23. Pelea a puño limpio

930 48 1
                                    

La casa Su era una mansión de diseño oriental, con pisos de madera y puertas corredizas para todas las habitaciones. Estaba ubicada en un buen sitio alejado de la ciudad, rodeado de un bosque que se mantenía verde la mayor parte del año.
La primera impresión que Zafira tuvo, fue que era un sitio demasiado limpio. Los pisos reflejaban la luz y había mucho silencio. Cosa que a ella le ponía de los nervios, pues en la mansión de Sarah, siempre había alguna canción de fondo dependiendo de a qué compañera le tocará ambientar ese día.
—Las hijas de Su tienden a ser muy respetuosas —dijo Sarah—. No hagan ningún acto tonto, como insultar. Muestren sus mejores modales y no sé enamoren de ninguna de ellas. Eso lo digo especialmente por ti, Elena.
Nadie le contestó. Sarah busco a su chica con la mirada y la encontró tapándole el paso a una linda japonesa, quien no tenía idea de lo que la otra le decía, pero estaba encantada con sus ojos europeos y sus labios carnosos.
— ¡Elena!
La muchacha acarició tiernamente la mejilla de la japonesa, y volvió corriendo con el grupo.
Cruzaron el corredor y entraron en la estancia de Su. Era una habitación grande y vacía, a excepción de un Kotatsu con una tetera en el centro. Al lado de la señora, que vestía un kimono azul, estaba una chica de ojos rasgados y mirada cerrada. Llevaba un kimono rojo con un cinto, dentro del cual reposaba una katana ceremonial. Parecía sumisa a su señora, pero las chicas de Sarah sabían que esa muchacha era la guardiana personal de Su, y que aquella arma era real y capaz de matar.
Lady Su no era ninguna clase de empresaria como las otras señoras. Se había forjado una fama en los barrios bajos de China, y se rumoraba que tenía otros negocios que no eran del todo legales en el país. Las chicas que vivían en su mansión eran hijas de gente influyente, y por lo tanto tenían que ser cuidadas. Reika, la chica de la katana, no pertenecía a la mansión. Era una guerrera y su familia había conservado la tradición de servir.
A Elena le gustó demasiado. Tendría lindos sitios donde meterle la empuñadura de esa espada.
—Bienvenida, Sarah.
La señora hizo una genuflexión, y sus hijas la imitaron.
—Me honras con tu presencia, Su. Gracias por dejar que nuestros conflictos se resuelvan en tu hogar.
—Carolina llego antes que tú. Espero que eso no sea un presagio de lo que está por venir. ¿En dónde está tu guerrera?
Lucy ocultó una sonrisa. Leonore no era una guerrera. Supuso que era una forma exagerada de llamarla.
Sarah, de todos modos, la presento así. Leonore dio un paso al frente y se arrodilló. En ese momento, Reika abrió los ojos.
—Es fuerte —dijo Su— Se le nota en la mirada. Reika puede dar fe de eso.
La muchacha asintió.
—Está bien, Sarah. Reika, lleva a las muchachas a sus aposentos. En cuanto a ti, amiga mía, por favor, acompáñame a tomar el té.

No le gustaba ser vanidosa. Pilar provenía de una familia humilde, y le habían enseñado que los dones no estaban allí para ser presumidos, sino compartidos con los demás. No era creída, y se consideraba una chica con principios y ciertas manías un poco raras e inofensivas, como la de lavarse las manos a cada rato, o la de darse duchas continuas por su temor a contraer alguna rara bacteria del medio ambiente.
Fuera de eso, Pilar se sentía como una chica perfectamente normal. O bueno, así había sido hasta que sintió las caricias y el toqueteo de otro cuerpo resbalando contra el de ella. ¿Cómo olvidar la dureza de los pechos de Elena frotándose contra sus crispados pezones? ¿Qué hacer con el recuerdo de sus dedos y su lengua trabajando a la par, en total armonía, y excitándola hasta un punto que podría considerarse blasfemo? ¿Qué había sobre las fuertes nalgadas y los tirones de cabello? Elena no sólo le había dado una monumental follada, sino que había sido violenta, salvaje y peligrosa hasta cierto punto. Todas las inhibiciones que Pilar sentía hacia el sexo entre mujeres se esfumaron en el instante en que Elena le separó los muslos y se hundió en los recovecos del deseo y el placer.
Y Dios... ¡cuánto la quería!
Se miró al espejo por tercera vez, comprobando que cada curva estuviera donde debería estar. Llevaba unos ajustados jeans desteñidos y a la cadera. La línea de su abdomen quedaba descubierta por una pequeña blusa rosada que resplandecía en contacto con su piel de cobre. La risueña curvatura de sus pechos levantaba la tela delgada y transparentaba el fino sujetador blanco de encaje. Se había dejado el pelo largo y ondulado un poco suelto, con tirabuzones cayéndole a los costados de su rostro ovalado.
No le gustaba presumir, pero se dio cuenta de que era realmente hermosa. Más hermosa que María, por cierto. Incluso más hermosa que esa otra chica brasileña de la casa de Sarah ¿Cuál era su nombre? ¿Rubí, Zafira? No importaba. Pilar sabía que tenías todas las de ganar en el corazón de Elena.
Corrió la puerta y salió de la habitación. Saludó con un leve gesto de la cabeza a un par de hijas de Su, que debido a la ocasión especial, vestían con kimonos coloridos y llevaban el rostro descubierto por peinados sumamente elegantes.
— ¿Saben dónde se alojan las hijas de Sarah? —le preguntó al par de muchachas. Estas se miraron entre sí, y hablaron en un español poco practicado.
—Allá. Seguir pasillo. Girar derecha.
—Gracias... —insegura, Pilar anduvo por los rincones de la mansión de Su. Cruzó por un jardín plagado de rosales y vio a Elena cerca de un estanque, mirando con aires reflexivos los pequeños peces koi que se deslizaban dentro del agua.
— ¡Hola! —saludó Pilar, con la mejor de sus sonrisas.
Elena la miró y ahogó una maldición. No soportaba a la muchacha. Desde su llegada a la mansión de Su, la latina había estado buscándola y encontrándola, como si fuera una sombra perdida persiguiendo a su dueño.
— ¿Qué quieres? —le preguntó con acritud. Pilar no borró su sonrisa.
— ¿Te gustan los pececitos? —Se puso en cuclillas y tocó el agua con la punta del dedo—. Son muy bonitos ¿verdad?
—Sólo son peces —gruñó Elena, dándose la vuelta para marcharse. Pilar se apresuró a taparle el paso y meneó su cuerpo de un lado a otro, en lo que según ella era un gesto de ternura— ¿Qué pasa?
—No hemos hablado mucho. Cualquiera diría que me estás ignorando adrede.
—Ehm... mira, no creo que sea...
— ¿Cómo está Leonore? —el cambio de conversación había sido necesario. Pilar no se sentía de humor para saber la verdad que ya presentía.
—Bien. Entrenando ahora mismo. De hecho, tengo que ir a verla. Adiós.
No pudo hacer nada cuando Elena pasó de ella. Ni sus llamados sirvieron para hacer que la amazona se diera media vuelta. Alicaída, decidió sentarse en una de las muchas bancas del jardín y concentrar la mirada en el continuo nadar de los peces koi.
La suavidad con la que aquellas criaturas se deslizaban por el agua hizo que Pilar sintiera la necesidad de liberarse de las crecientes emociones que estaban surgiendo en su corazón. Tuvo deseos de nadar fuera y vivir una vida simple, tan simple como el jugueteo de esos pequeños vertebrados dentro del estanque. La vida sería tan fácil si el mundo estuviera reducido a unos cuantos metros nada más.
—No te lo tomes a mal —le dijo una dulcificada voz después de que una mano se le posara en la cabeza. La colombiana se giró e hizo por levantarse, pero permitió que Zafira se sentara a su lado—. Elena es así con todas las chicas.
Había un natural y saludable deseo de estrangular a la morena, pero la hija de Carolina sabía que enterrar un cadáver no iba a ser la cosa más fácil del mundo. Se alejó al otro lado del asiento, y cruzó los brazos y las piernas para mostrarse completamente cerrada al diálogo. Era de aquellas situaciones tan incómodas en las que no podías marcharte sin más.
—Me llamo Zafira. Soy la mejor amiga de Elena.
Pilar se encogió de hombros.
—Bueno... sólo quería decirte que...
—Que me aleje de ella ¿verdad? —los ojos negros miraron a Zafira como si quisiera volver su alma un espectro pastoso. Esta ni se inmutó. Estaba acostumbrada a recibir el odio de los demás.
—De hecho, no —dijo Zafira, sentándose un poco más cerca—. Sólo vine a decirte que si quieres a Elena, no debes presionarla. Ella es un espíritu libre. No quiere compromisos.
Tristemente, Pilar comenzaba a darse cuenta de eso.
—Eres una chica muy hermosa ¿sabías? Elena busca eso. De seguro lo haces muy rico.
Una risa escapó de los labios de la colombiana, y se dignó al fin a responderle a la mujer con algo más que una mirada de hielo.
—Más o menos.
—Oh, vamos. Con esa dulce boquita, de seguro besar es tu especialidad.
— ¿Por qué me trata así? —Replicó Pilar—. Me... me hizo de todo, y luego no me quiere ver. No lo entiendo. Explícame.
—Bueno, querida, creo que Elena es muy buena separando el sexo del amor.
— ¿Lo haces con ella?
—En... ocasiones.
— ¿Y cómo vives sin enamorarte?
—Somos amigas desde niñas. La considero mi hermana. Bueno... mal ejemplo. El punto es que hay algo más fuerte entre nosotras, y creo que eso se interpone. Nunca amaría a Elena.
—Jamás me he obsesionado tanto con alguien. Elena fue la primera mujer con la que estuve.
— ¿En serio? Ahora lo entiendo. Te dejó una buena impresión ¿verdad?
—Quiero volver a sentirme así de bien. Ni siquiera yo puedo darme tanto placer.
Zafira arqueó una ceja. De repente, Pilar pasó de la categoría "chica linda" a "posible presa".
— ¿Te gusta el placer?
—Me... me encanta.
—Bueno —se levantó y le tendió la mano—. Andando, vamos a buscar a Elena y veamos si podemos tomar un poco de té entre las tres ¿quieres?
— ¿Por qué me ayudas?
—No lo sé —dijo, encogiéndose de hombros—. Creo que cualquier amiga de Elena, es amiga mía.
—Ni siquiera me quiere mirar.
—Pues vamos a cambiar eso.
Y las dos hermosas morenas se fueron de cacería.

La mansión de los placeres lésbicos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora