Le contó sus planes esa misma noche a Anabelle, la veía junto a él en el futuro y le importaba su opinión. No se le diría aún porque la mujer seguramente huiría despavorida—. ¿Entonces? —preguntó, después de detallar su plan. Ella se mantuvo en silencio durante todo el relato, sin interrumpirlo.
—No sé nada sobre reyes y reinas y esas cosas, pero sí me parece lógico. Pero, ¿no te parece un sacrificio demasiado grande por algo que ni siquiera fue tu culpa? —inquirió.
—La gente no lo verá así, pasarán años antes de siquiera considerarlo una opción. —replicó, dando voz a sus miedos. Su dinastía estaba en la ruina y él estaba tratando de hacer todo lo posible para salvarla—. Además, no es cómo que me van a exiliar o voy a desaparecer de Auland. Nunca podría dejar a Clarisa para que lidiara con todo. Pienso asumir el puesto de su consejero, yo fui criado para esto, ella no. Tiene mucho por aprender.
—No me refiero a eso y lo sabes. Estás renunciando a algo por lo que estuviste preparando toda tu vida, Marco, tú mismo lo dijiste.
—Siempre fue algo que daba por hecho. Ni siquiera me planteé una vida donde no llegaría a ser rey, si eso es lo que quieres saber. Pero tampoco significa que me volveré loco por no poder reclamar el título, sé que es lo mejor.
—¿Y ella?
—Ella es más fuerte de lo que todos pensamos. No se romperá y va a ser una reina magnifica. Quizá mejor que yo. Es algo inesperado para ella también, pero tienes que entender que Auland es nuestra responsabilidad, va más allá de ostentar un título y creerse el rey del mundo. La gente de aquí vivió una pesadilla por años y nunca sentimos el más mínimo rencor de su parte. Ahora se van a dar cuenta de que toda esa confianza fue traicionada y eso va a destrozar el país que conocíamos. Porque Auland es más que esta estúpida tradición, que una organización mafiosa. Nuestros ciudadanos tienen un estándar de vida alto, los que se consideran pobres aquí son ricos en otros países más desarrollados. No digo que todo es perfecto, pero hay más cosas buenas que malas.
—Podrías ser guía turístico, ya que decidiste de cambiar de profesión. —Intentó bromear y sintió algo cálido en el pecho al ver que esbozaba una pequeña sonrisa.
—No estoy huyendo, Anabelle. Si hubiera otra manera de arreglar las cosas, me plantaría delante de todos ellos, esperando su juicio.
Ella se giró un poco, dobló las piernas en el sofá para acercársele y tomar su cara entre las manos.
—Ni por un segundo pensé que estabas huyendo. Fui testigo de todo lo que hiciste para detener esto, para descubrir la verdad. Yo sé lo mucho que luchaste por el país, nadie te puede quitar eso. Y decidas lo que decidas, voy a estar ahí, ¿vale? —preguntó, con una lágrima deslizándose por su mejilla.
Ni siquiera sabía por qué lloraba, pero sentía una necesidad imperiosa de dejarlo salir. Marco limpió sus lágrimas, después dejó un suave beso sobre sus labios.
—Gracias. No sabes lo agradecido que estoy porque la vida te haya puesto en mi camino.
—¿Vas a decir una estupidez cómo qué valió la pena todo lo que pasamos porque te conocí? Porque eso es un nivel de cursilería que no soportaría. —Medio rio, tomando su turno para besarlo.
—Eso sería minimizar el dolor de muchas personas, no solo el nuestro. Dejémoslo en que si tuve que vivir todo esto, esta decepción que ni siquiera sé cómo manejar, me alegro de que haya sido a tu lado. —Otro beso.
—Puedo vivir con eso. —Aceptó, dejando las manos vagar en búsqueda de los botones de su camisa. Nunca se cansaría de repetir que esa mujer que ahora buscaba el contacto de un hombre como una desesperada le parecía una desconocida, pero se sentía a gusto con ella.
ESTÁS LEYENDO
Secretos de la corte (Cortes perversas #1)
RomanceLa vida en el palacio no fue lo que esperaba.