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¿Cómo se siente? —preguntó Anabelle señalando hacia la ya prominente barriga de su cuñada. Estaban solas en casa y era la primera vez que compartía con la mujer algo más que simples saludos de cortesía.

Desde su pelea con Marco empezó a moverse con más libertad, procurando siempre estar para la cena y para pasar la noche en el palacio, pero el resto del tiempo lo pasaba en la comisaria o con sus padres. Si a alguien le molestaba ese comportamiento, todavía no le habían dicho nada.

—Es increíble. —Sonrió mientras lo acariciaba, Anabelle pudo darse cuenta de que era un movimiento inconsciente—. No puedo creer algo esté creciendo dentro de mí.

Sí. Debe ser magnífico. —murmuró, dejándose envolver por el atmosfera familiar por un momento, manteniendo a raya la nostalgia que quería apoderarse de ella.

Estar cerca de Tamara hacia que recordara más que nunca a su hijo no nacido. El bebé tenía poco más de un par de semanas cuando lo perdió, pero era suficiente para que sintiera su perdida. Cuando todo sucedió, hubo momentos que agradecía a Dios no tener ese recuerdo constante de las humillaciones que vivió en ese lugar, con ayuda psicológica y el pasar de los años logró dejar de lado esos pensamientos destructivos, pero apenas ahora, al ver a Tamara y a Antonio tan felices con la llegada de su hijo, se sentía en paz.

No, ella no había querido a ese niño. Sí, probablemente habría decidido darlo en adopción, donde pudiera ser feliz con gente que podría amarlo. Pero, su hijo había merecido una oportunidad para vivir, a pesar de todo, a pesar de las circunstancias. Era algo más que debía cobrarle a Nathan el día que decidiera salir de su madriguera.

Escuchó la puerta abrirse y la voz de su padre la rescató de ese pozo oscuro donde había ido su mente. Quizá por eso, o el sentimentalismo de Tamara se le estaba pegando, saltó y corrió a abrazarlo.

—Te amo, ¿sabes? —dijo, dejándose envolver en sus brazos cálidos. José soltó una risa y le dejo un beso en el pelo.

—¿Debo anotar el día de hoy en el calendario? —preguntó, alejándola un poco para mirarla en la cara. Belle fingió indignarse, por lo que él volvió a abrazarla—. Yo también, pequeña. Solo me sorprendiste, no es tu estilo ir por ahí abrazando a la gente y diciéndoles palabras de amor.

—No. Mi estilo es golpear a la gente, pero como eres mi padre me pareció inapropiado. —bromeó, pero sintió una punzada en el pecho. En el trabajo saludaba así a sus colegas. Un golpe amistoso en el hombro, con quien tenía más confianza hasta llegaban a improvisar una pelea. Ahora no recordaba cuando fue la última vez que lo hizo. Sus amigos seguían ahí, sus colegas habían venido sin pensarlo dos veces detrás de ella para ese caso, pero algo había cambiado. Y no eran ellos, era ella. Se daba cuenta de que estaba alejándolos a ellos también, cerrándose en sí misma. Otra cosa que debía remediar lo antes posible.

—Me alegró de escuchar eso. —murmuró su padre, fingiendo una mueca de terror.

—Ven, quiero hablar contigo, antes de que mama nos vea. —José cambió de expresión y ella se apresuró a negar con la cabeza—. No me siento capaz de sufrir otro ataque de sensiblería hoy, papá, es todo. —explicó y sintió un nudo formarse en su garganta al verlo relajarse. Se preguntó cómo se sentiría para él esperar cada segundo una noticia horrible para su hija.

No deberías ausentarte tanto del castillo. —le dijo nada más se sentaron, pero ella hizo un ademán restándole importancia.

Cuando decidió cambiar de estrategia para el caso de Amanda, tuvo que decirle a su padre las sospechas que tenía sobre los gobernantes. Se sorprendió al ver que él no se sorprendía. Él le había dicho que llegaba a las mismas conclusiones, pero que no se atrevía a indagar por miedo a llamar atención indeseada hacia Amanda. Pero, Amanda estaba desaparecida y todos estaban en problemas, así que tal vez era el momento de seguir esa corazonada.

Secretos de la corte (Cortes perversas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora