Anabelle permaneció acostada en su cama mirando el techo, mientras Pablo reflexionaba sobre las cosas que le había contado. Necesitaba la opinión de su amigo sobre las cosas que iban descubriendo. Ya había pasado un mes desde el asesinato de la doctora, dos desde la desaparición de Amanda y ellos se movían a pasos de tortuga. Simplemente, no podían encontrar nada.
—Si alguien te encuentre aquí... —advirtió a su amigo, pero este solamente rio.
—¿Quién? No pasa nadie por aquí desde hace semanas.
Sus palabras se clavaron en su corazón como puñales, pero trató de que no se le notara. Era la verdad, pero eso no significaba que dolía menos. Desde el funeral no había visto a Cristian, el hombre había tomado tiempo libre y no se dejaba caer por el palacio. Eso le molestaba de cierta manera, saber que él sufría, pero sin poder hacer nada para ayudarle. Amanda habría dejado todo para estar a su lado, pero ella no podía hacer eso. Estaba dispuesta a todo por su hermana, pero no podía usurpar su relación. Y la hermana de Cristian estaba acaparando a la princesa, haciendo que hasta sus encuentros con la menor aminoraran. Eso también le dolía, porque por primera vez había sentido que podía tener una amistad verdadera con la princesa. Además, Marina parecía no soportarla, aunque eso era muy extraño, dado que Amanda le había hablado sobre lo bien que se llevaba con la hermana de su novio.
Otro que la evitaba, aunque eso no era una novedad, era Marco. Ya ni siquiera se molestaba en pasar por su búngalo, como si no le importara lo que diría la gente de su relación. Había intentado averiguar cuando se terminaba su bendito contrato, así podría largarse de ahí y ser de ayuda en la investigación, pero esa información estaba en la carta que desapareció junto a Amanda.
Así que estaba varada ahí, en un lugar donde cada día se sentía más y más intrusa, hasta quien sabe cuándo.
—Anabelle, ¿me estás escuchando? —le preguntó Pablo y ella asintió distraídamente.
Él soltó una risa, pero ella volvió a ignorarlo. No era la primera vez que se perdía en sus pensamientos a tal punto de no ser consciente lo que pasaba a su alrededor, pero tampoco le había pasado en los últimos tres años. Eso le daba esperanzas de que ella, tal vez, estuviese despertándose de ese letargo en el que se había sumido después de lo que pasó.
Ahora podía discernir cuando se desesperaba por no tener pistas sobre el paradero de Amanda; cuando la tristeza la abrumaba y no podía seguir hablando; se le notaba la preocupación que sentía por Cristian, lo bien que la pasaba con Clarisa; hasta la notaba divertida ante los insultos y ataques de Marina. Pero sobre todo, se daba cuenta de sus reacciones cuando se cruzaba con el príncipe, algo que pensó nunca más vería en su amiga.
Sí, todo estaba hecho un desastre, pero al menos ese desastre la estaba salvando de su aislamiento emocional.
—¿Belle? —La llamó de nuevo y esta vez parece que lo había escuchado, porque le sonrió con afecto—. ¿Sabes que me puedes decir lo que sea?
—Sí. Pero no tengo nada que decir. —Pablo negó con la cabeza y se acercó para abrazarla. Permanecieron así por varios minutos más y después él se retiró cuidadosamente del búngalo, tratando de no ser visto por nadie.
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Secretos de la corte (Cortes perversas #1)
RomanceLa vida en el palacio no fue lo que esperaba.