Tres días de una constante tensión entre las chicas de la casa había vuelto el ambiente un poco lúgubre. Chartlotte, al igual que Matilda, Leonore y Noriko eran de las pocas que deambulaban por las instalaciones, mientras que las demás preferían quedarse en sus cuartos y no hablar con nadie. Zafira, por ejemplo, estaba avergonzada por lo que había sucedido en la obra. Tris y Ana no se dirigían la palabra y dormía en habitaciones separadas. Tamara y Andrea, conscientes de que todas las del grupo las odiaban, daban rienda suelta a sus pasiones en la privacidad de sus lechos. En cuanto a Lucy y a Nicole, algo había sucedido y estaban tomándose un poco de distancia, aunque se seguían hablando cada vez que se encontraban.
—Este ambiente me está matando. —dijo Chartlotte, tomando un sensual ángulo para golpear la bola de billar con el taco. Matilda era su compañera de juego, y compartía esa opinión —. Me pregunto si deberíamos hacer alguna clase de reunión para que todas volviéramos a hablarnos.
—No te metas con eso. —le respondió lacónicamente Matilda —. No será tan fácil. Además, lo que sucedió no es algo que se tolere fácilmente. Déjalas en sus cosas. Estarán listas cuando el tiempo lo diga.
—Eres un poco fría a veces.
Las cejas de Matilda se fruncieron. No mostrarse sentimental era la mejor manera de lidiar con esa clase de problemas. Jamás sería como Lucy, que parecía estar tan en contacto con sus emociones que podría echarse a llorar en cualquier momento. Permanecer neutral le garantizaría a Matilda una sana salud mental.
Leonore, que recostaba sobre las piernas de Noriko, en el sofá, había escuchado la sugerencia de Chartlotte y pensó en que no sería tan mala idea hacer alguna clase de reunión. A lo mejor una bonita cena donde todas pudieran resolver sus diferencias...
—Sí, claro... y luego podríamos darnos abrazos y cantar alrededor de la hoguera.
— ¿Qué dices, cariñito? —le preguntó amorosamente Noriko.
—Nada, amor. Sigue leyendo.
Matilda se inclinó sugerentemente para golpear la bola, y al hacerlo, Chartlotte no perdió detalle de la perfecta curva de sus tetas. A Chartlotte le gustaba Matilda, y ese era un hecho que no pensaba negar de ninguna manera. También era una realidad que su amiga comenzaba a desarrollar un saludable gusto por las chicas; pero seguía siendo demasiado tímida como para darse cuenta. Por encima de todas las ganas que tenía de llevársela a la cama, Chartlotte sabía que su amistad era lo más importante, y por ello se mantendría lejos, a menos que Mati quisiera acercarse.
En ese momento la voz de Sara se oyó por las bocinas. Pidió que las chicas se reunieran para una reunión informativa. Chartlotte y Matilda se miraron con preocupación. A menudo eso no era nada bueno. Y no lo fue cuando todas, incluso Ana y Tris, bajaron. Ambas prometidas (si es que todavía lo eran) se veían más adultas de lo que eran en realidad. Lucían más pálidas y sus rostros eran más delgados de lo normal. Se sentaron sin fuerzas, lejos la una de la otra. Estela entró por la puerta lateral con una mesita que tenía una laptop encima. El Skype estaba encendido. Vieron el rostro de Sara.
—Buenos días, niñas. No les quitaré mucho tiempo. Este es un mensaje importante que Ana y Tris tienen que darles.
—Oh, no... —murmuró Chartlotte. Su mirada, y la de todas las demás, se posaron en ambas chicas. Por un rato nadie dijo nada, pero fue Tris quien rompió ese silencio.
—Bueno... como saben, las cosas no marchan bien entre Ana y yo. No queremos que esto... siga afectando el humor de la casa.
—Hemos decidido abandonar la mansión por nuestra cuenta. —siguió Ana.
— ¡¿Qué?! —exclamó Chartlotte —. No pueden hacerlo. Es decir ¿tan grave es? ¿No podemos hallar una solución todas juntas?
Tris le sonrió cariñosamente a su amiga.
—Ana y yo hemos charlado sobre esto. Queremos salir y tomarnos un tiempo para pensar bien en nuestra relación.
—Ya no sabemos si el matrimonio es lo mejor. —había tristeza en la voz de Ana. Tris hizo un mohín de disgusto —. Por eso necesitamos tiempo a solas y pensar mejor en nosotras.
—Pero...
—Char —advirtió Leonore, y la castaña cerró la boca.
—Fueron todas buenas amigas. Las vamos a echar de menos. —dijo Tris, sonriéndoles a todas, menos a Zafira, Tamara y Andrea.
Al medio día, las maletas de las muchachas ya estaban listas y comenzaron las despedidas. Ana fue la que menos interactuó con las demás, conscientes de que gran parte de la culpa sobre lo sucedido era suya. Evitó mirar a Zafira, y sólo asintió lacónicamente mientras salía antes que las demás. Tris abrazó a la mayoría de ellas, menos a las que habían sido las culpables de lo sucedido. Le deseó mucha suerte a Lucy, y habló con ella un poco más apartada de las demás.
— ¿Sigues creyendo que existe el amor? —le preguntó Tris —. No confíes en nadie, Lucy. Yo estaba tan enamorada... iba a ser su esposa —. Sonrió sin alegría alguna —. Ya ves cómo terminó. Pero he aprendido algo importante, y es a no dar todo de mí. Te evitas muchos problemas.
Lucy bajó la cabeza. Quizá... quizá había mucha realidad en las palabras de Tris.
—Cuídate. Tú corazón es lo más importante. Qué importa el de los demás. Mientras no te hieran a ti, estarás bien.
— ¿Dices que debo cerrarme al amor?
Tris se encogió de hombros.
—Yo me abrí demasiado a las ilusiones, y mira cómo acabé. No se los dijimos al momento, pero francamente ya no puedo volver a confiar en Ana. No después de todas las cosas que ya me dijo que piensa y hace a mis espaldas. Es una perfecta mentirosa. —le dio un beso en la mejilla —. Cuídate, hermosa. Estará bien.
Y con esas últimas palabras, salió de la mansión.
Zafira se limpió las lágrimas con un pañuelo desechable y se metió a la ducha. Elena estaba bajo la tibia agua de la regadera, y recibió a la muchacha con un caluroso beso en los labios. Zafira respondió sin mucho interés, aunque dejó que las manos de su amiga hicieran de todo con ella. Ya no se sentía como antes, porque en su fuero interno sabía que todo era culpa suya. Cuando repartió los papeles, lo hizo con la malicia de provocar cierto drama en las otras muchachas, esperando desconcentrarlas lo suficiente como para que fallaran en sus actuaciones. El tiro les había salido por la culata. Además, Sara y las otras señoras habían votado por la obra de Leonore, y en consecuencia, la estúpida obra de la asesina y la doncella había sido la ganadora. Sobre todo por el beso apasionado entre Chartlotte y Matilda. Esa derrota pesaba mucho. Zafira se sentía devastada.
Una tormenta castigaba la mansión. Las luces falseaban y los truenos estaban agitando los vidrios de las ventanas. Chartlotte se encogió de piernas mientras miraba la televisión, que ya se había apagado en dos ocasiones. Además, la señal estaba fallando y el programa sobre animales que miraba presentaba interferencias. Zafira, que bajaba por un poco de soda, vio a Chartlotte solita en la sala de estar, y decidió que ya era momento de hablarle. Desde la obra, ya había transcurrido una semana y desde entonces no habían cruzado palabra.
—Hola. —le dijo al sentarse junto a ella. Chartlotte la miró sin mucho interés.
—Hola. ¿Cómo sigues con respecto a todo esto?
—Pues... creo que me siento mal por lo sucedido. No esperaba que Tris y Ana fueran a marcharse. Ahora somos sólo diez.
—Debiste pensar mejor las cosas antes de dejarte llevar.
Aquí viene, pensó Zafira. Era el momento para que Chartlotte se dejara llevar y expresar su enojo. Sin embargo, no pasó de eso. Una semana había sido tiempo suficiente para que las cosas se calmaran. Zafira permaneció callada un rato, y después, tímidamente, acomodó su cabeza en el hombro de su amiga. Se derrumbó en ese instante.
—Perdón...
El sollozo sonó verdaderamente auténtico, porque la chica realmente lo sentía. Chartlotte apagó la televisión y miró a su amiga llorar. Suspiró y aunque sabía que lo que había hecho era muy malo, en el fondo no podía seguir molesta con ella. Chartlotte no era rencorosa, y amaba a sus amigas. Así pues, la abrazó con cariño y se recostó sobre ella contra el sofá. Le dio un beso en la boca para que dejara de llorar.
— ¿Char? ¿Qué haces?
—No es a mí a quien debes pedirle perdón. Más bien era a Tris y a Ana, pero se han marchado.
—Cuando salga de aquí, veré si puedo encontrarlas y les ofreceré disculpas.
Chartlotte se sintió conmovida por la humildad que había aprendido su amiga, y le agradeció con más besos, esta vez en todo el cuello y en la parte superior de los pechos. Zafira sonrió con placer. Ya extrañaba a su pareja habitual. Sara era muy sumisa en ocasiones, y no era muy activa en la cama. Chartlotte, por el contrario, demostró ser igual, o un poco más intensa y apasionada. A menudo Zafira terminaba con mordidas y arañazos en la espalda que no se preocupaba en disimular con sus blusas.
Buscó la exquisita boca y la llenó de besos húmedos. Sus lenguas se volvieron a unir en una batalla campal en la que sólo se separaron cuando se quedaron sin más aliento. Besó el cuello blanco, haciendo a un lado el cabello castaño y brindándole bonitas mordidas en la delicada piel. Todos sus movimientos, sin embargo, estaban siendo observados por los lacerantes ojos de Matilda. En ellos había algo muy parecido al odio, especialmente para con la puta morena que había ido a llorarle a Chartlotte.
— ¿Es que esa vieja no conoce la vergüenza? —se preguntó, y dio media vuelta para irse de allí. No se sentía celosa en lo absoluto. Más bien, indignada y de muy mala leche. Esperaba que las cosas con Zafira fueran diferentes, y a menudo se preguntaba por qué se habrían ido Tris y Ana, y no ella en su lugar.
Por la noche, las muchachas cenaban comida tailandesa, y estaban en los sofás de la sala, alrededor de la televisión. Miraban una película de terror sobre un exorcismo, y como tenían todas las luces apagadas, y afuera la tormenta no dejaba de soplar, estaban nerviosas. Zafira y Elena miraban con atención la pantalla, y de vez en cuando, la morena le lanzaba miradas ardientes a Chartlotte. Casi podía agradecerle a su amiga por ir vestida de esa manera tan provocativa, con unos cortísimos shorts que podrían parecer bóxer y un camisón que mostraba una bonita porción de sus piernas. Leonore vestía igual de sexy e inocente, sólo que Zafira no fantaseaba con ella. Era su archienemiga y no merecía ni siquiera un lujurioso pensamiento de su parte.
Nicole estaba resistiendo la tentación de abrazar a Lucy. No podía decirse que sus esfuerzos no estaban yendo en vano, porque en ese momento ambas compartían un sillón y estaban muy juntitas. El simple aroma dulce que se desprendía de la piel de la pequeña florecita de la casa bastaba para que Nic se sintiera como una abeja danzando alrededor de una fuente de polen.
Matilda era la más aterrada. Las pelis de terror no eran de su agrado, y estaba allí nada más para demostrarles a sus amigas que no era una cobarde. Además, algunas de las luces de los corredores se habían quemado por una sobrecarga de energía y los focos estaban quemados.
Lo que sí no toleraba era la forma en la que Zafira miraba a Chartlotte. Desde donde estaba, podía ver cómo los azules ojos de la morena estaban siguiendo la curva de esos muslos fuertes y torneados. Daba igual que Chartlotte tuviera esos cinco kilitos de más. Seguía siendo una mujer muy guapa y merecía algo mejor que Zafira.
Armada de valor, y más bien, con intenciones de joderle la vida a su rival, Matilda se levantó antes que Zafira y se fue a acomodar al lado de Chartlotte. Lo hizo de tal forma que Chartlotte, sorprendida, no tardó mucho en abrir sus piernas para que su amiga se acomodara entre las mismas. Después, la abrazó por la espalda y pegó el mentón sobre su hombro. Se sentía rara teniendo a Mati tan cerca. Podía olerle a la perfección el pelo rubio y seguir de cerca la línea curvada de su cuello y su hombro. Además, sus brazos estaban cerrados por debajo de sus generosos pechos. Aunque estaba de espaldas a ella, le pareció imaginarse la carita asustada. Llevada por la delicia, comenzó a darle suaves besitos en el cuello y en la nuca, usando sólo la puntita de su boca. Matilda sentía escalofríos, y una parte de su cabeza seguía diciendo que estaba "cruzando la calle" para irse al otro lado; pero no le importó. Al ver la cara de Zafira, abochornada y roja, supo que estaba haciendo lo correcto. Expuso más el cuello, y Chartlotte, al sentir esto, aumentó la intensidad de sus besos.
Lo que Matilda no sabía, mientras cerraba los ojos y disfrutaba de esa traviesa boca recorrer su garganta, era que todas las miradas estaban puestas en ellas. Especialmente la de Leonore, pues concluyó en que tardaría horas en explicar todo el proceso mental detrás de las acciones de Matilda; aunque fue la primera en darse cuenta de que lo que se estaba librando allí era una guerra entre dos fuertes bandos: la sensualidad y salvajismo de Zafira, y la malicia y vanidad de Matilda. Leonore sabía que, aunque no lo pareciera, la muchachita rica no era la pura inocencia, ni tampoco la clase de mujer que se deja avergonzar ni amedrentar por otros. A su modo, Mati era despiadada y lista. Una combinación letal.
Los dientes de Charlotte mordieron la oreja de su amiga, y justo en ese instante se fue la luz en toda la casa. Las muchachas gritaron cuando el trueno estalló, pero sólo Matilda y Charlotte permanecieron en silencio, pues en medio de la oscuridad, sus bocas estaban unidas en un apasionado beso.
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La mansión de los placeres lésbicos.
Roman pour AdolescentsLady Sarah es dueña de una mansión, una mansión con un propósito: Reunir chicas de diferentes lugares pero con una característica que las une: el deseo de dar rienda al deseo lésbico. Pero cada una a la vez acarrea sus propios problemas, desde una...