12

2 1 0
                                    

José pasó una mano por el pelo mientras observaba el desastre a su alrededor. Llevaba años siendo policía en Auland y casi ni se acordaba de la última vez que tuvo que investigar un asesinato.

—Voy a llevar los expedientes para compararlos con los de la base de datos del hospital, ver si falta alguno. —le dijo su detective, mientras él simplemente asentía. Le estaba resultando difícil pensar como un policía cuando el cadáver que yacía a sus pies era el de su mejor amiga.

—Cualquier cosa que encuentren quiero que me avisen de inmediato. —El otro hombre asintió y salió por la puerta, gritando órdenes a los uniformados. Agradeció que alguien tomara las riendas de la situación, ya que él se veía incapaz.

Se acercó a donde estaba sentado Cristian, con la cabeza entre las manos y el arma de servicio a su lado.

—Sé que necesitan revisarla. —dijo, aun sin levantar la cabeza. Su voz estaba ronca de llorar, pero poco a poco empezaba a calmarse—. La saqué cuando vi que la puerta estaba abierta. Fue más bien por instinto, nunca pensé que algo así podría haber pasado. Pero cuando la llamé y no respondió, empecé a preocuparme. Luego la encontré ahí tirada, ya no se podía hacer nada. Llegue demasiado tarde. —susurró esto último para sí mismo y José supo que ese sentimiento de culpa lo acompañaría por mucho tiempo.

—Lo siento mucho. —dijo simplemente, después tomó aire y se sentó a su lado. Por más que fuera difícil para ambos, había un procedimiento que seguir. Cristian habló antes de que le preguntara nada.

—No tenía enemigos. Sus pacientes eran tanto gente poderosa como los que no podían permitirse el seguro médico, pero nunca tuvo problemas con ninguno de ellos. Usted lo sabe, fue su amigo. Olga es... fue una persona magnífica, todos la querían. No me entra en la cabeza que alguien pudiera haberle hecho daño de esta manera.

—¿Notaste un cambio en ella en el último tiempo? ¿Estaba preocupada, triste? ¿Hubo alguien nuevo en su vida?

—No. —Iba a negar, pero después lo pensó mejor—. La verdad es que no lo sé. Estuve... estuve tan metido en mis propios problemas que la dejé un poco de lado. Un par de semanas, un mes como máximo. Pero, ella me hubiera dicho si algo pasaba, sé que lo hubiera hecho.

—Sé que probablemente es inútil que te lo diga, pero nada de lo que pasó aquí es tu culpa, Cristian. ¿Por qué no vas a tu casa? Descansa un poco, habla con Marina. Yo me voy a ocupar de Olga.

—No. Me quiero quedar. No puedo dejarla sola.

José simplemente asintió y se fue a seguir revisando la casa. Cristian se quedó sentado donde estaba, viendo la mesa de la cocina donde tantas veces habían desayunado entre risas. Sus padres murieron en un accidente aéreo cuando él apenas tenía seis años, Marina casi ni nos recordaba. Fue Olga quien los acogió, dejando de lado su propia vida por dos pequeños que de repente se quedaron solos en el mundo. Y ahora ella tampoco estaba, alguien se la había arrebatado sin miramientos.

—No moví nada hasta que ustedes llegaron. —Llamó la atención de José que estaba revisando las ventanas en ese momento. El policía giró para mirarlo—. ¿No le parece raro? Si fue un robo, habría más desastre. Pero si no fuera por los papeles en el suelo y la sangre donde la mataron, nadie diría que aquí ocurrió un crimen.

—Tienes razón. No hay huellas, no hay nada. —José decidió dejar de verlo como el niño que Olga crio para ver al jefe de seguridad real. Tal vez así el muchacho se sentiría mejor consigo mismo—. La falta de sangre me dice que encontraron lo que buscaron antes de matarla. O no lo encontraron y lo hicieron en represalia. Eso lo sabremos cuando cotejemos los datos de los expedientes. Pero de nuevo, si fue un robo, deberíamos notar algo. Una sola gota de sangre, una sola huella.

Secretos de la corte (Cortes perversas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora