Matilda bajó la vista hacia su libro. Mientras todas las demás chicas mostraban sus cuerpos y se divertían, ella había decidido quedarse bajo un árbol. Lo único que se había quitado era la blusa, porque no quería que se le ensuciara, y cubría sus exuberantes senos con un pañuelo rojo atado alrededor de su torso.
Que las demás se montaran una orgía si quisieran. Ella no iba a dejar que un par de tetas le hicieran caer en la tentación. En cierta forma se sentía aislada de las demás por no compartir sus energías ni su alegría. No es que se considerara una amargada, ni nada por el estilo; pero no cabía duda de que ella era diferente a las demás, y saber que eso podría cambiar, le ponía mucho peso sobre los hombros.
Miró a Charlotte sin que ésta se diera cuenta. La chica, con todas sus ropas puestas, estaba acostada sobre una piedra y miraba al cielo con aires pensativos. Mascaba una ramita floreada sin prestarle atención a lo que sucedía alrededor. Esa no era la Charlotte que Matilda conocía. Si antes se sintió emocionada y orgullosa de sí misma por haber cumplido el reto de besar el cuello de Elena, la actitud de Char le hacía sentir como si hubiera cometido una traición de muerte. Encogió las piernas, se acomodó el canalito de los pechos, y siguió leyendo.
— Hola, linda —el saludo de Elena vino cargado con una nota de coquetería implícita. La muchacha se sentó al lado de ella. Matilda lentamente giró la cabeza, y arqueó una ceja.
— ¿Eh?
—Sólo vine a ver por qué estás tan aislada de las demás ¿no quieres ir a nadar?
—Estoy perfectamente. Gracias.
— ¿Qué lees? —le preguntó Elena, inclinándose sugerentemente para ver el libro. Su cuello quedó a la vista de la otra chica, que de inmediato recordó su textura y olor.
—Un libro que me prestó Leonore.
—Uhm... una niña intelectual.
—Oye... ¿estás hablando conmigo por lo que pasó en el juego? Nunca habíamos intercambiado palabras.
Los ojos negros de Elena eran como dos gemas de obsidiana. Brillaban de una silenciosa sensualidad, y se posaron momentáneamente sobre la curvatura del pecho de Matilda.
—Sí. Es por eso. Debe ser difícil ser la única hétero entre nosotras.
—Lo es... y te agradecería que conservaras un poco tu distancia.
—Ah... ¿O sea que mi presencia te provoca cierta inquietud?
Charlotte advirtió lo que sucedía, pero decidió no moverse. Elena y Matilda conversando ¿Es que el mundo se había puesto de cabeza? Frunció las cejas y apretó los puños preguntándose por qué le molestaba tanto lo su amiga había hecho. Tonterías. Sabía la razón, pero no quería aceptarla. No hacerlo significaba seguir adelante y fingir que no había problema alguno.
La miró con un encanto que sólo usaba cuando realmente quería conquistar a alguien. La mirada puesta justamente sobre los ojos de la otra. Sus energías se desbordaban a través de sus pupilas, e intimidaban a Matilda, como un conejo asustado que huye de los faros de una camioneta.
— ¿Qué me estás mirando?
—En realidad... no me había dado cuenta de que tienes piernas muy bonitas.
—Siempre me dicen eso —respondió Mati.
—Bueno... pero apuesto a que lo que tienes entre ellas es mucho más dulce ¿verdad?
—No sé si me estás halagando, pero no vas por buen camino.
Una mirada rápida de Elena comprobó que Charlotte contemplaba como se desarrollaba la escena.
—Ay, Matilda. Si fueras como las demás, ya me hubiera puesto a tus pies. ¿Sabes? No debo decirlo, pero aunque las demás no lo acepten, nos gustas a todas.
—Me siento como un una manada compuesta de leonas.
Otro rápido vistazo a Charlotte. Elena sonrió, y se apresuró a darle un besito en la comisura de la boca a Matilda. La rubia se quedó de piedra. Elena se levantó, contoneando su bonito trasero, y se fue en dirección al estanque. Se desnudó, y se lanzó con un buen clavado.
Leonore nadó discretamente hacia Elena.
— ¿Funcionó? —le preguntó en voz baja.
—Sí —contestó Elena—. Charlotte estaba que se moría de los celos. ¿Estás segura de que tu plan dará resultado?
—Para las chicas como Charlotte, los celos le harán actuar. Aunque no lo aparente, nuestra Char es tan o más caliente que Zafira.
— ¿Crees? A mí se me hace entre inocente y boba.
—No tiene nada de inocente —replicó Leonore—. Lo que vemos es una máscara que usa para cubrir su verdadera naturaleza. Es una depredadora, capaz de engatusar y enamorar a cualquier chica con la misma facilidad que tú, Zafira o yo. Conoce... las artes Jedi.
Elena soltó una carcajada.
— ¿Qué cojones es eso?
—Así le decimos a las técnicas de seducción que las mujeres emplean para conquistar a otra. No es lo mismo un coqueteo heterosexual que uno lésbico.
Elena sonrió y le pellizcó la mejilla a Leonore.
—Bueno, te daré la razón en eso.
Estaban reunidas alrededor de la fogata. El viento corría en un suave rumor por entre las ramas del bosque. No había una sola nube en el cielo, dominado por el brillo lunar y el manto de estrellas.
—Entonces... la niña entró directamente en la cabaña, y se encontró con todos sus amigos colgando. La puerta se cerró ¡boom! Apareció el payaso justo tras ella. ¡Zas! Le cercenó la cabeza a la pobre Sandy. Y esa es la razón por la que nunca deben acercarse al Bosque de los Arrepentidos. Fin.
Las muchachas se quedaron calladas unos instantes, meditando en el horror del cuento de Lucy. De aquellos labios pequeños y rosados habían salido palabras que les dejaron la carne de gallina.
—No jodas —replicó Charlotte—. Eso es lo más aterrador que he oído.
—Y sucedió en un bosque como este —añadió la chica, mirando a sus compañeras de hito en hito. Sus rostros, a la luz de las llamas, parecía un juego de sombras.
—Ehm... —balbuceó Zafira—, ¿Qué tal si mejor contamos algo más alegre?
— ¿Confesiones? —sugirió Elena, cruzando sus bonitas piernas sobre el tronco en el que estaba sentada al lado de Lucy y Nicole.
—Sí. Es buena idea —aceptó Leonora—, pero sin los retos, claro. ¿Quién empieza? ¿Charlotte?
La muchacha, que no había dejado de mirar a Matilda en toda la noche, se levantó y se fue a su tienda sin dirigirle palabra a nadie más.
— ¿Qué le pasa? —preguntó Zafira, inclinando levemente la cabeza hacia Mati. La rubia se encogió de hombros.
—Bueno. Hay que darle su espacio —Noriko se inclinó hacia atrás y miró las estrellas—. Miren cuántas hay... ¿creen que haya vida allá afuera?
—Seguro que lo hay —aseguró Leonore. Zafira sonrió.
— ¿Algo así como extraterrestres lesbianas?
Su comentario sacó risas de las chicas. Luego añadió:
— ¿Han hecho el amor bajo las estrellas?
—No —contestó Nicole— ¿Y tú?
—Creo que... nunca he hecho el amor. He tenido tanto sexo que no puedo ni contarlo, pero... creo que nunca me he fijado en alguien como para decir que he hecho el amor. ¿Qué hay de ustedes? ¿Les gustaría montarse una pequeña orgía ahora mismo?
Sus amigas volvieron a reír.
—Deja de hacer bromas —replicó Lucy.
—Sí... bromas... —mencionó Zafira, y no volvió a sacar el tema.
Las seis decidieron recostarse un rato con sus respectivas parejas parar mirar las estrellas. De vez en cuando se oían los esporádicos besos Leonore y Noriko, o los de Elena y Zafira, que a pesar de no ser novias, mantenían una lujuriosa relación. Lucy y Nicole platicaban en voz muy baja. Matilda, con las manos en la nuca, no dejaba de pensar en Charlotte, ni en la forma en la que su relación estaba cambiando. Le dolía la distancia, pero una brizna de orgullo le impedía acercarse y hablar sobre eso.
—Ah... —un gemido hizo que todas pararan los oídos. La dulce voz de Elena— Zafira, saca los dedos de allí.
—Lo siento.
—Oigan —habló Matilda—. Debo decirles algo. Me siento... uhm... agradecida por estar con ustedes.
— ¿A qué viene eso? —preguntó Leonore, acomodándose el sujetador que las hábiles manos de Nori habían desabrochado en la oscuridad.
—Pues... sé que no les caigo bien a todas. Es difícil ser como yo en un lugar con muchas como ustedes. Ya saben de qué hablo. Es difícil ser la única diferente.
—No creemos que seas diferente a nosotras —Elena se acomodó el pelo tras la oreja y miró a su amiga, al otro lado del fuego de la hoguera—. En realidad, creo que te estás convirtiendo en una de nosotras.
—Dios me libre.
—Todos sabemos que hay química entre tú y Charlotte ¿verdad, Zafira?
La morena sólo hizo un sonido ronco con la garganta, indispuesta a unirse a la conversación.
—No existe tal cosa —replicó Matilda, sintiendo cómo sus palabras se tambaleaban al salir de su boca.
—Sé honesta contigo misma —le dijo Lucy.
—Siento haberte hecho maldad, pequeña Lucy. Especialmente por lo de la carrera.
—Nah. Es pasado. Te perdono.
Matilda sonrió y parpadeó rápidamente sin dejar de mirar al cielo.
— ¿En serio creen que... puedo ser como ustedes? Es decir, nunca me he sentido así. Al ver a Charlotte, me dan ganas de estrangularla, pero también quiero estar a su lado. Todas ustedes son tan lujuriosas... y se divierten entre sí. No creo pertenecer a su misma... especie.
—No somos una especie rara —dijo Elena—. Solamente tenemos gustos distintos. Es como elegir el sabor de té. Hay unos que son más deliciosos que otros.
—Nada como el sabor de una buena vagina jugosa —rio Noriko, secundada por todas las demás. Matilda se abochornó.
—No es cuestión de lujuria —dijo Leonore, dándole un beso de pico a su novia—. Es cuestión de amor. Cada quien es distinta y a la vez, en el fondo, somos iguales. No somos monstruos. Es muy raro el concepto que tienes de nosotras, Matilda.
La chica guardó silencio un rato, con el corazón latiéndole muy rápido.
— ¿Creen que... debería aceptar lo que siento por Charlotte?
—Es lo más natural —contestó Leonore— ¿Qué opinan las demás?
—Hazlo.
—Cógetela —dijo Elena, directa y sin rodeos como siempre. Miró a Zafira, y le acarició una pierna— ¿Verdad?
La chica fulminó a Matilda. Quería asesinarla allí mismo, y quemar su cabello con las llamas de la hoguera. Había perdido sin siquiera comenzar a pelear. Todas las chicas de la mansión estaban dispuestas a apoyar a Matilda porque era la "nueva". Sus sentimientos estaban floreciendo todavía, igual que una inocente rosa en una mañana de rocío. Era natural que se sintiera confusa, que su cabeza diera vueltas por pensamientos extraños y que se sintiera atrapada y sola aun cuando estaba rodeada de gente. Zafira la entendía, porque ella misma se había sentido igual cuando descubrió que sus gustos eran diferentes a la de las otras chicas. Ciertamente no odiaba a los hombres, pero prefería estar con una mujer antes.
Charlotte, decidió, era demasiada mujer para alguien novicia como Matilda. Sintió pena por la pobre niña rica, y cuando su mirada se encontró con la de esta, deseó nunca haberla conocido. De ser la muchacha más detestada del grupo, ahora todas le brindaban su amistad. Zafira no tenía deseos de levantar barreras a su alrededor, ni de encerrarse a tal grado como lo había hecho Lucy.
Tenía que ceder.
Tenía que dejar a Charlotte.
—Sí —añadió tras una triste sonrisa—. No hay nada entre Charlotte y yo. Sólo era sexo, Matilda. No me interesa tener relación con ella, así que opino que no hagas caso de tus pensamientos heterosexuales, y te centre en lo que sientes de verdad. Lo peor que puedes hacer es negar algo tan bello como el amor, y te envidio. Nunca lo he experimentado.
Se quedó callada. Las chicas la miraban con desconcierto. Las mejillas de Zafira se ruborizaron, y se tiró al piso.
—Bien. Lo dije. Ahora no me hablen.
Unas cuantas risas más y el tema quedo zanjado. Elena se inclinó sobre su amiga, y le dio un beso en la mejilla mientras le acariciaba la curva de la cadera.
—Estoy orgullosa de ti —le susurró.
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La mansión de los placeres lésbicos.
Novela JuvenilLady Sarah es dueña de una mansión, una mansión con un propósito: Reunir chicas de diferentes lugares pero con una característica que las une: el deseo de dar rienda al deseo lésbico. Pero cada una a la vez acarrea sus propios problemas, desde una...