20. Te llevare a un lugar bonito.

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Elena no podía dormir. En la cama de al lado, Lucy y Nicole estaban teniendo un momento especial. No sabía si estaban haciendo el amor, o si simplemente era un saludable faje de caricias. Lo cierto era que se escuchaban risitas inocentes, susurros, chasquidos de labios y el frufrú de los cobertores.
Sin que lo supieran, Elena las miraba y se imaginaba mil cosas placenteras que sucedían en esa cama. No había ninguna luz en el cuarto, pero la escasa iluminación que entraba por la ventana hacía que su imaginación volara.
Sin poder contenerse más, se levantó de la cama y salió de la habitación. La tormenta había traído un poco de frío, por lo que se puso un chal sobre los hombros. Comprobó su reloj, esperando que no fuera demasiado tarde para ir con Zafira.
Llamó al cuarto de su amiga en cuanto llegó. La morena salió poco después, adormilada y con el cabello como si le hubieran pasado una podadora por el cráneo. Vestía nada más su sujetador de encaje.
— ¿Qué quieres a estas horas?
—Pensé que estaría bien dar una vuelta. ¿Vienes?
— ¿A dónde?
—No lo sé.
Zafira sonrió apenas. Volvió al cuarto a ponerse un poco de ropa, y siguió a su amiga por los corredores del hotel. Salieron hacia la playa, que a pesar de la noche, estaba llena con una pequeña multitud de unas cincuenta personas bebiendo y bailando alrededor del pequeño bar.
— ¿Quieres un trago? —preguntó Elena
—Tenemos partido mañana, y necesitamos dormir.
—Entonces, ven conmigo.
Se sentaron frente a la barra, y ordenaron algo suave y relajante para pasar la noche. Cuando les dieron sus tragos y se giraron hacia las mesas, advirtieron que un pequeño grupo de cuatro latinas estaban sentadas y charlaban animadamente. Llevaban la parte superior del bikini descubierta, y la parte inferior la cubrían con shorts deportivos. Una de ellas, hermosa y con cierto parecido a Zafira, tenía una flor blanca en el cabello. A Elena le llamó la atención de inmediato.
— ¿Vienes a hacer nuevas amigas?
— ¿De qué hablas? Son el enemigo —replicó Zafira. Elena puso los ojos en blanco. Se desabotonó la camisa hasta quedar con el sujetador de su traje de baño, y caminó coquetamente hacia la mesa de sus adversarias.
Las risas de las chicas se extinguieron cuando vieron a una de las hijas de Sarah acercarse. María se levantó, con aires beligerantes y los hombros echados para atrás.
— ¿Qué quieres? —le preguntó agriamente a Elena, quien no se atemorizó en lo absoluto. En vez de eso, sonrió coquetamente, y deslizó una mano alrededor de la cara de la chica. Un sonrojo surgió de las mejillas de la muchacha, que se alejó de inmediato— ¿Qué... qué crees que haces?
—No entiendo nada de lo que dices, pero el portugués es un idioma bastante elegante.
—Yo sí entiendo —la chica con la flor en el cabello se levantó—. Me llamo Pilar.
—Por supuesto —respondió Elena, haciendo un profundo contacto visual con la joven.
María torció el gesto. Si bien era cierto que Elena no tenía un cuerpo musculoso como el de ellas, lucía un poco más... encantadora. Tenía la piel pálida, sí. La cara de porcelana, también. Y sin embargo, era tan alta como cualquiera de ellas, y manaba un erotismo que no se encontraba en cualquier chica de su edad. Vio que Pilar tenía un coqueto rubor en las mejillas. Tosió para llamar la atención.
— ¿Qué quieres, blanquita? —volvió a preguntar, con un tono más neutral. Pilar se apresuró a traducir.
—Quisiera... conocer más a esta dulzura —dijo, señalando con un gesto a Pilar. María enfureció, y las otras dos chicas se rieron y murmuraron entre ellas—. ¿Qué dices? ¿Vienes a caminar un rato por la playa?
—Yo... he, no sé. No puedo.
—Comprendo que no te dejen —suspiró con resignación fingida, y posó sus celestes ojos en las otras muchachas. Luego en María. Ésta última negó con un gesto y se sentó con las piernas cruzadas.
—Haz lo que quieras, Pilar.
— ¿Qué? Pero si yo no...
Antes de que la joven colombiana pudiera decir algo más, Elena la tomó de un dedo y se alejó un poco con ella. Avergonzada, soportando a sus amigas que no dejaban de reír, Pilar siguió a la chica hasta la barra.
Zafira se alejó hasta el otro extremo, sin dejar de mirar y sonreír ante la cacería que estaba presenciando. Tenía mucho que aprender de Elena todavía. Sacar a una chica de diferente nacionalidad, con diferente lengua materna, y que además fuera de un equipo contrario, era todo un logro en las artes de la seducción. O como había dicho Leonore, en las "artes jedi".
