22. Entre el amor y el dinero

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Estaban desnudas, y las dos se sentían algo tristes. Charlotte ya conocía a Henry, y para su sorpresa, y quizá saliéndose de toda lógica, el tipo le estaba cayendo bien. Era amable, atento. Un poco callado y misterioso, pero incluso ella era capaz de ver la gran magia que lo envolvía. Sería un buen partido para Matilda. Al menos en lo que económicamente se refería. Así, su novia podría gozar de tantas cosas buenas. Cosas que ella nunca podría darle.
— ¿Segura de que no quieres hacerlo? —le preguntó Matilda, acariciando tiernamente el vientre de su chica y tentando un poco más abajo. Le encantaba el cuerpo de Charlotte. Era una maravilla anatómica.
—En realidad, creo que prefiero solo quedarme junto a ti.
A Matilda no le gustaba verla tan gris, pero poco estaba en sus manos. Se montó sobre ella, forzando a que Charlotte la besara. La chica así lo hizo, cerrando los ojos y tomándola de las nalgas para perder sus dedos en aquella maravillosa zona erógena.
—Ojalá hubiera alguna forma de estar juntas por mucho más tiempo, Matilda. Duele decirlo, pero sé que me vas a hacer mucha falta.
La rubia le mordió los labios con fuerza.
—No digas eso como si te estuvieras despidiendo. Hay cosas que todavía no han pasado.
La castaña no quiso responder. Toda su libido se había ido por el desagüe al darse cuenta de que había una realidad que estaba evitando, y eso solo la volvía más tóxica.
Matilda se rindió y volvió a recostarse. Esa no era la Charlotte que conocía. La mujer de la que estaba tan enamorada no se dejaba vencer por nada, y siempre tenía ideas bastante buenas que podrían salvarlas.
No obstante, al verla tan alicaída, Matilda comprendió que la única forma de evitar que su noviazgo se fuera al demonio, era solucionar las cosas por ella misma. Le tocaba hacer su parte. No podía confiar en su novia, que parecía estar más dispuesta a perderla que cualquier otra cosa.
Tendría que tomar al toro por los cuernos.
—Hay que decirle a Henry sobre nosotras. Es la única forma de generar una oportunidad para nuestra relación, y nuestro futuro está en juego.
Charlotte la miró.
— ¿Qué tienes en mente? Te escucho. Haré cualquier cosa si con eso podemos seguir juntas un poco más.
Matilda no tenía una sola idea, y así se lo dijo. Charlotte sonrió y le dio un beso de buenas noches.
Aunque la castaña parecía dormir y ser triste en sueños, la cabeza de Matilda pensaba fríamente. Tenía que volver a reflexionar con la misma objetividad quirúrgica de antes. Necesitaba olvidar un poco sus sentimientos para despertar su mente.
A las de la mañana, Matilda finalmente tuvo una idea, y quiso despertarán a Charlotte para decirle que solo una locura podría salvarlas.
Por la mañana, mientras desayunaban en el jardín, frente al estanque de los patos, Matilda le dijo su idea.
—Vamos a tomar a Henry cómo lo que es: un hombre.
—Y con eso quieres decirme que...
—Necesito que seas tú quien me... Bueno, que te acerques un poco más a él y le hagas ver lo que sientes por mí —hizo una pausa para que Charlotte asimilará sus palabras. La castaña parpadeó rápidamente. Matilda siguió—. En realidad, he notado que él te mira con un poco de deseo. Especialmente en el yate, cuánto te pusiste ese atrevido bañador. No despegaba la vista de tu trasero.
—No entiendo a dónde quieres llegar, amor.
Matilda se cruzó de piernas.
—La fantasía del noventa por ciento de los hombres es ver a dos chicas juntas, y Henry es tan lujurioso que no verá con asco nuestra relación.
—Es más fácil decirle directamente, que urdir todo este espectáculo.
—No conoces a ese hombre. Tiene un honor que mantener. Dale una cosa de tequila y hará todo lo que le digas. Cumplirá su palabra. Lo que vamos a hacer es lo siguiente...
Casi en silencio, Matilda expuso la peligrosa idea que horas de trabajo le habían proporcionado. A medida que sus palabras tomaban un significado más profundo, las mejillas de Charlotte se fueron enrojeciendo hasta el punto en que ya no quiso seguir escuchando.
—Lo haré, pero solo porque te amo como loca.
—Entonces será noche. Lo haremos por la forma fácil. Si las cosas no resultan ser como queremos, entonces lo haremos por la mala.


La casa del campo de Henry era una pequeña mansión, más grande que toda la casa de Charlotte. Fue difícil para ella no sentirse inferior ante el lujo con el que la gente de negocios se rodeaba, y se imaginó que para ellos no existirían imposibles.
—Es un sitio extremadamente tranquilo —les dijo al voltear para verlas subir por la pequeña cuesta. Arqueó una ceja cuanto notó lo bien unidas que estaban las manos de ambas chicas. De hecho, pensó, durante todo el camino, ambas habían estado murmurando entre sí y cuchicheando cosas que no eran del interés para él—. Pasen. Son bienvenidas.
—Gracias, qué amable eres —Charlotte pasó junto a él y le acarició distraídamente el pecho. Henry la miró sin perder de vista el hermoso trasero de la castaña, que se veía tan bien aprisionado detrás de sus jeans a la cadera. A su lado, la minifalda de Matilda dejaba ver la parte posterior de unas lindas y blancas piernas, muy bien proporcionadas.
— ¿Seguro que tu familia no se molestará por pasar la tarde aquí? —Preguntó Matilda, echándole un vistazo a la cara alfombra del piso—. Tenía entendido que venían seguido —Dio un brinco cuando la mano de Henry le tocó la espalda baja.
—Querida, pronto serás dueña de todas estas propiedades.
"Entonces, Charlotte y yo podremos venir a hacer el amor cuanto queramos" fue el primer pensamiento de la chica, y rodeó a Henry con sus brazos para dejarle un cálido beso en la mejilla.
—Todo sea para ti, cariño.
Charlotte había visto la escena, y tuvo que ocultar una sonrisa nerviosa al ver cómo el semental ricachón miraba con deseo los pechos de su novia. Era una suerte que ella tuviera la mente abierta para esa clase de situaciones, porque de lo contrario, se habría reusado fervientemente a que Matilda demostrara cariño falso hacia él.
Y de hecho, Charlotte corrió alegremente hacia ellos para que Henry la notara. Vio que la atención del hombre se iba hacia ella, y bajaba sutilmente, durante una fracción de segundo, al apretado canalito que sus senos formaban debajo de la pañoleta roja que estaba usando a modo de blusa. Hacía demasiado calor.
"Dios. Qué buena está" —pensó Henry.
"Sé que la deseas, cabrón, y eso me va a ayudar" —dijo a su vez Matilda, dentro de su cabeza.
Un par de horas más tarde, los tres estaban metidos dentro de un amplio jacuzzi, cuya agua borboteaba debido a unas bombas de aire que agitaban el agua y producían un suave masaje y caldeaban el ambiente.
Henry se sentía en la gloria, pues estaba en medio de ambas muchachas, con cada una debajo de sus brazos y contándoles sobre algunas divertidas anécdotas de cuando comenzó su carrera empresarial. Aunque le gustaba burlarse de gente más patética de él, encontraba muy difícil concentrarse, siendo el jamón de un emparedado formado por dos bellezas exuberantes. Sutilmente acariciaba los hombros de ambas chicas, y dirigía miradas efímeras, comparando el tamaño de los senos desnudos, la coloración de sus puntitas e imaginando la textura.
Henry había estado antes con más de dos mujeres. Sus prácticas sexuales iban acorde a su arrogancia y a sus posibilidades de obtener todo lo que quisiera con un mínimo de esfuerzo y mucho dinero. No obstante, en la presente situación había algo excitante. Algo morboso y prohibido.
Tragó saliva, y dejó que las chicas rieran con su historia. Matilda, un poco más tímida, estaba algo escondida dentro del agua, pero Char exponía sus encantos con total confianza. Henry quería tocarlos y bambolear esos melones entre sus fríos dedos.
— ¿Qué copa eres? —Preguntó Matilda, tocándole los senos con la puntita del dedo—. Me pone celosa ver que los tienes más grande que yo.
—Copa D —dijo Charlotte, feliz y sacudiendo el torso para que sus nenas bailaran.
A Henry se le subieron los colores al torso. Sentía que su pene explotaría en cualquier momento; pero tenía que concentrarse. No estaba seguro de poder hacer algo con las dos. Matilda no lo permitiría. Era una chica posesiva y celosa.
Pero lo que Matilda quería era precisamente que Henry atendiera a sus instintos y bajara la guardia. Poco a poco, la idea de que ella y Charlotte tenía química, entraría en la mente de chorlito de su esposo, y después, le soltarían la bomba de que se gustaban. Henry, conmovido, y excitado hasta cierto punto, dejaría que ambas estuvieran juntas, incluso si se casaba con él. Era un plan perfecto. De todos modos, ese hombre no la amaba en lo absoluto, y Matilda tampoco lo hacía. De cara a la sociedad, tendrían que ser una pareja, pero en la intimidad, sería una relación mucho más íntima.
—Bueno, es hora de salir —dijo Henry, poniéndose de pie y revelando un bulto generoso dentro de su ropa interior.
Charlotte, que había estado fingiendo cariño, se sintió un poco tentada al ver el desplante físico de Henry. Los muslos gruesos. El trasero bien formado y la espalda ancha y musculosa. Incluso Matilda, que acababa de probar el lesbianismo, sintió un cierto deseo de tirarse sobre Henry y recorrer con su boca cada parte de él. Las dos se miraron, y sonrieron un poco.
—Tienes razón. Ya se me puso la piel de ancianita —rio Matilda, acariciando la espalda de Charlotte y juntándose más a ella, de modo que sus pechos estaban en contacto.
Al ver Henry esta muestra de cariño, tartamudeó. Las dos estaban intimidándole, y la lujuria se apoderaba de él.
—Bu-bueno, iré a la cama a ver la televisión. Pueden quedarse acá un rato si lo desean.
—En seguida te alcanzamos... —canturreó una coqueta Charlotte, dándole un sorbo a su copa de champagne.
—Sí —rio Matilda—. No puedes dormir sin nosotras.
Cuando el hombre salió, ambas muchachas tuvieron que disimular sus carcajadas y se dieron un frondoso beso con lengua y saliva incluida.
— ¿Viste eso? Está que se derrite, Charlotte.
—Sí. No creo que sea tan macho como dice. Debe estar como loco teniéndonos cerca. De seguro ya ha imaginado algo entre tú y yo.
—Pues que se lo imagine. Vamos a quemar su pequeño cerebro de hombre —masajeó distraídamente los pechos de su novia y le dejó otro beso—. Mi amor, me fascinas tanto. Oh, mi dulce Charlotte.
—Ya, ya. Es un buen plan, y se me hace divertido.
Matilda salió del jacuzzi y caminó hacia la puerta de baño. Vio que, al otro lado, Henry iba de un lado a otro. Se estaba devanando los sesos. Luego, el hombre se acercó. Matilda regresó rápidamente al agua, y aprovechó para ponerse encima de Charlotte, de modo que la castaña la rodeó por la espalda y le acarició toda la piel.
—Santa madre de Dios —murmuró Henry, mirando por una rendija la descomunal muestra de erotismo entre las chicas. Tragó saliva otra vez—. No sé cómo, pero hoy me voy a tirar a esas dos...

La mansión de los placeres lésbicos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora