Epilógo

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Cinco meses después

A cinco horas de la ciudad, al norte del país, las aguas parecían más azules, las montañas más verdes y el aire más ligero. La parte rural de Auland era digna de ser el paisaje de un cuento de hadas, con su naturaleza salvaje.

La cabaña al lado del mar le había quitado el aliento desde que la había visto a la distancia. Si bien por dentro tenía todas las comodidades, como correspondía a los soberanos, desde afuera no se diferenciaba de las casitas de madera que habían visto a lo largo de su viaje, en los pueblos que visitaron.

Al final, sus vacaciones tuvieron que esperar más tiempo de lo previsto. Marco estaba ayudándole a Clarisa y a Pablo establecerse en su rol de futuros gobernantes, algo que lo mantenía ocupado la mayor parte del tiempo.

Anabelle se acostumbraba a su nuevo trabajo, el cambio era grande y la carga de trabajo menor, pero no menos importante. En realidad, disfrutaba de trabajar codo a codo con su padre, si bien extrañaba a su antigua unidad. Pero ellos estaban bien, con Maira como la nueva jefa, estaban haciendo un gran trabajo en Los Ángeles.

Sabía que ese trabajo no era para siempre. Más temprano que tarde tendría que buscar una posición que le permitiera mantenerse ocupada, pero que no rivalizara con su relación con Marco.

Las cosas en el reino no estaban bien, como era de esperarse. Las consecuencias de años de engaños y fraudes seguían sintiéndose, aunque Clarisa hacia un excelente trabajo resolviendo un problema a la vez. Su padre ya casi se había retirado por completo, dejándola a cargo de todo, pero siempre apoyándola y aconsejándola desde las sombras.

—Finalmente. —Exclamó Marco cuando dejaron sus cosas en la habitación de la cabaña y se reunieron en el porche, mirando hacia el mar—. Pensé que nunca lo lograríamos.

—Lo disfrutaste. —acusó, viéndolo divertida.

Cuando las cosas en la capital empezaron a tranquilizarse, decidieron hacer lo mismo con los pueblos alejados, donde más se habían sentido los ecos de la tradición. Como Clarisa no podía abandonar el palacio, fueron Marco y Anabelle quienes decidieron hacer las visitas, antes de retirarse para sus largamente planeadas vacaciones.

—Lo hice. Fue... lindo ver los pueblos, no pasaba desde hacía años y nunca todos a la vez. —Confesó, estirándose para abrazarla—. Pero también estaba ansioso por estar contigo, a solas.

—Somos dos. Espera. —Se removió un poco para sacar su celular, le había llegado un mensaje—. Ah, es Antonio. —Abrió la foto donde se veía su sobrino, riendo a la camera en los brazos de su tía.

Tamara había dado a luz prematuramente, por el estrés que vivió cuando su familia fue implicada en las investigaciones, pasaron días enteros temiendo por si su hijo sobrevivía, pero al final lo hizo y estaba creciendo grande y sano.

Amanda estaba enamorada del bebé, pasaba cada rato libre con él. No le extrañaría que pronto se les apareciera con una noticia así.

—Se parece a ti. —murmuró Marco, haciendo que rodara los ojos.

—En nada, literalmente. —Añadió, convencida de tener la razón. El bebé era el vivo retrato de su padre y ella y Antonio se parecían como la noche y el día. Es decir, ni un poco.

—Bueno. Si tú lo dices.

—Es lindo aquí. Se respira la paz.

—Lo necesitábamos.

—Necesitaba estar en algún lugar donde no me apuñalaran con los ojos. —Medio bromeó, pero era en parte verdad. Cuando todo se tranquilizó, el interés de Marina por Marco volvió, al igual que su odio hacia Anabelle.

—Como si le tuvieras miedo.

—El que no le tenga miedo no significa que no me moleste tanta animosidad. ¿Está mal que me alegre que no vaya a estar para cuándo volvamos?

—Va a estar en la embajada estadounidense, no creo que le vaya tan mal. Así que no. Ella tendrá un trabajo genial y nosotros podremos vivir tranquilos.

—Muy bien. —Se levantó de golpe, apagando su teléfono y extendiendo la mano para tomar el suyo—. Oficialmente estamos de vacaciones. Si nos necesitan, se comunicaran con Alfonso.

—Me gusta cómo suena eso. Dos semanas solo para nosotros. Ojalá pudiéramos remandar la publicación del libro, así nos quedaríamos más tiempo.

Alina había hecho un trabajo impresionante con el libro Secretos de la corte que estaba a punto de ser publicado bajo el sello de la casa Real de Auland. Si bien era un libro autorizado, no contaba los hechos desde el punto de vista de los aristócratas, había involucrado a gente del pueblo, tantos testigos de algo que aquejo su país durante años. Al final, Marco tuvo razón y fue una buena manera de cerrar un poco más la brecha: al darle voz a la gente, demostraron que realmente sentían las cosas que dijeron ese día cuando todo se desveló.

Ella había decidido quedarse en Auland indefinidamente, ocupando la posición de bibliotecaria en la Biblioteca Real, un trabajo que muchos codiciaban, pero que pocos tenían la oportunidad de tener. Ser guardián de la historia de un país no se le podía confiar a cualquiera.

Anabelle había pensado que algo sucedía entre ella y Alex, pero eso quedó en nada cuando él tuvo que irse y Alina declaró que aún no se sentía preparada para dejar a su marido atrás.

—A ver si me soportas tanto tiempo sin nadie que te salve.

—Oh, ¿Es un desafío?

—¿Vamos a nadar? —preguntó, ignorándolo deliberadamente.

—Vamos, señorita. Vamos a nadar.

Corrió delante de ella, como niño pequeño listo para jugar. Anabelle sacó el vestido veraniego que llevaba —cortesía de Amanda— quedando en el traje de baño y corrió hacia él. Gritó al hacer contacto con el agua fría del océano, pero no desistió. Se tiró a los brazos del príncipe, refugiándose en el calor que le proporcionaba su cercanía.

—Te amo. —gritó, aprovechando que nadie la podía escuchar en ese lugar remoto.

Marco no respondió, al menos no con palabras. La acercó aún más a su cuerpo, besándola con pasión, agradeciendo una vez más, en silencio, al destino por ponerla en su camino.

F i n

Secretos de la corte (Cortes perversas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora