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El día amaneció soleado, subiéndole un poco el ánimo. Su madre había pasado por el castillo al mediodía junto a Tamara, pero no se quedaron mucho tiempo. Maite estaba cada día más decaída y Anabelle sufría por ella, rezaba para que todo saliera bien esa noche para devolverle la sonrisa a su madre.

Una caricia en su pómulo hizo que sonriera y apoyó la cara en la mano de Marco. Estaba atardeciendo y estaban tomando un breve receso para comer, antes de partir.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó el príncipe.

—Soy policía. No nos ponemos nerviosos. —Replicó, aunque debía admitir que estaba sintiendo una inquietud que hasta entonces le fue desconocida—. Tengo miedo. —confesó, sintiendo que con él podía ser sincera, podía dejar de lado esa fachada de mujer dura.

—Es entendible.

—Está mal. Tengo que estar al cien por ciento hoy, Marco. Más que nunca. Esto... no es una operación cualquiera, se trata de mi hermana. No puedo tener la cabeza fría si no sé cómo encontraré a Amanda.

—Supongo que esa es la razón por la que no dejan que personas cercanas a las víctimas se involucren en casos como este.

—No tienes idea de cuantas reglas estamos rompiendo. Es mi hermana, mi otra mitad; además está papá, Pablo que la quiere como otra hermana. Y... el que más me preocupa es Cristian.

—¿Crees que no podrá manejarlo?

—No lo sé. Es solo una sensación mía... No me hagas caso.

—Anabelle, si crees que no puede hacerlo, tienes que decírselo. No puedes permitir que vaya si va a ponerse en peligro, junto a todos ustedes.

—¿Sabes por qué Pablo estuvo involucrado en mi rescate?

Marco frunció el ceño, sin entender a qué venía el cambio del tema.

—Porque... —prosiguió ella—, era mejor así. Lo podían tener vigilado, cuidarle la espalda. Él habría ido en mi busca, solo o acompañado.

—Quieres tener a Cristian ahí para poder vigilarlo. —dedujo.

—Si le digo que se quede, hará exactamente lo contrario. Y entonces irá solo, sin un plan y poniendo en peligro el nuestro.

Marco asintió, jalándola un poco para abrazarla.

—Prométeme que tendrás cuidado. —Pidió.

—No voy a dejar que me quite el futuro también, Marco. Te lo prometo.

La casa que había comprado Nathan estaba a dos horas del centro de la capital, perdida en las montañas del campo que la resguardaban

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La casa que había comprado Nathan estaba a dos horas del centro de la capital, perdida en las montañas del campo que la resguardaban. Entrar ahí, desapercibidos, iba a ser toda una travesía.

Se detuvieron a un par de kilómetros de distancia, conscientes que no podrían seguir acercándose con los vehículos. Hasta ahí se sentía que estaban demasiado cerca y que podrían ser descubiertos. Desconocían la estructura de la organización de Nathan ahora, pero lo que sí pudieron conseguir fueron los planes de la casa donde se escondía.

Secretos de la corte (Cortes perversas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora