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Pablo entró al palacio con las dos mujeres siguiéndole los talones. Al ver el estado de Clarisa, la reina se levantó apresuradamente para abrazarla, el semblante de su hija era tal que no necesitaba hacer ninguna pregunta para saber qué algo malo había ocurrido.

Clarisa estaba en shock, era la segunda vez que se encontraba en una situación de vida o muerte en pocos días. Tamara estaba histérica. Aunque, a pesar de encontrarse presa del miedo, en ningún momento se olvidó de Anabelle. Seguía preguntándole por ella, llamándola por su nombre, el pánico la hizo bajar la guardia delante de la princesa. Aunque Pablo estaba seguro de que a esas alturas eso ya no importaba, solo quería saber que ella estaba bien.

Alguien abrió fuego en el centro comercial. —Empezó, al ver que todos lo miraban a él en busca de respuestas. Tamara seguía agarrada a su brazo, llorando—. Conseguí sacarlas ilesas, pero por lo que vi, hay mucha gente que no lo logró.

Cristian tomó su teléfono inmediatamente. Le pareció fatal enterarse último de algo así, debería haber sido el primero en saberlo, sobre todo con la princesa ahí.

Nos encontramos en el centro e íbamos a tomar un café. Empezó esta, saliendo de su estupor, haciendo un gesto con la cabeza indicando hacia Tamara. Después pasó la mirada por la habitación entera, cayendo en cuenta de que alguien le faltaba. ¿Dónde... donde está Amanda? No se dio cuenta cuando se separaron, seguía pensando que ella estaba con ellos todo ese tiempo. Pablo negó con la cabeza y ella sintió la histeria tomando control de su cuerpo.

—Tenía que sacarte de ahí primero.

¿La dejaste ahí? —Volteó hacia el príncipe que lo miraba como si quisiera estrangularlo y asintió. De todas las personas era el último que tenía derecho de pedirle explicaciones, pero pudo reconocer el miedo en sus ojos.

Su teléfono sonó en ese momento y se apresuró a contestar, aun sin quitar la mirada del otro hombre.

—¿Están bien? —Un alivio instantáneo se apoderó de su cuerpo al escuchar su voz, por lo que solo pudo musitar un débil sí—. ¿Puedes hablar con Antonio, decirle que Tamara está a salvo? Seguro escuchó sobre lo que pasó, pero yo no puedo hablarle ahora. —La escuchó gritar un par de órdenes antes de volver a hablar—. Te voy a necesitar aquí. Quiero que le eches un vistazo a la escena, darme tu opinión.

—Voy saliendo. —Aceptó. Ella cortó sin decir nada más—. Ella está bien. —dijo a todos, pero su mirada seguía trabada con la de Marco. El alivio que vio en sus ojos era genuino, la preocupación por la mujer real.

—Hablé con José. —Empezó Cristian, volviendo a entrar en la sala después de hacer un par de llamadas—. Hay muchos muertos, pero más heridos. Voy a ir ahí para ver si puedo ayudar en algo, dejaré a Pedro a cargo aquí. —Explicó, a lo que todos asintieron. Pablo lo siguió hacia fuera, sin decir nada.

—Supongo que esto es mi último día aquí. —Dijo cuando entraron en el auto—. Anabelle dejó caer su tapadera involucrándose en esto. —explicó.

—Me imaginé. Después de arreglar esto, tenemos que informar al rey. Ya no podemos ocultarlo, no con un ataque de esta magnitud.

Pablo asintió en acuerdo. Nathaniel había llevado el juego a otro nivel, atacando inocentes.

Tuvieron que aparcar varias manzanas antes del centro y caminar hasta ahí. Un escalofrío lo recorrió al ver la cantidad de ambulancias afuera, los medios como buitres rondando de un policía al otro buscando información.

Al ver al jefe de seguridad corrieron hasta ellos, pero este al parecer había perfeccionado el arte de evitarlos. Con un retraso de cinco minutos lograron entrar al interior, donde los esperaba el olor a la sangre y la muerte.

Secretos de la corte (Cortes perversas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora