interior y rasgando suavemente con sus uñas. Sus dientes le daban mordidas a esa hermosa espalda bronceada, y luego continuaban hasta el cuello, donde le siguió mordiendo hasta el lóbulo de las orejas.
Matilda estaba un poco asqueada ante lo que oía. Claramente la boca de Chartlotte estaba llevando la batuta en el encuentro. Durante un instante se le ocurrió que podría mirar a través de las celosías de la puerta y nadie se daría cuenta de ello. Desechó esa idea porque estaba segura de que si lo hacía, cruzaría una barrera que había estado evitando desde entonces.
Los gemidos de Zafira se intensificaron a medida que su orgasmo se acercó. Chartlotte le abrió las piernas y se acomodó entre las mismas, para hacer unas tijeras. Ambas amantes se miraban fijamente a la cara y se tomaban de las manos. Relamían sus labios con gestos sugerentes y de promesas lujuriosas. Sus sexos se besaban mutuamente, unidas al fin en una caricia placentera y cálida. Zafira observó asombrada los magistrales pechos de la muchacha que tenía frente a ella. Los pezones rosados bailaban a medida que se agitaba con sus movimientos. Quiso prenderse de ellos, y estiró una mano para encerrarlos y pellizcarlos. Chartlotte jadeó de dolor y regocijo, y se acomodó a horcajadas de la muchacha.
Zafira la hizo girar, y le besó los senos con una devoción noble. Masticó las hermosas puntitas, y jugó con su tamaño. Embarró saliva en ambos y se dedicó a masajearlos suavemente. Después, sintió la necesidad de tomar a Chartlotte y de probar de ella. Así lo hizo, y los jadeos de la otra chica se intensificaron.
Matilda se había cubierto los oídos para no escuchar los sonidos de las caricias y los besos. Era demasiado para ella.
—Oye, Chartlotte.
— ¿Sí?
—Tengo una pregunta. —dijo Zafira, mientras hurgaba en el interior de su amiga con sus manos y le besaba el clítoris. — ¿Hay algo entre tú y Matilda?
Chartlotte se sacó sus propios pechos de la boca.
— ¿Qué dices? ¿Por qué lo preguntas?
—Pues... me parece que se traen algo. Todas dicen que su beso, durante la actuación, fue fantástico. Yo no lo vi.
—Fue apasionado.
Matilda paró las orejas. Se asomó y vio la cobriza piel de Zafira. Enrojeció y volvió a ocultarse, tratando de borrar de su mente la curvatura de ese trasero.
—Pero no hablo de eso. Ya sabes a qué me refiero.
Chartlotte se lo pensó un poco.
—No hay nada entre Matilda y yo. Ni siquiera le gusto.
— ¿Segura?
—Sí. No hay absolutamente nada entre las dos.
Por alguna razón, a Matilda no le gustó esa respuesta. Fue como si le hubieran apretado los riñones. Bajó la mirada y suspiró, mientras las palabras se repetían dentro de su cabeza.
—Ah. Bueno, comprendo. Está bien entonces. —sonrió Zafira, concentrándose más en tocar a Chartlotte por todas partes.
Matilda notó que algo le ardía en los ojos. Parpadeó rápidamente y, armada de valor y coraje, salió del armario. Chartlotte y Zafira gritaron y se cubrieron con las sábanas. No terminaban de entender de dónde había surgido la otra chica. Sin embargo, esta ni siquiera les miró. Caminó con paso firme a la puerta. Abrió y se marchó con un portazo.
Leonore pasaba por el corredor en esos instantes. Había subido a buscar las medicinas de Nicole, y fue cuando se encontró con Matilda huyendo del cuarto de Charlotte. Supo que no tenía por qué preguntar, pues la situación se le presentó tan clara, que sintió lástima por la pobre de su compañera, y también frunció las cejas en señal de que no le gustaba lo que Chartlotte estaba haciendo, al jugar de esa manera tan cruel con los novísimos sentimientos de Mati.
— ¿Todo está bien, cariñito? —le preguntó Nori.
— Sí... todo está bien, al menos para nosotras.
— ¿Qué quieres decir?
Leonore le dio un beso a su novia.
— Llévale esto a Nicole. Tengo algo muy importante que hacer.
— ¿Qué es?
— ¿Me prometes que no le dirás a nadie?
— Claro.
— Voy a... hablar con Sara. Se me ha ocurrido una idea fabulosa.
Estela la guio hasta un cuarto en el sótano, donde las chicas tenían prohibido bajar, a menos que se diera una situación grave. Descendió por las escaleras de madera, que no terminaban de crujir, y cruzaron por una pesada puerta de acero. Dentro, había una silla, y una cámara con una laptop que ya estaba encendida, y mostraba la silueta de una hermosa mujer madura, que fumaba un cigarrillo.
— Eres la primera que solicita hablar conmigo, Leonore.
— Tengo una petición qué hacerle, para la próxima dinámica.
— Yo elijo las pruebas, querida mía.
Leonore sonrió como un abogado que tuviera una buena jugarreta.
— Sí, pero creo que mi propuesta le dará... cierta diversión a esta casa.
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La mansión de los placeres lésbicos.
Teen FictionLady Sarah es dueña de una mansión, una mansión con un propósito: Reunir chicas de diferentes lugares pero con una característica que las une: el deseo de dar rienda al deseo lésbico. Pero cada una a la vez acarrea sus propios problemas, desde una...