—Bebe esto —dijo Elena. O más bien, ordenó. El secreto era imponerse suavemente—. A menos que quieras algo más...
—Está bien —se apresuró a contestar Pilar, y aceptó la copa, que tenía una pequeña aceituna dentro. En su nerviosismo, la bebió de un solo sorbo.
Elena cruzó las piernas para mostrarse más vanidosa y se inclinó hacia su nueva conquista.
— ¿Cómo me dijiste que te llamabas?
—Pilar. Pilar Fuentes.
—Mi nombre es Elena. Sólo dime así.
Se giró hacia la barra, y bebió de su trago. Luego, ignoró a la colombiana adrede.
Incómoda, Pilar decidió entablar una conversación. Elena sonrió cuando su táctica dio resultado. Antes había mostrado interés por la chica, y el darle la espalda de repente, dejaba a Pilar con ansias de llamar su atención.
—Elena... y ¿cómo es la mansión de Sarah?
—Está bien.
—Ah... ya.
—Oye, tranquila. Debe ser vergonzoso estar conmigo. Tus amigas de seguro piensan que eres un poco mojigata ¿verdad? Mira. Te están observando.
—Bu-bueno, en realidad, no lo soy. Nada más que ando un poco nerviosa por el partido de mañana.
—Estoy segura de que darás lo mejor de ti.
Elena se inclinó hacia el frente, y se aseguró de que Pilar viera cómo sus ojos bajaban hasta sus bonitos pechos, y luego los volvía a posar sobre su cara. Efectivamente, la colombiana se dio cuenta, y se sonrojó.
—Nunca creí que las sudamericanas fueran tan ardientes.
—Ni yo que las europeas fueran tan... pálidas. Es como si nunca salieras al sol.
—Te llevaré a conocer unos buenos sitios.
—No creo ir nunca en mi vida a otro país.
—Ah, pero te lo estás perdiendo. En todo caso, puede que me nazca el deseo de llevarte. ¿Qué dices?
—Ehm... —se sonrojó un poco más. Pilar era como la Lucy de la mansión de Carolina. Sólo que con los pechos una talla más grande, bronceada como el cobre, y unos ojos tan oscuros como pozos sin fondo—. No lo sé. Siempre he querido ir de vacaciones a un sitio bonito.
—Puedo llevarte ahora mismo a un sitio bonito, si quieres —la coquetería de Elena dio en el blanco. Pilar empezó a jugar con sus manos, a desviar la mirada y a sudar. Miró a los ojos de cielo de Elena, y le fue imposible no ver las mil promesas de placer que le deparaban.
—Está bien —aceptó, tímidamente. Elena se levantó, le tendió la mano. Ella la tomó suavemente, y se fueron a caminar por la oscura playa.

La mano descendió como una traviesa araña por su vientre, y Lucy sonrió de oreja a oreja. Su rostro se asemejaba al de una niña que está a punto de recibir un regalo de navidad. Miró a Nicole, quien le guiñó un ojo.
—Tienes el vientre calientito.
— ¿Sí?
—Sí —le llenó de besos alrededor del ombligo, y gradualmente hizo que sus dedos jugaran con el elástico del short de Lucy. Cada dedo causaba un camino de deliciosas cosquillas. Un poco más abajo. Un poco más adentro. Más abajo, más adentro. Lucy soltó una carcajada.
—Uy... ¿qué tenemos aquí? —sonrió Nicole, cuando sintió el comienzo de la hendidura de Lucy.
—No lo sé. ¿Por qué no investigas?
—Veamos...
Tenía la cara como un semáforo, y su respiración estaba acelerada.
—Relájate, Lucy.
—Estoy calmada. Es la... primera vez que dejo que me toquen.
—Bien. Podemos detenernos si quieres.
—Prefiero que no.
—Voy a excitarte un poco ¿Vale? Abre las piernas.
Lucy así lo hizo. No estaba desnuda en lo absoluto, aunque las puntitas de sus senos se levantaban por debajo de la ropa. Nicole se posicionó entre sus rodillas.
Con suaves besos, la pelirroja le besó la parte interna de las piernas, y fue jugando con su lengua, dejando un camino de saliva. Se dio gusto con esa firme piel, y luego posó su boca sobre la ropa de su novia, justo encima de la zona más íntima y delicada de la chica. Lucy abrió un poco más. Era una necesidad que le causaba mucho calor.
La presión de una boca ajena, y la caricia de una jugosa lengua tentándola con la única separación de un milímetro de tela, era algo realmente excitante. Casi, casi podía sentir de verdad a su novia acariciándole bucalmente las partes más lindas y femeninas de su cuerpo.
—Oh, Nicole. Se siente tan bien.
—Bueno. Anoche nos acariciamos bastante. Creo que este es el siguiente paso. ¿Sigo?
—Sí, por favor.
Ejerció presión justo donde estaba el clítoris, y envió una ola de estrellas contra el pobre cerebro de Lucy, que bullía de amor.
—No, espera.
— ¿Qué?
—Ven, quiero besarte. Muero por besarte.
La ternura en la sonrisa de Nic casi le causó lágrimas de felicidad. Se encaramó sobre su novia, y sin dejar de palparle por encima de la ropa, se aseguró de darle los besos más suaves y amorosos de los que era capaz.

Se llamaba Henry, y descendía de una acomodada familia de origen irlandés. Su mata de cabellos como hebras de fuego le caía despreocupadamente alrededor de la cabeza, como una corona que le otorgaba un aspecto más majestuoso. Sus ojos avellana estaban adornados con una virilidad propia de un macho alfa, capaz de doblegar a alguien sólo con el poder del pensamiento. Olía deliciosamente. Olía a... a cosas exquisitas, como el pastel de frambuesa de una cocina gourmet, o al vino añejado.
A Charlotte le gustó.
—Entonces, ambas son buenas amigas ¿verdad?
—Sí —contestó Matilda, que moría de ganas por mandar al chico al infierno, y tirarse sobre Charlotte para besarla de lengua.
—Nos conocimos hace un tiempo —añadió Charlotte, sin poder apartar la mirada de esos ojos profundos.
— ¡Bien! Cualquier amiga de mi prometida, es amiga mía. ¿Te gustaría venir con nosotros a un paseo en yate?
— ¿Yo? —Charlotte hizo unos ajustes rápidos a su mente—. Bueno, no creo que sea buena idea. Es decir, tú y Matilda estarán ansiosos por... intimar.
—No digas tonterías, bella dama. Ven con nosotros. Insisto. Sé que a Matilda le hará feliz tener una amiga cerca ¿verdad, pequeña?
—Eh, sí, señor.
No era un señor, por supuesto. Era de la misma edad que ellas, pero algo en Henry te obligaba a respetarlo, y hasta a caerle bien. Charlotte se dio cuenta que ese hombre tenía todas las de ganar. Que gobernaría con justicia y con severidad, pero también con entusiasmo y corazón.
Era... sí. Desgraciadamente, él podría darle a Matilda una vida de sueño. Algo que Charlotte nunca podría hacer.
—Ven, Charlotte —rogó Matilda.
—Está bien.
—Perfecto —Henry se puso de pie y un aire fresco que soplaba por el jardín agitó su cabellera—. Tienen una media hora para alistarse.
Una vez se hubo marchado, Matilda sintió como si le quitaran un gigantesco peso de la espalda.
—Es odioso ¿verdad?
—A decir verdad —comentó Charlotte—, me parece un buen sujeto.
— ¿Estás ciega? Nos tuvo... controladas. Odio esa forma que tiene de tratar a la gente.
—Pero es buen partido para ti, Matilda. Será un esposo excelente.
—Lo dices como si no me amaras.
—Te amo con toda mi alma, mi amor. Pongo tu bienestar antes que el mío.
—No necesito que pienses en mi bienestar —Matilda le tomó de las manos—. Necesito que pienses en mi felicidad, y mi felicidad es que tú estés conmigo. Casarme con Henry es como... aceptar el terrible destino que me espera.
Charlotte sonrió y le acarició la cabeza.
—Dices eso porque estás muy apasionada por mí. En realidad, Mati, sabemos que...
—No podemos hacer nada —suspiró para serenarse. No casarse con Henry sería malo para toda la familia de Matilda, y por muy fuerte que fuera el amor entre ambas, la familia era lo primero. Había mucho en juego y ninguna de las dos estaba dispuesta a perder todo un patrimonio sólo por un noviazgo prohibido.
—Iré a prepararme —dijo Matilda.
Charlotte vio que se marchara de regreso a la mansión, y ella decidió quedarse sentada bajo el árbol y beber de su té. Lo hizo, y se dio cuenta de que sus manos temblaban cuando la porcelana trastabilló. Sorbió por la nariz, y se puso a llorar en voz baja.
—Matilda...
Sabía que la estaba perdiendo, y lo peor de todo, es que tratar de hacer que las cosas funcionaran, no era correcto. Matilda tenía una vida por delante, y muchísimas responsabilidades que, por desgracia, en el mundo real importaban más que el amor. Muchas cosas dependían de ella: las empresas, los trabajadores y sus respectivas familias. Era demasiado, y no existía balanza suficiente para poder igualar ambos mundos.
Se tomó unos minutos para tranquilizarse, y después de enjugarse las lágrimas, sonrió y fue a buscar a Matilda.

La mansión de los placeres lésbicos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora