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Marco esperaba encontrarla en su habitación al volver, después se dio cuenta de la estupidez que era pensar eso. Amanda... Anabelle nunca hacía lo que se esperaba de ella, no tenía por qué sorprenderlo ahora. Pero, necesitaban hablar y si ella no iba a dar el primer paso, lo haría él. De todos modos, en lo referente a esa mujer, hacía mucho tiempo que había perdido el orgullo.

Entró en su búngalo, pero no la encontró en la sala común.

—Ama... —Se interrumpió, recordando—. ¿Anabelle? —No hubo respuesta y se dio media vuelta para irse cuando escuchó el agua correr. Se acercó a su habitación y comprobó que ella estaba en la ducha.

Sintiéndose un intruso en su propio hogar, pensó en retirarse, pero en ese momento la puerta del baño se abrió y Anabelle salió envuelta en una toalla.

Se detuvo en seco al verlo ahí, no pudo obligar a su cuerpo a moverse.

Marco la observaba de pies a cabeza, una y otra vez. Sintió desaparecer a la mujer que era frente a todos y sus muros de protección derrumbarse, mientras reaparecía aquella Anabelle rebosante de vida y con sueños por cumplir. Aquella Anabelle a la cual encerró en lo más hondo de su ser, a la cual creía muerta por mucho tiempo, pero que ahora volvía, en el peor momento, arriesgándose a que la vuelvan a destruir. Y ella no podía hacer nada para impedirlo.

Marco sabía que tenía que reaccionar. Salir y regresar cuándo ella estuviera más... presentable. Sabía que se estaba comportando como un animal. Sabía todo eso, pero seguía sin moverse.

Su cuerpo envuelto en una toalla que apenas cubría la mitad del mismo, con gotas de agua goteando desde su pelo, recorriendo cada rincón de su piel era una visión que lo tenía hipnotizado. Tenía la boca abierta por la sorpresa, ella no hacía nada para cortar el momento, tampoco. Permanecieron así, mirándose fijamente, perdidos en un lugar desconocido para ambos, sin pronunciar palabra. Temiendo arruinar el momento.

Él no sabía que era lo que le quemaba las entrañas. No sabía si era deseo, atracción o algo más, pero si sabía que lo volvía loco. Con cada gesto, con cada palabra, con su sola presencia. Estaba perdido por ella y no fue hasta ese momento que se dio cuenta. Y ese descubrimiento no lo dejó tan aterrado como esperaba.

—¿Qué haces aquí? —Anabelle se felicitó internamente porque su voz salió normal, sin dar una pista del torbellino interior que estaba sintiendo.

Apretó con más fuerzas la toalla, a pesar de saber que no corría ningún peligro. La confianza que depositaba en el príncipe era equivalente a miedos irracionales que la dominaban.

Tenemos una conversación pendiente. No sabía que estabas... —Aprovechó para volver a pasar la mirada por su cuerpo, haciendo que la chica se sonroje.

—Si me das un minuto...

Seguir viéndola así podría ser el cielo e infierno al mismo tiempo y no estaba seguro de que podía concentrarse en la conversación, teniendo algo diferente en la mente. Porque, no iba a mentir. La deseaba como hace tiempo no deseaba a nadie. No era precisamente una persona enamoradiza y también era un hombre que no concebía el acto sexual sin algún tipo de sentimiento. Y Anabelle provocaba en él un deseo incontrolable y algo más, que no era capaz de definir.

Anabelle esperó a que él saliera, en vano. Seguía en el mismo sitio, prologando esa situación tan extraña en la que se encontraban. Finalmente, fue ella quien se movió, solo para volver al baño y ponerse una bata por encima de la toalla. Cuando volvió, Marco no estaba. Soltó una risa antes de salir a la sala, lo encontró sentado en el sofá, mirando el piso.

—Perdón. —le dijo ausentemente, sin mirarla.

Ella se acercó al reposabrazos del sofá, se sentó ahí mientras esperaba que él dijera algo.

Secretos de la corte (Cortes perversas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora