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Lo odiaba, decidió. A él, a sí misma, a la vida, a Amanda por meterla en aquel lío. ¿Cómo pudo haber olvidado la alergia de su hermana? No era muy conveniente que alguien que lo recordaba le encuentre en un jardín, rodeada de flores.

—Sabes, Amanda... —continuó él, ajeno a sus pensamientos—, realmente pensé que la próxima vez que nos viéramos me dirías que aceptas mi propuesta.

El enojo se disipó, dejando atrás solamente la tristeza. Anabelle sintió pena por él. Estaba esperando la respuesta de Amanda a su propuesta de matrimonio y ella estaba ahí, con su mejor amigo. Por un momento deseó poder decirle la verdad, por alguna extraña razón no podía soportar su sufrimiento, pero se detuvo a tiempo y sin decir nada, huyó como una cobarde.

¿Qué le habría dicho su hermana? Dudaba de que aceptara la propuesta, ella sabía que Amanda no se sentía digna de él, de su amor. Sintió que estaba perdiendo la batalla sin siquiera haberla empezado.

Había imaginado que las cosas serían más fáciles, ignorando completamente los sentimientos. Los suyos, al no saber dónde estaba Amanda y como estaba; y los de Amanda, con los cuales ahora debería lidiar. ¿Qué había hecho ella para merecerse todo aquello? Juró que preferiría agarrar un arma e ir a un campo de batalla, desafiando la muerte, antes de estar ahí.

Escuchó a sus espaldas la puerta abrirse y su cuerpo se puso en tensión inmediatamente. Marco estaba entrando con una bandeja llena de comida y con una sonrisa espléndida en el rostro.

Hola. —le saludó dejando la bandeja en la pequeña mesa de donde agarró una botella de whiskey. Maldijo por dentro al darse cuenta de que se había olvidado completamente de sus planes.

Hola. —susurró para no quedar como una estúpida, mientras peleaba una batalla interior entre su corazón y el cerebro.

—He traído algo para cenar. Supongo que no comiste nada. Y algo de postre. —Le echó un vistazo y soltó una risa ruidosa—. ¿No te vas a desmayar de nuevo, verdad? —Intentó bromear, para aliviar un poco el ambiente.

¿Eh? —Belle hizo una mueca, desconcentrada, haciendo que él riera aún más. ¿Por qué se desmayaría? Ni que fuera para tanto.

—Oh, nada, estaba recordando nuestro último encuentro. —explicó, al ver que ella no entendía su broma.

Ah. —Un encuentro del que, cabía decir, ella no tenía ni idea.

—Bueno, ¿Vamos a comer? Yo tampoco cené, quise hacerte compañía.

Se sentó en el sofá y ella lo imitó, aún tensa. Todo lo que tenía planeado estaba arruinado y tendría que improvisar. ¿Podía golpearlo en la cabeza con la esperanza de que mañana no recuerde nada? Casi rio ante la imagen mental que se formó en su cabeza.

Háblame de ti, Amanda. —Lo miró con los ojos bien abiertos. ¿Planeaba conversar con ella, realmente? Bueno, ella no le iba a decir que no si eso significaba aplazar el momento de la verdad.

—No hay mucho que contar. ¿Por qué no me cuentas algo tú? Supongo que la vida de un príncipe es más emocionante que la mía. —Decidió no tutearle, otra pequeña rebeldía ante la injusticia que estaba viviendo. A él pareció no molestarle. Además, le estaba dando una oportunidad de interrogarlo y maldita sea si no iba a aprovecharla.

Marco soltó un suspiro ruidoso y se acomodó mejor en el sofá. Debía haberse imaginado que le pediría escuchar sobre su vida y aun así hizo esa estúpida pregunta. ¿Por qué quería mostrarse gentil con ella? Bien podía haberse encerrado en su habitación sin decirle una palabra. También podría negarse a hablar de su vida, pero él fue quien quiso conversar. Ahora no se podía echar para atrás.

—Ni te imaginas. —Sonrió con ironía y un toque de nostalgia—. Es muy emocionante tener que aprender desde niño como se debe comportar un príncipe, tener clases todos los días y mirar por la ventana como los demás niños se divierten. No es tan perfecto como todos piensan. A veces me gustaría ser una persona común y corriente, sin el peso de un título encima. Poder salir con mis amigos a tomar unas copas y no esconderme de los periodistas. No es tan perfecta mi vida, Amanda.

—No pensé que lo fuera. Pero así todos lo pintan. Aquí y en China. Ser príncipe es una cosa increíble para muchos. —dijo sin poder disimular su resentimiento.

—La gente se equivoca muchas veces.

Interrumpió su cena, se levantó y caminó hacia la puerta. No entendía por qué le había dicho todo aquello a una desconocida, bien podía haber contado una de esas perfectas historias sobre realeza y salir de ahí. Pero estaba tan sobrecargado que necesitaba desahogarse y curiosamente ella le pareció la persona perfecta para hacerlo.

Las peleas recientes con sus padres le crispaban los nervios. Y su mejor amigo estaba demasiado hostil con él, lo había sido desde que le aviso que iba a reclamar, por fin, a una chica. Sabía que su amigo no apoyaba esas cosas, al igual que él, pero intentó explicarle por qué lo hacía. En ese momento parecía haberle entendido, pero eso le duró poco y pronto volvió a lo mismo. No encontraba la razón por su comportamiento.

Cerró la puerta con llave y se quedó mirándola por unos minutos.

—Procura no salir mañana antes que yo. —dijo simplemente, encaminándose a la habitación de huéspedes de la casa de huéspedes. Casi rio por ese pensamiento.

¿Eh? —Anabelle lo miró con ojos como platos, no le gustaba no entender lo que sucedía a su alrededor.

Pero él la ignoró y cerró la puerta de su habitación, dejándola sola y confundida. Pero, bueno, ella no se iba a quejar. Se sentó para terminar la cena en paz, dándose cuenta de lo hambrienta que estaba. Mientras comía dejo su mente vagar, tratando de hilar ideas.

Amanda, la hija del jefe de la policía desapareció dos días después de que le llegara la carta y por lo que descubrió esa noche, desde que su novio le propusiera matrimonio. Si se tratara de otra persona, pensaría que la chica huyó o se escapó con su novio, pero ella conocía a Amanda como a sí misma. Ella nunca haría que su familia pasara por algo así. Además, estaba ese bolso que encontraron en mitad del camino a ninguna parte. Quizá Amanda salió a pasear o a verse con su novio, decirle que no. Tal vez él se puso furioso por la negativa y le hizo daño en un arranque de celos. Pero, no pudo sacudirse la impresión de que el hombre estaba demasiado afectado, demasiado enojado con ella por la situación. Y claro, podría estar fingiendo, pero cinco años de experiencia le decían que no era así.

Así que lo único que le quedaba era la teoría del secuestro. Pero, ¿por qué? ¿Quién tendría motivos de secuestrar a Amanda? Había dejado un par de sus agentes revisando los casos de su padre, pensando en una venganza, pero era muy poco probable. Su padre lidiaba con casos sencillos, nada tan importante para secuestrar a su hija en venganza.

La cabeza empezó a dolerle de tanto pensar, así que se preparó para dormir. Lograrlo era otra cosa, pero al menos lo intentaría. Su hermana se merecía que ella estuviera con los sentidos alerta para cualquier eventualidad.

Cuando por fin se encontró cubierta por mantas suaves que parecían acariciarla, dejo salir el primer sollozo. A veces estaba tan cansada de aparentar ser fuerte y ocultarse de todos. Por eso pensó que ahí, donde nadie la conocía, podría dar rienda suelta a su dolor.

Nunca pensó que al final las paredes del palacio no eran tan gruesas y que el hombre al otro lado se durmió escuchándola llorar.

Secretos de la corte (Cortes perversas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora