25. El reencuentro

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Para volver a la mansión lo más pronto posible, Sarah había hecho que su jet privado viniera a recogerlas. Unas cuantas horas más tarde, las chicas y su nueva compañera ya estaban acercándose a la mansión.
Desde luego que Charlotte y Matilda ya habían sido avisadas de esto, y durante todo ese lapso, se la pasaron cocinando y preparando bocadillos para recibir a sus amigas. Ambas se sentían desbordantes de energía. Los problemas no eran más que sombras lejanas, desdibujándose cada vez más y más en el horizonte. Aún faltaban muchos meses para la boda de Matilda y Henry, así que tenían tiempo de sobra para sentirse a gusto con su relación y todo lo que esto implicaba.
Oyeron la puerta abrirse, y las dos se fueron rápidamente a sentar en la larga mesa del comedor.
La primera en entrar y verlas fue Lucy, que había sido atraída por el delicioso aroma de la comida. Al ver a sus dos amigas allí, dio un grito de alegría y corrió a abrazarlas al mismo tiempo, dejando húmedos besos en la cara de ambas.
—¡Chicas! ¡Creí que nunca volvería a verlas!
—¿Qué es todo este escándalo? —Preguntó Leonore, entrando con ayuda de Noriko—. ¡Ah! Pero miren a quiénes tenemos aquí. Son el dúo dinámico.
Sarah sonrió al ver a sus hijas reunidas otra vez. Desde el marco de la puerta, recorrió a cada una con la mirada, y no tuvo vergüenza en aceptar que se sentía atraída por ellas y sus cuerpos juveniles. Ellas desbordaban alegría por doquier, y eran tan lindas que se las imaginó desnudas, acariciándose mutuamente en una orgía de sudor y sexo.
Sólo una persona faltaba allí, y esa era Zafira. Sarah recordó verla subir por las escaleras luego de quedarse en shock por el regreso de Charlotte.

Y sí que estaba en shock. Zafira se había ido a tirar sobre su cama para meditar en silencio y tratar de dormir. Lo que ocurriera primero. Tener a Charlotte de cerca iba a ser un suplicio. Casi se podía decir que estaba enojada con su regreso. ¿Qué motivos tendría para volver? Ya tenía a Matilda para que le diera amor, así que no veía razonamiento alguno en sus decisiones. Era como si quisiera presumir su victoria.
—Oh, sí. Todos aplauden a Charlotte, que fue capaz de conquistar el corazón de Matilda. ¡Bah! ¿Quién las necesita?
Llamaron a su puerta. Estaba abierta, para mala suerte de ella que no quería ser molestada.
—¿Estás bien? —le preguntó Pilar, trayendo un cono de helado de coco para Zafira—. Sarah me mandó a buscarte.
—Estoy perfectamente —mintió Zafira, escondiendo la cara en una almohada.
Pilar torció los labios, y se sentó con un brinco junto a ella.
—Te he traído helado. Mira. Es de coco. ¿Lo quieres?
—No me apetece. Vete.
—¿Por qué estás tan triste? —preguntó con inocencia. Zafira la miró. Era tan linda cuando se veía preocupada.
Suspirando, aceptó el helado que le ofrecía, y se sentó sobre la cama.
—Sólo... que guardo unos sentimientos por Charlotte.
—A mí me parece muy agradable. Igual su novia. Hacen una linda pareja.
—¿Crees que tengo ganas de escuchar sobre eso? Por cierto ¿no deberías estar revoloteando junto a Elena?
—Elena no me quiere ver. Lo dejó muy claro la vez pasada, y lo volvió a dejar claro en el avión.
—¿Cuánto la metiste al baño?
—Le enseñé mis pechos —dijo indignada—, y pensé que provocaría alguna clase de emoción en ella. Sólo puso los ojos en blanco y se fue.
—Qué tonta. Esos senos son realmente preciosos.
Pilar se avergonzó.
—Gracias. Creo que la paliza que le dieron a Leonore por causa suya, le afectó mucho. Aunque no lo sé. Seguramente la conoces mejor que yo.
—Pues Elena no es muy adepta a mostrar sus sentimientos. Puede que tengas razón.
Deslizó su rosada lengua por el helado.
—Qué habilidad —bromeó Pilar con una mirada atractiva, y Zafira le dio un pellizco en el cachete a modo de protesta—. ¿Por qué no bajas? Esas dos cocinaron delicias para todas.
—Prefiero quedarme aquí a deprimirme en mi soledad.
—No estás sola. Al menos me tienes a mí. ¿Quién no quisiera una como yo?
—Estás loca, niña, pero al menos tienes un inocente sentido del humor.
Comieron su helado en silencio y mirando los motivos florales de la sobrecama. No se dijeron nada durante un buen rato, hasta que Zafira se terminó el postre y se comió la barquilla. El frío le congeló el cerebro.
—¡Ay! ¡Se siente horrible! ¡Voy a morir! —gritó, tapándose con la almohada. Pilar sólo la miraba con curiosidad.
—Exagerada.
—¿Nunca te ha pasado? El cerebro frío.
—Muchas veces, pero no me pongo a llorar como tú.
—Eso es cruel.
—Cruel es que no hayas bajado a saludar a tus amigas. Ven conmigo, Zafira.
La morena resopló.
—No. Lo haré más tarde. Ahora sólo quiero recostarme y dormir la siesta.
—Bien... como quieras, bebé —dijo la última palabra con un claro tono de burla, y Zafira le arrojó una almohada a la cara. Pilar contraatacó con lo mismo, y antes de que se dieran cuenta, ambas bellezas ya estaban tirándose cojines y tratando de matarse la una a la otra. Las risas llenaban la alcoba mientras forcejeaban y se tomaban de las manos intentando someter a la otra. El cabello negro de la colombiana se salió de su coleta, y se desparramó como un camino de oscuridad sobre la blanca almohada.
Zafira la embistió con una sonora carcajada, y antes de que se diera cuenta, estaba encima de ella, con las rodillas a los costados de su cuerpo y sus manos sosteniéndola de las muñecas.
—Oh, me atrapaste —sonrió Pilar.
—Para que te estés quieta y dejes de joder.
—Ah, pero miren a la bebé, que se cree niña grande.
—Soy una niña grande.
—Sí, claro.
Se rieron como dos pequeñas amigas.
Y luego se besaron.

La mansión de los placeres lésbicos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora