Cristian llegó a su encuentro con Alina quince minutos antes de la hora acordada. Ella lo había citado en una cafetería cerca del mar y él casi había reído al darse cuenta de que quedaba a más de una hora de su casa. Esa medida de precaución fue otro indicio de que estaban en lo correcto respecto a ella, ahora solo quedaba convencerla de trabajar con ellos. Sabía que muchos periodistas se sentían celosos con sus trabajos, muchos otros estaban paranoicos, especialmente cuando investigaban temas espinosos, como el de la tradición de Auland.
La vio llegar varios minutos antes de que cruzara las puertas del local, se había sentado en un rincón desde donde podía ver la calle por la que llegaría. No la había visto desde que se graduaron, salvo por las fotos que salían de ella en la prensa americana, pero se dio cuenta de que no había cambiado mucho. Sí, era mayor y cuando se acercó notó la tristeza profunda que llenaba sus ojos, pero en todo lo demás era la misma adolescente que había compartido apuntes de literatura con él tantos años atrás.
Ella se sentó, pero no dijo nada. Sabía perfectamente que esa no era una reunión de dos viejos amigos, se veía en sus facciones. Lo observaba con una ceja enarcada, pero Cristian había sido el jefe de seguridad el tiempo suficiente para no notar el nerviosismo del que era presa. Por eso decidió dejarse de rodeos e ir directamente al punto, sabiendo que ella también lo apreciaría.
—Estás escribiendo un libro sobre la más antigua tradición de Auland. —Soltó, haciendo que la mujer diera un respingo. Se recompuso al instante, pero ya le había dado la confirmación que esperaba.
—No sé de qué me estás hablando. —Su voz era firme, pero sus ojos la delataban. No se sentía para nada cómoda con la situación en la que se encontraba.
—Vamos a hablar francamente, Alina. No ganas nada negándome algo que ya sé con certeza.
Ella asintió lentamente, sin dejar de mirarlo a los ojos.
—¿Qué tiene que ver contigo?
—Quiero ver tu investigación. —Ella negó frenéticamente, pero él la calló con un ademán cuando vio que iba a replicar—. ¿Te acuerdas de Amanda?
Alina frunció el ceño ante el cambio del tema, pero decidió seguirle el juego.
—La chica por la que bebías los vientos en la escuela.
—Lo sigo haciendo. —corrigió con una sonrisa, pensado en la mujer en cuestión.
—Hacían una linda pareja. ¿Qué tiene que ver con esto?
—Recibió la carta hace unos meses. —espetó. Alina hizo una mueca de disgusto, dándole otra pista sobre cuánto sabía del tema.
—Está con el príncipe, si no me equivoco. —Mencionó—. Lo siento.
—Es un poco más complicado que eso. Pero tú lo sabes mejor que nadie.
—¿Qué quieres de mí, Cristian? ¿Mis apuntes, toda mi investigación? ¿Para qué? ¿Para cubrirle las espaldas a tu amigo el príncipe, o recuperar a la chica de la que llevas enamorado desde que fuimos unos críos?
—Ahora estamos hablando. Un poco de todo eso. —corroboró.
—Te escucho. —aceptó, recostándose sobre el respaldo de la silla.
Cristian suspiró, antes de empezar a hablar sobre todo lo acontecido los últimos meses. Varias veces sintió un poco de miedo al dejar todo al descubierto ante una extraña, técnicamente, pero confiaba en sus instintos y en la investigación de Alex. Cuando terminó con su relato, la mirada en los ojos de Alina le demostró que no se habían equivocado.
—Lamento decirte que no puedo aportar nada a su teoría, porque en realidad saben muchísimo más de lo que tengo reunido.
—Cualquier pequeño detalle será de ayuda, así que me gustaría que lo compartieras con nuestro informático. Hay algo más. Quiero que sepas que tienes todo el derecho del mundo a negarte, porque aceptando te estarías metiendo en la boca del lobo y cómo eres una civil no tienes la obligación de hacerlo. Pero, si aceptas ayudarnos, te prometo que contarás con toda la protección de la casa Real.
ESTÁS LEYENDO
Secretos de la corte (Cortes perversas #1)
RomanceLa vida en el palacio no fue lo que esperaba.